Capítulo 44

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Narra Max:

Mientras veía cómo mi hermana, tal vez de los nervios, se sacaba el esmalte que Melissa le había puesto sobre sus uñas, ayer, tenía a Finn al frente mío, removiendo hojas.
Las chicas se encontraban en otra mesa, a varios pasos de nosotros.

Mis ojos se perdieron en los de Lola, no podía ser tan hermosa mientras leía y se mordía el labio para concentrarse. Desde pequeño me ha gustado. Recuerdo cuando vino por primera vez a casa, quedé embobado con ella.

También logro evocar* cuándo le robé un beso y me pegó una piña en la nariz. Río en mis interiores al recordarlo. Y pensar que aquella niña de dos colitas, ruda, que siempre evadía mis coqueteos, es la misma que ahora es mi novia, o está en camino a hacerlo.

Mi vista cae en Finn, el cuál miraba en dirección a las chicas.

Si estaba mirando a Lola, lo mato.

Si estaba mirando a Victoria, lo mato.

Sin embargo, ninguno de mis movimientos daba resultado para llamar su atención. En un momento, Dolores se para y camina hasta la cocina, y ahí es cuándo entiendo que Finn miraba a mi hermana, ya que su vista se mantuvo en ese lugar. 

Como buen amigo, y hermano no-celoso que soy, –nótese mi sarcasmo–, le doy una patada, haciendo que éste caiga al suelo.

– ¿¡Qué te sucede!? –Pregunta desde abajo, sobando su trasero.

– Estabas mirando a mi hermana... –Le gruño y puedo notar que Victoria nos escuchó a la perfección. Sus mejillas tomaron color, como de costumbre, y a penas llegó Lola, juntaron sus cosas y subieron a los cuartos. Genial.

– Eso no es verdad. –Habla el otro, mientras se vuelve a sentar.

– Claro que sí. Sé perfectamente que te gusta. –Digo fulminándolo con la mirada.

– Ella no me ve así. –Rueda los ojos–. No te preocupes.

– Tienes tantas mujeres atrás, ¿y miras a Victoria?

– Perdóname, ¿sí? –Gruñe–. Es difícil no mirarla.

Subo mi puño, para estrellárselo en la cara, pero éste se tapa y se disculpa.

– No dije nada malo. Sólo la verdad. –Se defiende el castaño. Yo me relajo y asiento–. Además, no estoy para más golpes o amenazas por hoy.

Lo miro dudoso y frunzo el ceño– ¿De qué hablas?

– Su novio. –Aprieta la mandíbula–. Hoy me amenazó. ¿No te lo dijo? Es un enfermo mental. Peor que Christian.

Me dejó muy intranquilo eso, ¿lo decía en serio? Hombre, ¿es cierto lo que me dice o son celos? Tragué bastante saliva, tendré que hablar con ella.

– ¿Peor...?

– Peor. –Afirma, con los puños cerrados–. Está loco. Yo sé bien quién es. –Me mira–. Hay rumores de que ya le ha roto el corazón a un montón de chicas. ¿No crees que deberías ponerle los puntos? Lo mejor para Victoria es mantenerla lejos de él. Es un peligro.

De verdad que su horrorosa descripción hacia Logan, me aterra y sorprende. He hablado con él, parece una persona completamente diferente a la que Finn me está contando.

Niego con la cabeza y miro el maldito trabajo–. Ya, basta. Hablaremos de eso luego.

Finn para de hablar, enojado. Me mira en disculpa, como si se quisiera retractar de algo. Luego su rostro se nubla por la seriedad y se mantiene firme.

(...)

Observo el reloj, marcan las siete de la tarde, en punto. Estoy demorado ya.
Mi madre está dormida, Victoria, encerrada en su cuarto.

Me acuesto al lado de mi hermanita, con intensiones de consolarla y hacer cesar esos indomables llantos–. Todo se va a arreglar. Intenta dormir, ¿sí?

Asiente y me abraza fuerte, como si fuera una necesidad, apoyando su cabeza sobre mi pecho–. No te vayas otra vez, Max. Hiciste mucha falta en esta casa.

Correspondo aquél cálido abrazo y beso sus cabellos–. Lo prometo, pequeña. No me volveré a alejar.

Perdón, pero tendré que irme otra vez. Es por una buena causa, pequeña.

Me coloco el abrigo y salgo hacia mi trabajo. Hoy tengo hasta las 3:00 a.m. Genial. Agarro el auto y conduzco hasta el taller de autos, espero que Enrike no me mate.

– Te mataré. –Asegura, al verme entrar.

– Sabes que estoy complicado –levanto mis manos, en forma de inocencia–, será la última vez, hombre.

– Eso dices siempre. –Tira su cigarrillo y camina hacia otra dirección, subiéndose los pantalones.

Y así estuve, hasta las 3 a.m. arreglando aquél escarabajo. ¡Por Dios! Pensé que jamás lo terminaría; estaba hecho polvo. Esa mujer debería cambiarlo; ni que fuera Herbie.

Lavo mi cara, manos y brazos, y espero la paga de Enrike con ansias, mientras el calor que invade mi cuerpo, se aleja poco a poco.

– Aquí tienes, hijo. –Pone los billetes sobre una mesa, al frente mío–. ¿Es una mujer?

Abro los ojos como platos–. ¿Eh? –Es lo único que logro decir, más bien, preguntar.

– Por favor. No cualquiera acepta éste dinero, por trabajar de noche aquí. –Habla el sabio, sacando otro cigarrillo del paquete.

«Bueno, si fuera sabio no fumaría tanto.»

– Yo... –Paso mi mano por mi cabello, engrasándolo más, seguro–. Tal vez.

– ¿Tal vez? –Sonríe y sube una ceja, luego tose un poco y se sienta en una silla–. Pues entonces suerte. Se ve que vale mucho.

Sí, lo vale.

Largo un pesado suspiro, mientras conduzco a casa. Sí, adivinaron, lo hago por Lola. No entiendo qué mierda me pasa, pero desde que pasamos por el centro, aquella vez, y vio una pulsera que tan loca la volvió, pensé que podría regalársela.

Se la merece, parece inalcanzable la alegría que me genera esa chica. ¿Qué digo? Esa mujer. Ella es una mujer. Mi también hermana ya es una mujer. Ya crecimos, estamos en nuestro último año de Secundaria.

Nuestro último año juntos.

Estaré con Vicky, ya que si a ambos nos aceptan en la Universidad de Michigan, –cosa que seguro pasa–, podremos irnos juntos. ¿Pero, y los demás...?

Mi sonrisa se borra, aparco el auto en el garaje. No había pensado en eso. No había pensado en que nos quedan menos de seis meses juntos.

Evocar: sinónimo de recordar.

¿Quién era ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora