Lugar seguro

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Siempre he pensado que las noches eternas del Inframundo eran un regalo para la vista, como un infinito manto cálido que me abrigaba sin un sol que lo interrumpiera. Nunca pude notar en ellas el frío o el miedo que los demás tanto osaban criticar.

Al menos, así era hasta que Hades volteó hacía mi sus ojos tristes esta noche. En este momento, la oscuridad que tanto había amado convertía sus sombras y destellos en fieras neblinas que me oprimían el pecho. El silencio que agradecía en cada despertar era ahora una presencia siniestra, ensordecedora. De repente, me sentí más extraña a este mundo que antes.

Extraña a todo lo que anteriormente había sentido mío: este lugar, esta oscuridad, este hombre.

Los consejos de Hera quemaban en mi sien. Había sido sincera con ella, las palabras habían brotado de mi sin ningún tipo de oposición. Ahora ella era mi albergue de secretos, la fiel conocedora de cada llaga punzante en mi piel. Apolo, sus extorsiones, las fotos, el ataque de ira y la culpa ya no formaban parte de lo oculto, al fin había podido compartirlo, darles luz.
Ante todo, mi inquietud estaba sujeta hacía el bienestar de Hades. Cuando estuve al tanto que los medios hambrientos de poder habían estado persiguiéndome, buscando mi cabeza y pisoteando mi dignidad, supe que debía alejarme. Todo en mi era ya como la tinta espesa; mi pasado, mi presente. Sumado a las fotografías y a mis errores cometidos, debía mantener a Hades lo más lejos posible del tintero. Jamás podría perdonarme que su reinado recibiese una mancha de mi parte.

Hera supo comprender que en cuanto desperté en la piscina, con sus brazos rodeándome y un par de testigos a nuestro alrededor, el pánico me inundó. En estos momentos yo representaba la rebeldía para los tres reinos, el pecado y la persecución. Que uno de los reyes, en especial el del orden de la muerte, me protegiese y amparase, no podría traer consigo más que un daño perjudicial a su imagen y a su poder. Un enfrentamiento entre los mandos, una guerra inevitable entre el Olimpo y el Inframundo. Yo no podía quitarle el respeto que a base de su propia integridad él había ganado, tampoco podía ocasionar un quiebre contra la única familia que le quedaba. Hera me lo había hecho saber muy bien.

Vas a fingir que todo ha sido una explosión de tus emociones —me dijo en ese entonces, con su barbilla temblando y lágrimas espesas manchando su cara— Yo voy a ocuparme de las fotos, pero tardaré en contactar a Hefesto. Hades no puede saber que Apolo ha intentado extorsionarte con ello.

Por un instante, el mismo rostro torturado que estoy mirando frente a mi pasó por mi mente. La voz me tembló ligeramente cuando quise negarme.

Él va a estar muy herido —dije, sosteniendo sus manos— No quiero que piense que lo he usado. Él no merece sentir eso de nuevo.

Hera asintió, su gesto aún era duro como el mármol.

Lo prefiero herido y tranquilo a iracundo e irracional. Si Hades se entera, será una catástrofe. Y aunque me niegue a admitirlo, llevarle la contraria a Zeus requiere de más atención de la que él podría tener tras una confesión así. La furia va a cegarlo, pero el dolor lo mantendrá en vigilia. Lo conozco mejor que nadie.

Recuerdo haber negado, mi cabeza trabajando por encontrar otra salida.

Hera, no puedo hacerlo. No voy a lastimarlo a propósito, n-no es correcto.

Lo es si quieres proteger todo lo que él ha construido. —abrí la boca para objetar, mi corazón estrujándose en mis puños cerrados. Hera alzó la mano, y me silenció con tristeza— Es una orden, Perséfone.

Ahora, Hades avanzaba hacía mi con un paso lento, pausado. Casi como si rogase por la existencia de unos minutos más en las horas. Hice un gesto con mi mano, guiándolo a la cocina, preparando mentalmente cada calculada mentira.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt