Preciosa.

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Tengo las yemas de sus dedos contorneando un camino lento sobre la tela que cubre mi muslo. La piel que está por debajo se ahoga en el incendio de su toque mientras repite el gesto una y otra vez.

Cuando creo sentir un aumento de presión en sus caricias, sus manos se alejan y trazan con delicadeza los bordes de mi cuerpo. Es lento y pausado, y, cuando deja mi cintura y me roza la clavícula, me siento desfallecer. Sus palmas son enormes, por lo que el borde de su muñeca ondea burlonamente sobre el comienzo de mis senos. Le dejo escapar un suspiro tembloroso en medio del beso, el cual recoge con suavidad, separándose de mi con una sonrisa socarrona.

Siento los límites impuestos deshacerse en mil tonos del color de sus ojos.

Los labios de Hades se inclinan ligeramente, posándose en mi mejilla. No se separan de mi piel cuando repite la operación con el lado contrario, ni mucho menos cuando me besa la frente, el contorno de la nariz, mis parpados. Su lengua roza mi boca en un toque tímido, y sus manos me cogen el rostro, tocando los puntos besados en ellos.

Por un momento, ya no logro distinguir mi calor del suyo, ni el aire que inspiro del aire que él exhala.

Todo lo que puedo sentir es a Hades.

Hades cerniéndose sobre mi, acariciándome como si yo fuese a faltarle mañana.

Cuando alzo los brazos para colocar mi mano en el canto de su mandíbula, él se inclina, refregándose y buscando con anhelo el cariño en ella. Su ceño fruncido, su boca tensa, y las pestañas inquietas de sus ojos cerrados.

Todo lo que puedo ver es a Hades.

—Si no ha quedado claro —murmura, mirándome. Sus ojos nublados y cálidos quemándome— He estado amándote por un largo, largo tiempo.

Comprendo entonces, mientras la respiración se me anuda en la garganta y él coge mi cuerpo entre sus brazos, toda la dulzura rebosante de su actuar. Hades no pretende tenderme en una mesada y acabar conmigo, tampoco se propone un choque frenético y descontrolado. Pretende paciencia, espera y devoción.

Sube las escaleras conmigo a cuestas, y pego mi nariz a su cuello. Él besa el tope de mi cabeza con cariño, y me sienta con cuidado en su cama. Me sonríe, juntando su nariz con la mía. Y luego sus manos acarician con ternura el largo de mis piernas hasta detenerse en mis pies. Arrugo la boca, avergonzada, pero no hay burla en su expresión ante mis pantuflas de conejo. Sus manos se deshacen de ellas con cuidado, procurando acariciar la planta de mis pies a su paso. Cuando la electricidad de su toque tira de mi en una sacudida, sus labios besan el inicio de mis tobillos.

Estoy abrumada, y boqueo hacia él en busca de una guía. Deseo que me diga qué hacer, que me instruya. No ha habido pausa en el pasado, no ha habido paciencia. Forcejeo contra mi inseguridad mientras su cuerpo hace peso en el colchón. Siento su calor mientras se sienta detrás de mi, y él me encaja entre sus piernas. Su barbilla apoyada en mi clavícula, y sus manos dulces jugando con las puntas de mi cabello.

—Por si hoy he olvidado recordártelo —dice, cogiendo mi mano y entrelazando nuestros dedos. Su aliento me golpea en un punto desconocido de mi intimidad en cuanto susurra en mi oído— Eres la mujer más preciosa del mundo, Perséfone. —Besa con adoración los músculos de mi cuello, su toque escalando hasta mis hombros y apoyándose en mis omóplatos. —De verdad, lo más precioso que existe.

Parpadeo a la bruma de emoción que sus palabras me causan, y decido concentrarme en el extenso placer de sus dedos masajeando con entereza el comienzo de mi espalda. La tensión de mis nervios se evapora en cuanto recargo mi cabeza contra él, y siento su voz suave susurrarme con ternura los mil y un halagos. Las lágrimas se agolpan en mis ojos cuando su muslo roza mi cadera y me vuelvo consciente de mi falta de desnudez.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant