63 - Las cartas sobre la mesa

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ANA

He corrido por el paseo frente al mar embravecido para aclarar mi mente, pero esta sigue tan revuelta como las olas que rompen en la orilla. No he podido sacarme a Aiko de la cabeza, ni la idea de que fuera a cometer una locura. Sé por Laura que Aiko fue capaz de darles una paliza a unos abusones que las molestaron en el pasado, así que Marta sería como una inofensiva hierba mala que Aiko podría pisotear y arrancar sin esfuerzo.

Quizás debí perseguirla e intentar detenerla de alguna manera. También pensé en llamar a Marta para advertirle que tuviera cuidado hoy, pero eso habría sido surrealista y habría desatado un alarmismo en el que me habría visto involucrada, incluso me habría dejado como sospechosa. De hecho, barajeé la opción de que eso formara parte del plan de Aiko para contar con mi ayuda indirectamente al incriminarme.

He decidido no hacer nada y esperar a que salga el sol. Además, las zancadas me han acercado al polideportivo, donde Flor debe estar entrenando con el resto y las jugadoras nuevas. Dado que tenía pensado visitarlas, aprovecho este momento para entrar y, de paso, desconectar del asunto de Aiko.

Después de saludar al responsable de seguridad, camino hacia las canchas cubiertas. Los niños estaban jugando fútbol en el campo exterior, por lo que mis amigas son las únicas que distingo dentro del recinto. Sin embargo, el panorama que encuentro no es el habitual de ellas. En lugar de entrenar, discuten...

—¿No me has entendido o qué? ¡Que aquí no se puede fumar! —brama Flor, que confronta a la que supongo que debe ser una de las jugadoras nuevas. Pocas veces la he visto alterada, pero nunca como esta vez, y eso que ella es pura energía positiva. Nuestras amigas la respaldan, pero no participan, más bien lucen perplejas ante la embarazosa situación.

—¿Y tú quién coño eres para decirme lo que puedo y lo que no puedo hacer? Mira cómo enciendo el pitillo, zorra —replica la chica, que claramente la desafía al llevarse un cigarrillo a la boca y sacar un mechero del bolsillo.

Por lo que alcanzo a ver mientras acorto distancia, tiene una complexión similar a la mía y un corte de pelo parecido también, pero escalado, lacio y con un mechón rojizo destacando entre la negrura. Mi versión diabólica existe.

—¡Estoy cansada de que interrumpas el entreno por tu maldita adicción! —Flor le arrebata el cigarrillo y lo hace añicos en sus narices.

—Florecita, cálmate... —le pide Dayana con una voz serena.

—¡No me calmo! —chilla la encolerizada Flor, cuyo tierno rostro se arruga mucho más por el enojo—. Estoy cansada de esta niñata inmadura. Hablaré con Bernarda para que la expulse del equipo.

—Niñata serás tú, ¡imbécil! —contraataca la envalentonada chiquilla—. La que está deseando perderte de vista soy yo. Eres insoportable. Si estoy aquí, es por voluntad propia, para jugar un rato, pero eres un puto grano en el culo. Me tienes a esto de darte un guantazo que te acordarás de mí toda tu puta vida. —Acompaña sus palabras con gestos intimidantes.

—¿A quién estás amenazando, niñata? ¡Tócame si tienes ovarios! —Flor está fuera de sí. Ella también la enfrenta como una gallina peleona—. Vas a desayunar, comer y cenar recordando el balón que te voy a estampar en la cara.

—No te tengo ningún miedo por ser mayor. Me das hasta pena. No eres lo suficientemente mujer como para ponerme la mano encima. Y a mí nadie me expulsa, me voy porque estoy harta de ti y de todas, y para ahorrarte la humillación delante de tus amiguitas "las guays" —escupe la chica con burla, exagerando sus gestos y su tono afeminado.

—¡Uf! —resopla Flor, que aprieta los puños con fuerza.

—Llegó la que faltaba... —murmura Carla con desdén cuando entro en escena.

La hermana de mi exnovio [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora