Rogar.

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|Me veo en la obligación de advertir que el siguiente relato posee un contenido de severa violencia, por lo que su lectura ha de reservarse para mayores de dieciséis años. Dicho y aclarado lo anterior; muere, Apolo de mierda.|

Trazo con paciencia el infinito recorrido de su cabello suave. Justo en la punta de mis dedos, los pétalos de flores negras y marchitas sensibilizan mi tacto.
Ella ha dormido intranquila, y aquella boca lista y dulce está sellada en un mohín. Sus ojos aletean en busca de un escape a las imágenes negativas de su mente, y su mano pequeña se envuelve con determinación alrededor de mi camisa.

Sujeto su mejilla con mi palma, deshaciendo la necesidad de echarme a su lado y abrazarla por la suma de mi eternidad y la suya.
Mi dulce Persefone.

Contengo el desgarro de mi garganta al observar el rastro húmedo por sobre sus pestañas, y beso el dorso de su mano, aspirando su aroma lo suficiente como para no extrañarla demasiado.
Me deslizo de su lado, y coloco mis pies en los zapatos. Mi móvil vibra mientras alcanzo el umbral de la puerta del dormitorio.

Jefe, ya estamos aquí.

Hermes.

Con un suspiro, miro a mi diosa aferrarse a las sábanas antes de desaparecer hacia las escaleras. Una vez que cierro la puerta del coche y las ráfagas de la ciudad se dispersan en la velocidad, coloco el móvil en mi oreja.
Aprieto el volante, decidido a calmarme.

Jefe.

Hermes. Llevalo hacia el callejón que hemos acordado, y asegurate de que no haya nadie presente.

Señor ¿Es necesario que se firme un contrato de trabajo en las afueras del inframundo? No es por ser descortes, pero...

Siento la sangre rugir en mis venas.

—Así es como yo arreglo las cosas, Hermes. Solo has lo que te digo.

Silencio.

Sí, señor.

Tomo la siguiente curva con cierta violencia, y la carretera se abre paso ante mis ojos.

—Y, Hermes —le llamo— quiero a Zeus fuera de esto.

¿Señor?

—No te preocupes, no es nada grave. —El monstruo en mi interior tira de mi en una sonrisa sádica— Es que Zeus no es partidario de que un dios de luz esté en el inframundo.

Cuelgo.

Porque ha de apagarse pienso, y presiono el acelerador.

Cuando las luces de la ciudad son destellos infinitos en la lejanía, la furia que he estado conteniendo puja por salir hacia el exterior.
He sido cuidadoso, he trazado cada paso de este estúpido plan. Y el muy idiota de Apolo ha creído que yo necesito de sus servicios.
Naturalmente, se negó. Pero un rey es un rey, y sus órdenes son leyes, no importa qué tanto se modernice el mundo.
Hermes es solo un eslabón de la farsa, una tonta manera de hacerle creer que está a salvo.
Cuando las luces de mi coche se apagan y mis pasos resuenan en la tierra húmeda de lodo putrefacto, soy consciente de que he llegado. Mis cicatrices forman una fogata que quema cada fibra nerviosa en mi, y, cuando el callejón poco iluminado emerge en la oscuridad, tres pares de ojos me devuelven la mirada.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora