Capítulo 70

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— No debí... tratarte así. —Comenté, aún con dificultad.

Estaba cumpliendo mi día número cinco en el hospital, ya estaba mucho mejor, siempre hablando de salud. Caminaba sin incomodidad alguna, mi garganta estaba hinchada y algo moretoneada, pero aunque sea, no tenía el cuello ortopédico que tanto me molestaba.

— Mi amor. —Helen me sostuvo la mano.

Suspiré—. Sé... que es difícil... para ti.

Se relamió los labios, mirándome con angustia—. También estoy consciente de que es difícil para ustedes dos. Max ya lo sabe, me tomé el tiempo de contárselo, con cuidado de cómo se lo vaya a digerir. A simple vista, cualquiera en su sano juicio diría que se lo tomó bien, pero sinceramente ignoro su verdadero estado emocional.

Asiento con la cabeza, analizando la posibilidad de hablar con él sobre el tema, con el propósito de que me brinde algo se información acerca de su opinión, con respecto a la nueva relación que nuestra madre está teniendo.

Helen me dejó algunos libros en mi mesita y luego se levantó, para acomodar mis sábanas, besar mi frente e irse.

Al rato, apareció Rachel. La saludé amigablemente con una sonrisa. Me revisó, dándome buenas noticias.

Uhm... Tienes una visita, por cierto. —Comentó, anotando algunas cosas en mi informe médico.

— ¿Quién? —La observé con excitación.

— Logan, ¿puede ser que se llame así?

Abrí la boca pero no emití palabra alguna. El corazón pegó un salto hasta mi garganta y amenazó con salir disparado. Las escenas de Logan dándole piñas a Christian, se proyectaron en mi mente de una manera fugaz.
Rachel me observó con algo de preocupación.

— ¿Quieres que le diga que sigues en revisión y no puedes ver a nadie, por el momento?

Hubiese sido placentero decir que sí, pero también hubiese sido egoísta e inmaduro. Logan me salvó la vida, se tomó el tiempo de visitarme estos días, de preguntar por mí. Tal vez las primeras veces fue entendible que no lo recibiera, estaba pasando por un pésimo momento hablando tanto de salud como emocional. Sin embargo, patear las cosas para adelante no me dará ningún beneficio. Lo amo. Necesito hablar con él. Verlo. Sentirlo. Agradecerle y arreglar qué vamos a hacer en cuánto a nosotros.

No. —Finalicé—. Dame un momento... y luego... que entre.

Asintió y sin hacer ninguna objeción, comentario o pregunta, tomó sus cosas y salió de la habitación. Con cuidado me levanté, y con mayor agilidad que los días pasados, caminé hasta el baño. Me lavé la cara, los dientes y me peiné con un cepillo viejo que mi madre me había dado, ya que no encontraba el mío.

Mi aspecto dejaba bastante que desear, tenía ojeras y estaba algo pálida, pero mi color de piel resaltaba el rojo de mis labios. Mi cabello no estaba del todo mal, algunos rulos seguían intactos y el resplandor dorado, continuaba brillando y reluciéndose. Esto último tapaba bastante el corte en mi frente, el cuál estaba cubierto por una pequeña gasa.

Decidida a no torturarme por mi aspecto, ya que habían cosas peores, volví a mi cama y esperé ahí a Logan, pensando seriamente en mis palabras. No tardó demasiado en aparecer. Mis latidos se intensificaron y por mi cuerpo pasó una dosis de éxtasis que hacía tiempo no tenía.

No me dejó hablar y se abalanzó hacia mí, dándome un beso tan tierno, dulce, lento y recargado de angustia. Puso ambas manos a los costados de mi cuerpo, sobre la camilla y yo rodeé su cuello con mis brazos.

— Te amo. —Susurré, entre beso y beso, aún con los ojos cerrados, ya que estos retenían demasiadas lágrimas. Todas llenas de emociones: angustia, enojo, felicidad, amor. Se contradecían entre ellas. Ya nada tenía sentido, sólo el hecho de que lo amaba, y eso no estaba ni bien, ni mal.

— Te amo, Victoria. Te amo.

Contuve la respiración hasta que nuestros rostros se alejaron. Nunca me había sentido tan vulnerable.

— No me mires así. —Pedí casi en un susurro.

— ¿Así, cómo? —Cerró su mano sobre la mía.

— Con... pena. —Usé toda mi fuerza para que no se percatara de lo frágil que estaba mi voz.

Me lanzó una mirada de ternura. Yo, por otro lado, tan sólo pude regalarle un te amo, en todo este tiempo, ni siquiera una sonrisa. Mis ánimos no daban tanto como para mentirle.

— Nunca más voy a alejarme de ti. —Prometió, mientras se sentaba en la camilla.

Miré hacia otro lado. Eso se va a ver.

— Hay mucho... de lo que tenemos... que hablar. —Me aclaré la garganta, sintiendo un molesto dolor en ella. Odiaba estar así.

— Lo sé. Y lo haremos a su tiempo. Primero debes descansar. —Acarició mi mejilla. No pude evitar mirarlo. Su dedo pulgar me rozó los labios, luego pasó a mi pera y se alejó.

— ¿Es cierto...? —Pregunté con un hilo de voz.

— ¿Qué cosa? —Corrió un mechón rubio de mi rostro y lo colocó detrás de mi oreja, al tiempo en que se sentaba frente a mi.

Ignorando la manera en que su mirada recorría cada facción de mi cara, y la vergüenza que me daba eso, hablé:— ¿A Christian... lo mandaron... a un Internado?

Hizo una mueca de horror al escuchar su nombre.

— Así es. —Suspiró—. Mandaron a ese animal a un Internado lejos de aquí. Los padres no pudieron hacer más nada que enviarlo allí. Sus antecedentes eran espantosos, la Ley no lo dejaría libre.
»De cualquier manera, merece estar en la cárcel, es un peligro. Ningún Internado o jaula hará que ese infeliz aprenda.

Tragué con dificultad, sin saber por qué tenía tanta angustia—. No sé cómo... sentirme.

— Yo te diré cómo, feliz. —Puso énfasis en esa última palabra—. Aquella bestia está lejos de nosotros. Lejos de ti, que es lo más importante. Jamás te volverá a tocar. Yo mismo me ocuparé que nunca salga de ese maldito Internado.

— Logan... basta. Ya es demasiado.

Me miró con algo de culpa y asintió—. Lo lamento. —Se disculpó con esa voz gruesa que tan loca me vuelve. Miró el reloj, y temí que dijera lo que dijo—. Ya debo irme.

Tres palabras que hacían decaer todas mis fuerzas. Bufé frustrada, mientras sentía un gran pesar en mi cuerpo. Su presencia me hacía bien, me volvía más fuerte. Era muy poco tiempo el que podía estar conmigo, algo injusto, pero si no se iba, lo sacarían los doctores, y nadie quiere llegar a eso.

— Mañana regresaré. —Empezó a dejar una fila de besos desde mi mejilla hasta mis labios—. Te amo, preciosa.

Se levantó y se marchó, no sin antes regalarme una sonrisa. Ahí es dónde empecé a notar lo débil que estaba en su ausencia.

Llevé una mano a mi pecho, sintiendo ese vacío hacerse más grande. Mis dedos se deslizan por algo frío —comparado con mi cuerpo—, era mi collar. Lo miro y veo la llave. ¡Mierda! Me había olvidado de preguntarle por ella. Bien, tendré que hacerlo en otro momento, o sino, dejarlo a mi suerte.

¿Quién era ella?Where stories live. Discover now