Temporada 3: [Capítulo 12]

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Anteriormente en: Mi esvástica

El encuentro de miradas fue solo un instante, pero fue vivido como una eternidad para ambos adultos. Todo termino de forma silenciosa, el comunista simplemente se dio media vuelta dándole la espalda al dictador y aún que él mismo sentía el deseo de dispararle, no pudo hacerlo, solo miró como se alejaba del. Regreso a su choche, prendió el motor y arrancó de forma violeta para salir de aquel repugnante hogar de alemanes.
















Rusia, Moscú.
13 de Junio de 1941

El representante de la U.R.S.S conducía con las manos aferradas al volante de cuero, respiraba pesado y agitado, buscando contener su rabia, indignación, disgusto e incluso tristeza. Con sus nudillos tensos golpeó la guantera con tal brutalidad que logró hacer una abolladura con la forma de su puño cerrado.

—Vaya mierda, voy solo para que me eche a la calle como un maldito perro. —gruñó entre dientes.

Se estacionó y sacó su brazo por la ventana para indicarle a su séquito se que adelantarán hasta la base. Cuando por fin su coche negro quedó solo en la carretera fue ahí cuando se dejó recostar sobre el asiento, recargó la cabeza en la ventana y suspiro mientras frotaba sus cejas para buscar calmarse.

Masajeo unos segundos su nuca, frotó con sus yemas las venas hinchadas de sus manos por el notorio estrés; primero los problemas gubernamentales en Estonia, Lituania y Letonia, pues él aún maneja esos territorios, sus hijas son muy pequeñas aún para asumir el poder. Después está el dictador y el terrible comportamiento que tuvo con el.

Después de unos minutos pudo respirar un poco menos furioso, la tentación le invadió y sin poder resistirse, sacó un puro de la pobre guantera golpeada, lo encendió para llevarlo a sus labios en donde inhaló profundo hasta sentir todo el humo llenarle los pulmones. Exhaló con un suspiro.

Se puso a reflexionar; el no esta bien. Nunca creí que su trastorno fuera tan grave. Subestimó el malestar psicológico de su esvástica, pero no tenía responsabilidad en eso, pues nunca podía saber la verdad, no tenía idea cuantas cosas no le contaba el dictador. Cuestionándose que hacer, buscando quizás una solución, una forma de ayuda, no quería que eso volviera a suceder y aún que la sangre le hirviera por la rabia, no podía evitar apiadarse por el.

Después de unas horas llego a su hogar, cansado y agotado; el trabajo también lo estaba matando. Pero querías formar tu Estado Socialista, ¿no? , se reprochaba irónicamente con una sonrisa ladina. Se sentía como un enfermo por disfrutar el recuerdo de su padre muerto a sus pies. Le gustaba sentirse así.

Los soldados le recibieron en su hogar, la lluvia había parado justamente cuando llegó a casa y los primeros en correr a darle la bienvenida fueron sus hijos más pequeños.

—¡ Папа! —gritaron los chiquitines de Armenia, Georgia, Kazajistán y las gemelas— ¡Te extrañamos mucho, Папа!

—Папа, ,Папа, mira mi dibujo —dijo feliz el pequeño Azerbaiyán.

El niño se paró frente a él y le extendió su obra de arte, pero su progenitor no lo vio, él era tan... grande. A veces parecía ser una pequeña hormiga. Lo miró con los ojos cristalinos al ser ignorado.

—Hola niños. —sonrió levemente y miró por un segundo a su hijo frente a él— Después lo veo, ¿si? — solo recibió una caricia en su mejilla.—sean buenos y no hagan mucho ruido, ¿si? , papá viene de un mal día.

—Pero Папа ...—susurró con una pequeña hoja en sus manos.

El adulto solo les acarició el cabello a sus niños y besó en la frente a los más insistentes por estar en sus brazos. Todos vieron con tristeza como él subía las escaleras. Los hermanos mayores solo se quedaron en silencio.

Mi esvástica: [LIBRO #1- TERMINADO]Where stories live. Discover now