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Sentía muchas ganas de llorar. Mis manos estaban frías y temblorosas.

No sabía nada de nadie. Papá no llamaba, Christopher tampoco. Los soldados no dejan ni si quiera que ponga un pie fuera del Penthouse.

Decidí encerrarme en la que fue mi habitación por varios días, Enzo me acompañaba. Miranda entraba de vez en cuando para preguntar si quería algo de comer o beber. Negaba, no se me antojaba nada.

—Señorita. —volvieron a tocar la puerta.

—No quiero nada, Miranda, ya te lo dije. —puse una almohada sobre mi cabeza.

—Lo sé señorita, pero es que llegó algo para usted. —eso me estuvo raro, así que fui a abrir la puerta encontrándome a Miranda con un ramo de flores.

Abrí mucho los ojos y di un paso atrás.

¿Qué tipo de flores son? —sonreí tomando una del ramo— Son demasiado extrañas.

—Las mandé a traer desde Japón. —contestó abrazando mi cintura— Son muy difíciles de conseguir.

Me había regalado todo un ramo de ellas. Eran rojas con una finas rayas negras, tenían una forma extraña. Jamás había visto unas flores así.

—Cuando el tallo crece, la flor sale casi un año después, primero es roja y luego van saliendo las líneas negras. —besó mi sien— Se dice que eran flores que solo podían tener reinas, ninguna otra mujer tenía permitido tenerlas.

—Son hermosas. —murmuré dándome la vuelta— Gracias.

—Lo mejor para ti, —besó mis nudillos— vita mia.

Esto no era posible. Si esto llegó aquí, significa que... no, no es posible.

—Tira esas flores... —le ordené mientras me hachaba hacia atrás— Tíralas, y que nadie las vea.

—De acuerdo, señorita. —dijo confundida— Pero viene con una nota, ¿quiere que también la tire?

Me pasó una tarjeta pequeña. La tomé con un poco de miedo.

—No quiero que nadie se entere de las flores. —le di la espalda cuando asintió. La puerta se cerró y me senté en la cama.

Me quedé viendo la nota por un tiempo. No quería abrirla, pero una parte de mi quería saber lo que decía, aunque me estuviera muriendo de nervios.

La comencé a leer.

"Vita mia, pronto nos volveremos a ver, y esta vez prometo no dejarte ir.

Por cierto, lamento lo de tu cuñada."

Negué. Sólo quiere jugar con mi mente, él no puede entrar a Londres... papá le prohibió la entrada hace un año.

La rompí en pedazos pequeños y la tiré. Caminé de un lado al otro respirando profundo.

—¿Qué te pasa?

Llevé mi mano a mi pecho por el susto que me dio Regina. No me di cuenta el momento en el que entró.

—No... no es nada. —no me creyó, caminó hasta donde mí y tomó mi mentón para que la mirara.

—¿Qué te pasa? —repitió.

No le diría nada, a nadie. Mucho menos a mi familia.

—Sólo estoy preocupada por Rachel. —no era una mentira del todo, lo estaba— Es todo, no quiero que le suceda algo malo.

Cheryl Morgan |Fanfic Pecados Placenteros|Where stories live. Discover now