Baile I

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Me echo aire con la mano una vez más, ahogando a duras penas el calor que me enrojece el cuello y el pecho. Sacudo mis manos, sintiendo cómo el temblor en ellas comprueba que el miedo y yo nunca habíamos sido los mejores aliados.

Doy un paso al frente hacia el espejo de pie, y cruzo miradas conmigo misma desde mi reflejo. Tengo los ojos como la plata ahumada, los bordes negros del esfumado rasgando por completo la forma infantil en ellos. La boca roja como la sangre que he visto surgir de los mortales, y el pelo suelto, incómodo, y a medio rizar bailándome en la cintura y el escote. Eros había enloquecido con aquella abertura en forma de corazón en un vestido negro, de corte largo y recto y de ligas brillantes que unían la raja en el único muslo que quedaba al descubierto. Yo podría bordear la calificación de sexy justo ahora, si tan solo pudiese quitarme la cara de tormento que me perseguía desde que me había despertado.

No habían sido días fáciles, no desde nuestra última discusión, no desde que me había aparecido ante el estudio de Hades la tarde pasada. Todavía recordaba mis propias palabras, la trémula esperanza calándose en mi voz mientras le farfullaba que Hefesto se había ofrecido como mi cita. Y juro que había presenciado el momento exacto en que en el que sus pupilas devoraban las grietas azules de sus ojos, y algo cálido comenzó a crecer en mi pecho hasta que de él no escapó ni la más mínima réplica. Se había limitado a mirarme como si yo fuese un despacho más, echándome en cuanto me aseguró que ya estaba al tanto de con quién iría al día siguiente, y que con quien yo decidiese ir no pertenecía a ningún tema de su interés. El baile era solo una estrategia contra Zeus, nada más.

Y estaba jodidamente furiosa por la desilusión que escalaba a grandes rasgos dentro de mi. Más que furiosa, podía sentir las enredaderas de la decepción adueñándose de mi corazón. No era como si yo no pudiese entender su enfado, y definitivamente estaba consciente de que, por mi lado, había actuado de acuerdo a las circunstancias. Nos entendía a ambos, pero el hecho de que él decidiese mantenerme lejos con todo este trato de la ley del hielo era agobiante. Asfixiante.

Agotador. Reconozco para mis adentros. Todo este estúpido circo del orgullo era agotador.

Me lanzo una última mirada de cuerpo completo, evaluando que el vestido se ajuste en los lugares correctos. Mis tacones altos hacen un sordo eco a través del pasillo vacío, y este solo logra romperse en cuanto escucho las tenues voces al comienzo de la escalera.

Reconozco la áspera tonalidad de Hades ante el primer comentario irónico.

Entonces, este trabajo a medio tiempo tuyo...

Me sorprendo ante la irritabilidad en la siempre impasible voz de Hefesto.

A tiempo completo. Es un trabajo a tiempo completo.

¿Ah, sí? ¿Puede uno subsistir a base de jueguitos de ordenador? Qué impresionante, toda una monada. Los niños de ahora se las ingenian con todo.

Ruedo los ojos ante el evidente sarcasmo, decidiéndome a bajar los escalones antes de que Hades tenga otra oportunidad de ponerse a sí mismo en ridículo. Hefesto había llegado a por mi desde hacia quince minutos, y realmente debía compadecerme de su pobre alma si Hades había estado a su lado desde entonces.

No necesito bajar más de media escalera cuando su charla se interrumpe. Puedo sentir su mirada penetrante mientras cuento mentalmente los últimos peldaños, aprisionando mis manos en fuertes puños de uñas punzantes. Cuatro, susurro para mi. Tres. Dos. El silencio es tan agudo que oigo el jadeo ahogado que escapa de sus labios en cuanto puede verme lejos de la oscuridad.

Uno.

Mierda.

Sus ojos negros me devoran una y otra vez, y yo no puedo evitar perderme en él, en su cabello echado hacia atrás, en el esmoquin negro con corbata a juego, o en el pañuelo rojo en su pecho, rojo como la sangre, rojo como mis labios.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant