Diosa

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Cuando cojo su mano para ayudarle a salir del carro, su piel ya está fría y su tacto tembloroso. No soy consciente de la situación hasta que sus ojos de luna, enormes y brillantes, reflejan su silueta. Tiesa y boquiabierta, Perséfone admira, casi con incredulidad, la figura que ahora se escurre por las sombras. Sus pasos ya le habían llevado hasta el último escalón del porche para cuando volteé hacía ella.

Su nombre sale de mi boca casi como una súplica.

—Minthe.

Minthe sonríe con desgana, sus brazos finos abrazando su cintura.

—Vaya, y yo que creí que estarías acurrucado como un niño bajo las mantas —dice, y se echa el pelo hacía atrás con una mano. Repasa a Perséfone con una sobrada de ojos, y luego se enfoca en mí. Sus pupilas tienen el mismo tinte profundo y muerto que el de hace unas horas— Veo que ya tienes a quién recurrir para que te mienta y sentirte menos miserable.

Siento los pies de Perséfone cambiar de posición.

— ¿Perdón?

En un gesto que siempre he odiado, Minthe arruga los labios hacia un costado.

—Tú sabes, no tienes que fingir desconcierto. Todos aquí, incluso este gran iluso, sabemos lo que haces. No hace falta, de verdad. Yo entiendo que puede ser un trabajo extenuante, me he ocupado de ello durante un buen par de años.

Perséfone parece reacia a preguntar, casi como si temiese mostrarse ignorante ante ella.

— ¿Trabajo dices?

La ninfa ante nosotros inclina su peso en la cadera. Observo por primera vez que aún tiene el conjunto de esta tarde, casi como si hubiese salido disparada desde el trabajo hasta aquí.
Carraspeando a su comentario anterior, coloco las manos en los bolsillos.

— ¿Has estado esperándome durante mucho tiempo? —pregunto, y tomo un paso más cerca de Perséfone. No quiero que ella piense que la presencia de Minthe aquí es recurrente.

—Supongo que el mismo tiempo que has tardado en ir a buscarla —contesta con desdén.

Elevo la barbilla, de repente demasiado cansado para una escena melodramática. Esta no era la idea que había –ingenuamente- creado en mi mente para esta noche. Cuando una suave y helada ventisca me guía a colocar un brazo alrededor de los hombros de Kore, administrándole calor a su figura temblorosa, el peso del día se hace casi insoportable. Sin embargo, en el momento en que mis dedos tocan su piel, ella se inclina hacía mi más de lo que lo ha hecho delante de alguien alguna vez, y sé que solo quiero entrar a casa, coger una manta y enterrarme en su cuello por lo que resta de la madrugada.

Los ojos de Minthe queman en mi rostro, pero yo solo puedo ver el perfil tenso de Perséfone mientras le contesto.

—Creo que deberías irte, Minthe.

Su voz es una carcajada incrédula.

— ¿Disculpa?

—No es correcto que aparezcas por mi casa a estas horas. No quiero que lo hagas más.

Siento mis músculos tensarse en cuanto una chispa alumbra sus pupilas. He visto esa mirada antes, y las sesiones de terapia aún no han borrado lo que sus palabras me han hecho sentir en el pasado. Si no perdiese mi orgullo ante ello, lo diría: temo el poder que Minthe ha robado de mí. Temo la información que maneja, y temo, por sobre todo, lo que hace con ella.
Estoy tragando el aire faltante en mi pecho en cuanto ella se acerca con pasos seguros y tajantes.

—Me he aparecido por aquí más veces de las que puedo recordar ¿Y ahora soy negada? Válgame, qué barbaridad. ¿No lo recuerdas? Me llamabas a altas horas de la noche para que viniese a consolar tu deplorable estado emocional. Por no decir físico, el alcohol siempre te ha convertido en un ser horrible.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora