64 - Regalo de la cigüeña

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ANA

Son las 10:55 pm del domingo, he salido temprano del trabajo. Desde que se acabó la temporada de verano, el número de clientes ha disminuido y, por consiguiente, el estrés laboral. Esta noche tuvimos pocas mesas que atender y todas se ajustaron al horario de la cocina. El restaurante cierra a medianoche y la cocina, a las 11:00 pm. Solemos dedicar la última hora a limpiar, a dejar las mesas listas para el próximo día y a esperar a que terminen los comensales rezagados, que se olvidan de la hora entre risas y parloteos. Al final de la jornada, nos repartimos la propina. Yo me ocupé de realizar el último cobro de hoy a las 10:36 pm y, debido a la hora y que había poco que hacer, mi amable encargado me liberó antes, aunque yo también he aceptado asumir horas extras sin rechistar cuando me lo han pedido como agradecimiento por ser tan considerados conmigo.

Debería irme a mi casa, ya que mañana tengo clases, pero me siento enérgica a pesar del frío que me castiga y la noche es joven, por lo que tiro de la agenda del teléfono y detengo el dedo en Sandra.

—¿Bruma? —contesta Sandra, sorprendida.

—¿Sabes qué día es hoy?

—¿Domingo? ¿A quién le importa?

—Debería importarte a ti porque te ha tocado la lotería.

—¡Ja, ja! Idiota. Ni siquiera juego a esa mierda.

—¿Dónde estás? —Arranco la moto para que el motor se vaya calentando.

—En mi casa, hoy libro. ¿Por qué?

—Tienes unos quince minutos para ducharte bien, perfumarte y ponerte el camisón —le digo, empleando un tono insinuante.

—Bruma, no me jodas. ¿Va en serio o quieres joderme? —expresa Sandra, presa de un repentino entusiasmo que capto a través de su voz.

—Quiero joderte y ya sabes cómo. Nos vemos en quince minutos. No me hagas esperar o me iré. Chao.

Cuelgo antes de que Sandra responda. Al imaginar cómo corre a toda prisa para el baño, me echo a reír. Luego, le envío un mensaje a mi madre para avisarle de que tal vez me retrase un poco, así no se preocupa de que ande en la moto y tarde en llegar a la casa.

Tras abrocharme el casco, me pongo en marcha. Circulo por las apagadas calles del barrio con precaución, ya que la propia tranquilidad las convierte en un peligro para los adictos a la velocidad. No sería la primera vez que un desconsiderado me adelanta como un tren embalado, estando a punto de enviarme a la luna con un impacto mortal. Debería empezar las clases de la autoescuela cuanto antes para sacarme la licencia de conducir pronto y comprarme un coche.

Tal cual predije, llego al edificio de Sandra en quince minutos, diecisiete para ser justa y exacta. Ella contesta de inmediato a mi mensaje y me abre la puerta de la calle, por lo que deduzco que fue rápida al cumplir con lo que le pedí y que está lista. En efecto, cuando subo a su apartamento, ella me recibe con el camisón corto que le regalé puesto y oliendo a un intenso perfume chipre con notas frutales. Además, sus cabellos humedecidos refuerzan su imagen inmaculada, casi angelical y ajena a su habitual aura siniestra. Me gusta que se haya dejado crecer el pelo por el igual en estas últimas semanas.

—Veo que has cumplido —le digo frente a la puerta de la casa, sosteniendo una sonrisita coqueta y de satisfacción.

—No te vayas acostumbrando a esto, no soy tu puta muñeca Barbie. Y pasa, coño, que hace frío fuera y la calefacción cuesta una pasta.

—Como si te disgustara ser mi muñequita. —Al pasar por su lado, juego con un mechón de sus cabellos, que huelo de forma sugerente—. Me encanta que huelas a limpio. ¿Estás sola?

La hermana de mi exnovio [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora