Capítulo 54

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La luz que entra por la ventana me da en la cara. Gruño y me doy la vuelta para poder seguir durmiendo, pero ya es tarde, estoy despierta.
Me levanto y miro por dónde vienen los rayos de sol, pensando en quién la abrió.

— Chicas..., ¿qué hora es? —Golpeo la cama de mi costado, para despertar a alguna de las chicas, pero sólo encuentro el suave y frío colchón.

Asustada, miro a mis lados y, ¿qué me encuentro? Dos camas vacías. Paso mi mano por mi rostro y cuando empiezo a recobrar la cordura, me percato de algo: hoy es mi cumpleaños.

Respiro hondo y frunzo los labios. Tenía ganas de llorar, una profunda angustia se clava en mi pecho. No me había dado cuenta de que cada cumpleaños, mis padres se iban, y una vez que puedo pasar uno con mi madre. Yo me voy.

Lo sé, tengo miles de cumpleaños, pero en el momento, sólo te rompes, sólo puedes pensar en lo que te falta. Egoísta, ¿no?

Me levanto, pasando mis dedos por mi cabello, tirándolo para atrás. Le doy una ojeada al baño, la terraza, debajo de las camas, el armario. Nada. No había señales de mis amigas por ningún lado. Genial.

Sabía que se estaban escondiendo para saludarme o algo. Desde anoche que lo querían hacer, pero les dije que prefería irme a dormir, y antes de las doce, lo hice.

«Pareces una mal agradecida.»
Y lo soy.

Sinceramente odio las sorpresas, ese constante deseo de querer saber, me carcome. Pero, ¿saben qué es lo peor de las sorpresas? Cuando dejan de ser sorpresas.

Perdónenme por mi negatividad, no puedo evitarlo. Cada día como este, la daga se clava más en mi corazón. Una rutina de depresión.

Arrastro mis pies hasta el baño al mismo tiempo que me saco la ropa. Entro a la ducha y siento cómo mis músculos se relajan, mientras unas lágrimas de impotencia, se deslizan por mis ojos. ¿El motivo? No lo conozco, sólo déjenlas fluir.

Al terminar, salgo y me cambio rápido. Me pongo unos jeans negros, con unas botas de igual color, una remera manga larga toda blanca y un buzo color piel.
Me pongo algo de base y rubor, agarro mi cartera con las tarjetas de la habitación y decido bajar. Tenía un aspecto depresivo que debía tapar, las demás personas del hotel no merecen ver mi estado.
Aprieto el botón para ir al Lobby.

En parte, supongo que fue buena idea venir, no lo hubiese pasado bien con mi madre y Max, pensando en qué hará Ben. Aunque la respuesta es algo obvia: ignorarme, como lo ha hecho estos malditos años.

Las puertas del ascensor se abren y desfilo con la mejor actitud que mi cuerpo me puede dar. Avanzo a lo largo del Lobby y entro al restoran. Habían todas sillas al rededor y al medio, dos mesas enormes llenas de comida de todo tipo.

Busco con la mirada a mis amigos, pero no están. Me muerdo el labio, reteniendo estas innecesarias lágrimas y me siento a un costado, sola. Rasco mi entrecejo pensando que están guardando su sorpresa para el final, pero no me divierte.

Se están burlando, pensé. Por un momento, claro. Quisiera pensar que no serían capaces de hacerme esto el día de mi cumpleaños. Burlarse de mí. Reírse en mi cara. Son mis amigos, ¿no?

Luego de cansarme de todo el ruido de personas hablando, me levanto y camino a buscarme mi comida. Leche, Wafles, huevos fritos y tocino.

Con mi codo apoyado en la mesa, y mi mano sosteniendo mi rostro, pincho algo frustrad mi desayuno y lo llevo a mi boca. Exquisita comida. Mal día.

¿Quién era ella?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora