El escape Parte 3

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Cuando abrí la ventana, sentí el aire gélido sobre mi piel que se erizó de inmediato, no sabía dónde estaba el resto de mi ropa y miré abajo

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Cuando abrí la ventana, sentí el aire gélido sobre mi piel que se erizó de inmediato, no sabía dónde estaba el resto de mi ropa y miré abajo. Me encontraba en un segundo piso.

Casi desnuda se hacia mas angustiosa la idea de saltar desde esa ventana, pero debía decidir entre ser atacada por ese ser o saltar afuera en esa oscuridad fría hacia la incertidumbre, pero libre de sus colmillos.

En mi aflicción miré alrededor de la habitación y supe que no era llegar y saltar. Aunque no sabía que me esperaba una vez pudiera salir al exterior.

Corrí a tomar una silla y a trabar la manilla de la puerta por si quisiera volver a entrar. Aunque no tenía certeza de que eso serviría de algo. Quizás hasta podía atravesar las paredes.

En movimientos desesperados, saqué las sábanas de la enorme cama en dónde estaba atada. Y amarré sus puntas para improvisarme una cuerda que me permitiera bajar como un escalador. Y no solo saltar exponiéndome a una herida.

Corrí como pude uno de los extremos de la cama cerca de la ventana. Necesitaba un punto de apoyo para amarrar la sábana y bajar colgándome. Y además tratar de no hacer ruido, lo cual fue difícil dado lo grande de la cama y su peso.

Tenía la esperanza, de que, por ser una cama demasiado grande, soportaría el peso de mi cuerpo. No me consideraba gorda y tampoco alta, así que me arriesgué a que esto fuera suficiente para soportar mi peso.

Amarré un extremo de ambas sábanas y sin dudar salí por la ventana aferrándome de apoco a la tela tratando de no resbalar.

Sentía tanto frío, y mis brazos se cansaban rápido, ya que no estaba acostumbrada a cargar todo el peso de mi cuerpo, a la vez que bajar así no es sencillo para alguien que nunca se ha dedicado a escalar. Estaría a la mitad de la altura, cuando mi fuerza ya no dio para más y caí estrellándome contra el suelo.

Afortunadamente no era una superficie de concreto si no césped. Lo cual hizo un poco menos dolorosa mi caída.

Traté de cubrirme con mis brazos, no soportaba el frío. Y no controlaba el temblor de mi cuerpo. Sin contar las molestias del porrazo.

Para mi suerte no había perros a la vista, y me favorecía un enorme jardín lleno de follaje, por el cual empecé a correr tratando de encontrar una salida.

Llegué hasta un portón, era demasiado alto no tenía como escalarlo. Sus fierros eran largos y completamente rectos, terminaban en puntas a la vista afiladas. Cualquier movimiento en falso a esa altura, significaría que moriría empalada.

Desesperadamente comencé a seguir el borde de la reja, tratando de buscar otro punto por dónde poder pasar.

El lugar era enorme, un terreno amplio de exuberantes jardines y rodeado por demasiados metros de ese cerco inalcanzable para mí, para sencillamente saltar por sobre él.

Hasta que por fin encontré un sector, que no tenía ni cemento ni piedras. Los fierros terminaban tocando la Tierra.

Entonces me dispuse a escarbar, de la misma forma que lo hacen los perritos traviesos que quieren escaparse de sus casas.

Escarbé con desesperación, ni siquiera me importó el dolor de mis uñas o si alguna se me había desprendido. Quitaba tierra lo más rápido que podía. Hasta que formé un hoyo lo suficientemente grande para pasar por él arrastrándome.

Con el roce de los fierros lastimé mi espalda, parte de mi columna y glúteos. Pero sentí un poco de alivio, al poder cruzar la reja.

El problema es que estaba en un lugar desconocido, de noche, solo vi un camino de piedra y tierra, y mucha vegetación que no me permitía ver qué había más allá. Sin contar la falta de luz y que no tenía zapatos.

Pero decidí correr, aún descalza para huir de aquel lugar.

Tras varios minutos en la oscuridad, mis ojos miraban expectantes y abiertos de par en par a ambos lados del camino. Tenía miedo que algo saltara desde el bosque. Pero la planta de mis pies ya no daba más. No era posible correr sin lastimarse.

Pero es increíble lo que puede hacer un cuerpo humano en medio de la adrenalina y la desesperación. Por escapar de algo que daba mas miedo que el suicidio.

Logré llegar hasta un lugar donde el camino se unía a una ruta asfaltada. Y mi esperanza era, que algún ser vivo pasara por allí y me llevara al hospital. Que fuera lo suficientemente rápido para que este ser no alcanzara a darse cuenta que ya no estaba en la habitación y saliera a buscarme.

Vi con alivio, que un automóvil venía a lo lejos y sin pensarlo le hice señas para hacerlo parar. Mis ojos expectantes en la penumbra veían los focos como un faro de esperanza.

Cuando llegó hasta mí, paró y sentí volver un poco más la calma a mi corazón.

Era una camioneta vieja, lo conducía un hombre joven. Estaba vestido con ropa típica de trabajo, camisa de cuadros, jeans y una gorra con un logo que no alcancé a distinguir. Creo que todavía no llegaba a los treinta.

— ¡Por favor ayúdeme! Me han secuestrado, logré escapar. ¿Puede llevarme a la ciudad? — le supliqué mientras me cubría como podía con mis brazos, y moviendo mis pies adoloridos por las ampollas.

— Claro sube... — me dijo con ojos grandes y voz sorprendida.

— Gracias, se lo agradezco mucho. —pensé que esta camioneta era mi salvación. Me senté con alivio, casi sin creer que había logrado salir de esa casa del terror.

— ¿Y quién te hizo esto? — preguntó el hombre frunciendo el ceño mientras me miraba de costado.

— No lo sé un tipo muy raro, jamás lo había visto... —omití la parte en que lo había visto cuando salté del puente para suicidarme, no quería que me considerara una loca y me obligara a bajar.

— ¿Te hizo daño? — preguntó mientras alternaba su mirada en la ruta completamente oscura y mi aspecto seguramente deplorable.

— En realidad no tanto, me escapé pronto. — le respondí

— ¿Cómo te llamas? — comenzó a entablar conversación y pensé que era para distraerme de mi estado de angustia.

— Emily.

Miraba la ruta que solo era alumbrada por las luces de la camioneta. Pensé que de no haber encontrado a este hombre no hubiese podido llegar a un lugar seguro.

La distancia era enorme, y con lo que ya había corrido mis pies descalzos estaban con heridas.

Era imposible recorrer esa enorme distancia que llevaba la camioneta que iba de por si a gran velocidad. No era posible caminar ni correr todo eso en mi estado. Sin contar que podía encontrarme con algún animal. O ese ser del que escapaba me diera alcance en su propio auto al darse cuenta que ya no me encontraba en la habitación.

A pesar del frio y el dolor de las heridas me sentí agradecida, pensaba que este hombre era mi salvador.

Esa vieja camioneta se sentía en mi situación como un transporte que me llevaba lejos de una muerte sangrienta. Y no importaba lo sucio del interior, era el transporte que me cobijaba del clima de afuera, de la oscuridad y todo lo malo que acechaba en ella.

Miraba al hombre y le agradecía en silencio. Este humilde trabajador era como mi ángel de la guarda que apareció en el momento justo. Cosas que antes no habían pasado nunca en mi vida. Y me fue más fácil ocultar mis deseos de llorar, porque veía cada vez más cercana la hora de poder estar en un hospital para curar mis heridas.

Estaba tan equivocada.

(E)

La propuesta del vampiroWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu