Rapto

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Lo primero de lo que soy consciente al llegar es del miedo.

Tal vez alguien más ingenuo se habría visto arrollado por la intensa furia en sus ojos opacos, incluso puede que uno que otro dios se hubiese echado a temblar ante la imponencia de su imagen. Pero en algún tiempo lejano, Deme había sido parte del reducido mundo al que había pertenecido, y yo podía leer en ella aquellos sentimientos que se escapaban de los demás. El más grande de ellos, aquel que me enfrentó en el momento en que crucé el salón, era el miedo. El terror absoluto.

La habitación es espaciosa e iluminada, las cortinas ondean con los rayos del sol. Sin embargo, diviso la explosión de tierra en el suelo, y los tallos dolorosos y punzantes que comprenden la figura de la diosa de la cosecha.

Ella me mira durante todo un segundo, su barbilla erguida y temblorosa. Eloise se escabulle por detrás de mí, ocupando su lugar invisible en algún punto detrás del gran sofá del que Deméter se acaba de incorporar.

Le devuelvo la mirada, de repente deseoso de llevar algo más que una sudadera desgastada y unos pantalones desgarbados. Asiento una vez.

—Deméter.

Ella no responde a mi inclinación de cabeza. Se limita a mirarme con las pupilas dilatas.

—Aidoneo.

—Hades —susurro con gravedad, desprendiéndome del nombre con el que mi madre me había marcado— Sabes que solo soy Hades.

Un rasgo cruel le parte el rostro en dos cuando se mofa de mí.

—Yo no sé nada sobre ti.

—Deme, por favor...

—Solo sé que deberías irte. Ya te has divertido lo suficiente.

Ella apresa el broche que sostiene su túnica. Tiene las manos explotas en venas sobresalientes, su piel aguantando con esfuerzo su verdadera forma de diosa. Yo sacudo la cabeza, el aire caldeándose a nuestro alrededor.

— ¿Cómo dices?

—Ya tomaste lo que querías. Deja que recoja los pedazos que has dejado de mi hija y me haga cargo de ellos.

El frío se cuela por medio de la habitación, casi como si de una u otra manera las palabras de Deméter lograsen opacar el calor de Helios. Detrás de mí, los pasos de Perséfone son suaves.

—Mamá —llama una vez, y Deméter se voltea a mirarla. Puedo vislumbrar el momento exacto en que sus ojos se estrechan ante nuestra proximidad. Los cierra durante un momento, aguantando la respiración.

—Acostúmbrate a la verdad —ella le sisea.

Una picazón en mi cuello se adueña de mi piel, y me obligo a no darle el lujo de ceder ante las provocaciones. Detengo a Perséfone con un gesto de mano.

—Lo que sea que estés insinuando —digo— Retíralo ahora mismo.

Deméter no se digna a mirarme desde su aparente calma.

—No tienes que seguir fingiendo más, no voy a tolerar ni una sola burla de tu parte. Estos son mis dominios, y como su señora, exijo que te vayas.

—No voy a dejarla sola.

—Entonces tocará esperar hasta que el Inframundo te reclame —Ella estudia mi rostro, sus ojos vacíos fijos en mi piel traslucida— Y eso será pronto. Puedes esperar por ello en la sala.

—Deméter...

La mano de Perséfone coge con cuidado la mía, un apretón suave como muestra de contención. Cuando voy a corresponder el gesto para su tranquilidad, Deméter cruza el espacio entre nosotros de una zancada. La ha cogido del brazo, escondiéndola detrás de sí.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Where stories live. Discover now