Cuando la alegría llena el corazón Parte 11

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Terminamos felices y agotados, todo lo malo que nos pasaba, por un momento al menos había pasado a segundo plano

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Terminamos felices y agotados, todo lo malo que nos pasaba, por un momento al menos había pasado a segundo plano.

Era tan bello como nos aferramos el uno al otro para dejar de sentir lastimado el corazón, y curarnos mutuamente con caricias y besos que nacían espontáneos y desinteresados.

—Espero que no te arrepientas de lo que hemos hecho Emily, sé que hemos bebido, y al parecer ambos estábamos tristes. —dijo preocupado Robert y sus ojos me miraban expectantes de lo que iba a decir.

— No estoy arrepentida Robert, quiero que me hagas olvidar. —y lo besé de nuevo. Estar con él fue una de las pocas cosas buenas que había hecho en mi vida. No me arrepentía en absoluto.

Y él estaba feliz, de saber que yo quería seguir sintiendo, lo que sentimos en ese momento, y volvió a besarme con mucha intensidad.

Esa noche me fui feliz a la cama. Como pocas veces en todos los años que tenía.

Había estado toda mi vida sumida en los problemas y las penas que vivir la experiencia junto a Robert, me hizo sentir bien.

Jamás me habían hecho sentir placer de esa manera, era como si recién me diera cuenta que el sexo es algo que se disfruta, y que podía ser tan placentero. Que hasta horas después de haberlo practicado, todavía dejaba sensaciones agradables en mi cuerpo.

Antes solo veía el sexo y lo asociaba al trauma, a una forma de humillar, someter y lastimar de por vida a una mujer.

Solo con Robert hasta ahora, veía la parte bonita de esa experiencia.

Cerré mis ojos con una sonrisa en la cama del albergue, pero a mitad de la noche de nuevo llegó el temor. Un susurro aterrador en mi oído:

— ¿Qué estás haciendo Emily? — era una voz como de ultratumba y se escuchaba con demasiado enojo.

Mi piel se erizó y miré asustada en la oscuridad. Todas las mujeres durmiendo profundamente. Era otra de mis pesadillas.

Intenté calmarme y volver a dormir.

A la mañana siguiente en el trabajo entre y le di una sonrisa cómplice a Robert.

Él me miraba con una sonrisa de oreja a oreja y se ruborizó.

Se veía tan adorable, siendo mayor, con esa piel blanca y esos ojos verdes. Que se ruborizará por mí, lo hacían más atractivo ante mis ojos.

Habíamos trabajado bien toda la semana, se acercaba un fin de semana en dónde debe hacerse un inventario anual. Se seleccionaron algunas personas para que realizaran un conteo de todo lo que había en el local. Pero eso significaría que no se podría atender público. Y que el local debería cerrarse durante esos días. Ya que la cantidad de alimentos y bebestibles era importante. Era una tarea lenta.

Como todos los años se le daba unas pequeñas vacaciones al personal para que aprovecharan de descansar y se contrataba por esos días a estudiantes que hicieran el conteo.

No me gusta mucho la idea de quedarme encerrada todo el fin de semana en el albergue. Sin tener nada que hacer. Volvería a los malos recuerdos.

Así que decidí ofrecerme para hacer ese fin de semana, el recuento de todas las existencias almacenadas.

— Robert yo no tengo nada que hacer el fin de semana y me gustaría colaborar con lo que van a hacer los muchachos. ¿Qué te parece la idea?

— Me parece mal.

Lo quedé mirando un poco desconcertada.

— ¿Por qué?

— Quería invitarte a que nos escapáramos un par de días a una cabaña, en un lugar muy bonito. — me dijo sonriendo tiernamente

Esta idea claro me emocionaba mucho más, estar a solas con él. La sola idea hacia latir más rápido mi corazón.

Con una sonrisa que no podía más en mi cara, le dije que sí, que estaría encantada de acompañarlo.

Avisé en el albergue que me habían invitado el fin de semana a salir de la ciudad.

No pusieron objeción alguna.

Saqué mi maleta de mi casillero y me di cuenta que prácticamente no tenía nada bonito que llevar. Me quedé unos minutos mirando mi ropa vieja y una de las jóvenes del albergue al parecer me vio.

— ¿Vas a salir, pero no tienes que ponerte verdad? — se acercó amistosa

— Sí la verdad no empaqué bien antes de llegar aquí. — respondí, no podía decirle que salí a toda carrera por escapar.

— Yo trabajo en una tienda de ropa. A veces saco algunas cosas, ¿porque no vienes y te pruebas algo?

— ¿De verdad? — pregunté alegre, literalmente me estaba salvando de verme frente a Robert en puros harapos.

— ¡Claro tonta hablo en serio, ven! — dijo riendo y haciendo señas para que la siguiera.

Y fui hasta donde tenía todas sus cosas guardadas. Sacó unos vestidos, unas faldas, blusas muy bonitas.

— Cuéntame qué clase de salida es...

— ¿Por qué? — pregunté curiosa

— Para saber qué ropa estará más acorde.

— Es una cita romántica. — le confesé sonriéndome.

Entonces sacó varias cosas que para mí gusto eran demasiado sexys.

— No seas tonta, eres joven, puedes vestirte como quieras y físico te sobra

Dudé un poco sí sería buena idea, pero terminé accediendo. Ella tenía razón, yo era joven, también tenía derecho a alocarme.

Atreverme a vivir un poco, como cualquier chica de mi edad. Y estar bonita frente al hombre que me hacía sentir tan bien.

(E)

La propuesta del vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora