Respeto

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Me despierta el tintineo de la porcelana chocando entre sí, el aroma del té y el pan caliente.

Y su olor.

Madera, cuero, y noche.

Abro los ojos con pereza, la luz del velador simulando la claridad del día que aquí no existe. La figura larga e inclinada que deja una bandeja de desayuno junto a la mesita auxiliar.

Parpadeo un par de veces, y su rostro a trasluz parece dibujar una sonrisa tímida. Los músculos de su brazo se tensan en cuanto apoya las palmas en el colchón de la cama, y el calor se agolpa en mi vientre cuando deja un beso casto en el tope de mi cabeza.

Tiene los ojos líquidos, amables y cariñosos. Ahora que mi vista puede adaptarse mejor, los colores de su piel vibran en todo su esplendor. Se le forman unas arrugas pequeñas en las esquinas cuando me sonríe otra vez.

—Buenos días, diosa.

Me remuevo en mi lugar, buscando el sonido de mi voz en medio del sueño.

—Buenos días, su majestad.

Él toma una pausa, sus dedos masajeando los nudillos de su mano libre.

—Gracias por lo de anoche.

—No tienes nada que agradecer, tú habrías hecho lo mismo.

Me mira por todo un minuto, sus pestañas creando un arco de sombra que le hace el gesto aún más suave.

—Por supuesto.

—Y no diré nada al respecto, tu secreto está a salvo conmigo.

Se muerde los labios y achina los ojos, la diversión y el cariño bailando en ellos. Me toca la mejilla con la palma, y luego corre con el índice los cabellos sueltos y desprolijos de mi despertar.

—Cuéntale a todos si quieres, yo les diría orgulloso que mi mujer me espantó los miedos. No tengo nada de qué avergonzarme.

La frase me escala como un líquido caliente que explota mis venas. Lo siento recorrer cada extensión hasta que este se desparrama en medio de mi pecho.

Tiro de las mantas, y me cubro el rojo del rostro con ellas.

—Hades —reprocho con debilidad, pero él no deja de sonreír ni una vez.

Alza las manos, y agacha la cabeza. Un brillo burlón en su mirada como prueba de su falta de remordimiento.

—Lo siento —me dice, y yo niego una vez. Coge una taza de la bandeja, y me acerca con cuidado su calor humeante— He preparado el desayuno, en la charola están las tostadas. Las he condimentado como te gustan.

Me refriego un ojo, incorporándome para recibir los alimentos. Él se derrite con el gesto, y yo escondo mi vergüenza en el té caliente.

— ¿Todos estos mimos solo porque te he dejado dormir aquí?

Hades pellizca con dulzura el pliegue de mi brazo.

—Diosa, yo siempre estoy haciéndote de desayunar. Que tu enfado te ciegue no es culpa mía.

Pienso en el pan caliente y en la tetera llena de cada semana.

—Dijiste que una empleada te cocinaba en las mañanas.

Él ríe.

—Yo también puedo fingirme orgulloso, no es solo cosa tuya.

Me ruborizo, y el recuerdo de cada desayuno no agradecido ronda con culpa por encima de mi cabeza.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Where stories live. Discover now