Frío

1K 116 16
                                    

¡Hécate!

El grito que proviene de mi garganta no es más que un estruendo desgarrado que corta el impacto de mi pie contra la puerta principal. El picaporte produce un chillido metálico contra la pared, agrietándola. Pequeños fragmentos de vidrios esparcidos en el suelo que me es titubeante. Mis ojos empañados, la falta de enfoque, el fuerte pulso tras mis corneas.

En mi pecho, su respiración es solo un pequeño impacto de calor contra mi piel. Demasiado lento, demasiado bajo, demasiado frío. Su cuerpo es pequeño y lánguido entre mis brazos, como una simple muñeca de trapo.

Avanzo a ciegas, mi boca en un beso eterno sobre su coronilla.

— ¡Hécate!

— ¡Aquí! —Dice entonces, su rostro disperso surgiendo de la neblina de mi vista. Sus ojos vagan cautelosos sobre las enredaderas que se adhieren al cuerpo de Perséfone. No puedo reparar más que en su voz titubeante— Llévala a la piscina, necesita entrar en calor. Estaré allí en un momento, déjame arreglar las cosas con los testigos.

Asiento, apenas recordando la presencia de ambas ninfas detrás de mi. Consigo ponerme en marcha aún cuando mis piernas han comenzado a temblar.

Me permito apoyar los labios otra vez contra su frente, rogando porque la calidez de mi aliento sea suficiente. Jadeo, el aire escaseando de mi pecho otra vez.

—Voy a sacarte de esto —le susurro, apresurando mis pasos— Voy a sacarte de esto, vas a superarlo. No voy a dejar que nada más te dañe, ¿De acuerdo? Es una promesa, no importa qué pase entre tú y yo: tú estás primero. Nadie volverá a tocarte. Voy a cuidar de ti.

Inhalo, el calor de las aguas llegando a mi a medida en que me adentro en el sótano. No soy consciente de mis piernas mojadas hasta que he repetido el mantra contra su piel una y otra vez.

Voy a cuidar de ti.

Es una promesa.

Los pasos pequeños y presurosos de Hécate resuenan a mi lado. Las ninfas corren tras ella, sus manos atareadas con las enredaderas que deben cortar. Lanzo una mirada hacia mi colega, quien sumerge su palma en la piscina.

—No es suficiente calor —dice entonces con los ojos empezando a cristalizarse, su cuerpo sumido de lleno en mantener su poder, sin permitirse perder un solo segundo más. El agua corre en círculos violentos, y atajo la cabeza de Perséfone contra mi pecho.

De repente, el calor es casi insoportable, pero la diosa entre mis brazos no presenta signos de darse cuenta de ello.

Hécate nada hasta posarse a mi lado, cogiendo la cabeza de Perséfone entre sus dedos. Tengo que hacer uso de todo mi autocontrol para dejarla ir.

—Necesita calmarse —susurra, acariciando su cara. Sus palmas golpean su ropa, sumergiendo su cuerpo de lleno hacia el calor. Los minutos parecen horas, y la insistencia de Hécate comienza a flaquear. Traga saliva, sus ojos en dos pequeñas rendijas— Ella no está dejando de pelear, Hades. Si no calma sus poderes, seguirá invernando. Si ella no...esto podría tardar años.

Un latigazo de dolor me estremece. Avanzo hacia ella, mi cuerpo aferrándose al de Kore en un auto reflejo.

— ¡No! —grito, y mis manos cogen su rostro helado. Las gotas de agua cálida caen desde mi cabello hasta su barbilla. Sollozo, dando pequeñas palmadas desesperadas en sus pómulos— No, no. ¿Me oyes? Tienes que despertar. No puedes desaparecer, Kore, por favor. —Tomo una pausa, en ella la respiración aún es débil y errática. Sofoco un grito de frustración ante la frialdad de su cuerpo—Tú eres la luz, ¿Recuerdas? Esto es solo simple oscuridad s-si no estás. N-no puedes encender todo lo que ha sido oscuro y luego simplemente dejarlo. No puedes simplemente dejarme. Por favor, por favor.

Puedo sentir la mirada angustiada de los presentes sobre mi, pero no puede importarme menos. Las lágrimas comienzan a mezclarse contra la humedad de mi piel, y mi pecho se siente pesado, ardiente y punzante. El ceño fruncido en dolor en su rostro solo me recuerda que ya he vivido esto antes.

El abandono.

La soledad.

Toco con gentileza el borde de su mandíbula, e inclino mi frente hacia la suya. Hablo sobre sus labios, mis ojos cerrados. La imagen de ella riéndose en las mañanas retumbando tras mis parpados.

—Debes despertar, debes pelear. Eso es lo que tú haces: no te das por vencida, peleas todo el tiempo. Aún debemos pelear un poco más. Aún nos falta viajar a Sicilia; necesito que me muestres que la pomelia no es solo un recuerdo vago de mi mente. —Me inclino aún más, mi voz sonando en sollozos inentendibles— Y-y aún debes mostrarme lo que fue mi hogar. Yo no recuerdo c-cómo se sentía, solo te tengo a ti. No puedes abandonarme sin pelear primero —Respiro, mis manos aferrándose a sus caderas— Discute conmigo, riñe, sonríe, sácame de quicio. Por favor.

Kore.

Περσεφόνηe...

— ¡Hades! —Hécate dice, justo antes de que el impacto de los brazos de Perséfone se aferre a mi espalda. Su jadeo tomando el aire de mi respiración, su cuerpo rígido y vivo bajo mis brazos.

Estoy entumecido en el momento en que tose, sacudiendo de su pecho los restos de frío. Mis labios tiemblan, pero mis manos cuidan de ella sin que yo pueda ser plenamente consciente de ello.

Jalo de su cabello hacia atrás, busco el calor de sus mejillas. Me siento sonreír entre las lágrimas.

—Aquí estás —susurro entonces, y ella se refugia en mis brazos. Palmeo sus pulmones con dulzura, sintiendo como el calor de su piel abraza a la mía. Me mezo con ella, mis labios besando su coronilla — Aquí estás, mi vida.

Ella tira de sí misma hacía atrás, sus ojos cerrados hacen un esfuerzo por abrirse. Toco con la palma su mejilla, y de repente dos faroles grises sin pupilas me devuelven una mirada desesperada.

—Hades —susurra con necesidad, y sus manos pequeñas me trepan por el pecho mientras su mirada se despeja.

Leves círculos negros se posan bajo sus orbes, pero el color rosa comienza a surgir en ellos nuevamente. Las heridas en su piel, sin embargo, parecen acentuarse.

Jadeo hacia ella, al calor de su aliento tibio.

—Hola —musito, y la atraigo hacia mi. Hablo suave sobre sus labios, y limpio con dulzura las lágrimas que ha comenzado a soltar. —Tranquila, cariño. Te tengo.

—H-hacía demasiado frío —dice entonces, con su voz baja y pequeña, y yo me hundo contra su cuello.

Beso la piel herida y expuesta, mis manos sujetando su cadera y su cabeza.

—Ya lo sé...

La abrazo un poco más, sintiendo como las olas del agua comienzan a calmarse. Pego mi nariz a la suya, y dejo un beso casto sobre sus labios.

—Ya lo sé, mi amor.


Aquí también hacía frío. 

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora