Cuestionar

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Si he de poder manejar el tiempo a mi antojo alguna vez, repetiría el mismo día y la misma hora por el resto de la eternidad. Si pudiese hacerlo, si las manecillas del reloj fuesen mías, me ubicaría a mi misma en aquella noche, en su pecho desnudo bajo mi mejilla, en aquel susurro de las sábanas que prometían un mundo en pausa. Volvería allí a cada momento, me aseguraría de atesorar cada caricia sin prisa, de saborear la lentitud de los besos. Sin embargo, ese poder no me pertenecía, y el tiempo y las obligaciones se habían llevado aquella burbuja en la que ambos nos habíamos refugiado. Era algo en lo que había pensado a menudo mientras los días en la oficina y la vuelta al trabajo volvían a mi rutina, y no era una distracción sencilla de olvidar cuando su mirada cálida se posaba en mí durante toda reunión.

Thanatos está dando un último discurso sobre el descenso de almas, y mi mano escribe por pura inercia cada una de sus palabras en el block de notas. Estamos en la oficina este, la más pequeña y personal de todas, sentados alrededor de una mesa vidriada en la que Hermes está apoyando la cabeza con desgana. Han pasado un poco más de dos semanas, pero Hades me ha insistido por mi asistencia a cada una de estas juntas, en paralelo con el pleno estudio de las mismas. Ahora, con la quinta reunión del día, mi cerebro no parece muy predispuesto a someterse a ellas con cuidado, sobre todo si tenía sus ojos de pestañas largas acechándome desde la otra punta del salón.

Hades se pasa un índice en los labios, y me da un guiño disimulado cuando le miro. Ignora con intención el reproche en mis gestos y se guarda una sonrisa detrás de la mano.

—No quiero sonar grosero —Thanatos dice, golpeteando los papeles en su mano— Pero siento que nadie aquí me está prestando atención.

Abro los ojos, mientras la mirada de Hades continúa anclada a mi rostro. Hécate se encoje de hombros, sorbiendo su café con desinterés y Hermes sacude la cabeza una vez.

—Han sido tantas reuniones que ya no estoy entendiendo nada —Con la voz amortiguada por su mejilla contra el cristal, él me contempla con ruego— Explícame, P.

Hades carraspea, y enarca una ceja en cuanto le miro. Le hago un gesto con la mano y me inclino hacia mi amigo, bajando la voz con cautela.

—Es el mismo problema en el porcentaje de recibidos —señalo el papel en mis manos, Hermes se inclina con cuidado hacia los garabatos en él— Piensa en ello como un campo de potrillos que solo se reproducen y superpueblan la tierra y que, para equilibrarlo, el dueño los adentra en un corral hasta que pueda liberarlos en una nueva pradera.

—Siempre haces que sea más fácil —me sonríe, una mueca de confusión en la boca— ¿Y cuál es el problema?

—Que el corral se ha llenado.

Él parpadea.

— ¿La playa está repleta? ¿Por qué diablos?

Lanzo una mirada cuidadosa hacia los conocidos ojos azules que me vigilan con interés.

—Porque el pase del corral a la pradera es muy caro. Es una cosa al estilo oferta y demanda.

Hécate sonríe detrás de su café, y Thanatos eleva una ceja, sus labios en una línea recta en cuanto me dirige la voz.

—Perséfone...

Hades levanta una mano, mirándome con un desafío juguetón en los ojos.

—Ya has hablado suficiente. Déjala que se explique.

Thanatos se remueve,

—A ti no te gusta que cuestionen lo de la playa.

—Tiene que practicar.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora