Mortal.

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—Zeús, recuérdame otra vez porqué estoy aquí contigo cuando tengo a mi mujer para pasar las noches. Los humanos huelen raro cuando beben.

Reconozco el brillo de sus ojos en medio de la oscuridad. El reflejo de las velas baila en las ondas del vino, y las risas retumban como campanillas en el vidrio de la copa que agita.
No parece existir rastro de remordimiento en la postura despreocupada de su cuerpo, así que tomo parte de mi tiempo en recostarme en el sillón de cuero del exterior. Pese a estar presentes en medio de una fiesta prestigiosa, ni los reyes mortales parecen saber apreciar la posesión de los buenos muebles.

Tanteo la túnica que me he visto en obligación de usar, y recorro con la punta de los dedos el frío metal del móvil. Me incorporo y froto el dorso de mi mano en los labios. Me pregunto, casi con demasiada frecuencia, en qué ocupará su tiempo cuando no puedo verla. Añoro al mundo de posibilidades que se abre ante ello. Me gustaría saber cuáles son sus pasatiempos, qué programas mira a la hora del ocio, la página del libro en la que se detiene cuando sabe que no hay reloj limitándole el tiempo. Me pregunto, casi con vergüenza, si me extrañará la mitad de lo que yo la extraño cuando no la tengo cerca.

—Porque vivo haciéndote favores —dice, sus pasos ofreciéndome ciegas pistas de su posición. Se detiene justo cuando siento su calor a un costado, y posa una mano sobre mi hombro. Inclina su cuerpo hacia el mío, de modo que su voz toca mi oído — Y tú no tienes a ninguna mujer, o al menos, no a una que esté enterada de ello. Ven, vamos a entrar, he visto a mi presa.

Mastico la respuesta y la trago a medio saborear. No tengo ninguna intención de revelar los acontecimientos recientes que me han llevado a nombrar a Perséfone de tal manera. Por más que el idiota de mi hermano disfrute con llevarme la contraria, mantener los recuerdos de su toque solo para mi resuelve todo lo demás. No querría compartir su dulzura ni en palabras.

Es, después de todo, mi dulce secreto.

El temblor del suelo ante los pasos de baile entorpecidos por el alcohol retumba bajo mis pies. Hecho una ojeada descuidada a mi alrededor, y decido que nunca podría acostumbrarme a ellos. Por algún extraño motivo, cuando aún están vivos, sus almas bailan en la controversia. Se tiran y aflojan alrededor del mal, del engaño, de los excesos. Por el contrario, cuando el cuerpo da un último respiro, no hay más que solo bondad. Bondad y pureza, como si hubiese algo aquí, en estas tierras, en este suelo, en estos árboles, que corrompiera todo lo demás.

Zeús suelta una risa estudiada, y me remuevo por dentro al verle sonreír a una dama. Me fijo en su fachada de hombre rico, de túnica cara y pesada y una sonrisa influyente. Pienso en las veces que ha pensado que ocultaba todos estos desaires de su mujer.

Los dioses son corruptos también.

Ojalá Hera decida amarse lo suficiente como para dejarlo algún día.

—¿Está ocupado este asiento?

Volteo hacia la voz femenina que pregunta. Una joven de cabello oscuro y gesto hastiado se sienta a mi lado luego de que asiento. Fija la vista hacia el frente, y una arruga pequeña le baila en el ceño.

—¿Es tu amigo? —Su mirada se posa en mi. No me gusta la manera que tiene de alzar la barbilla, como si yo no fuese quien hará los papeleos de su alma cuando deje este mundo.

Observo a Zeús con un dejo de cólera.

— Si fuese así  —le digo—no me vería en la obligación de estar aquí. Es mi hermano, para mi gran fortuna.

—Ya veo —Chasquea—Bueno, bien podrías decirle que pierde su tiempo coqueteando con ella.

Resoplo, realmente no interesado en las posibilidades de ligue de mi hermano pequeño. La mujer a mi lado carraspea, exigiendo una pregunta de cortesía. Apoyo la barbilla en una mano, y alzo una ceja hacia ella.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Where stories live. Discover now