Traidor

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—Hola, muchacho.

Los ojos de Cerbero relampaguean a la vez, su nariz fría y húmeda hurgando contra mi piel expuesta por fuera del edredón que me protege del viento gélido. Toco una de sus cabezas, mis dedos hurgando entre el pelaje corto.

La mañana oscura del Inframundo ha llegado, y es casi tan típica y cotidiana como el sentimiento de culpa burbujeando en mi interior.

A lo lejos, la puerta del cuarto de arriba emite un fuerte sonido. Escucho las pisadas ir y venir en el techo, como un recordatorio furioso de todo lo que ha acontecido en un par de horas. Hades había tenido un sueño intranquilo, con los cachorros siguiendo sus pasos en la madrugada y la estancia llenándose del eco de los gabinetes abriéndose y cerrándose. Lo sabía perfectamente, puesto que no había pegado un ojo en toda la noche.
Me parecía que en medio de la penumbra el aroma del té flotaba en el aire, como una presencia constante del dolor que en él había causado.

Envuelvo mi cuerpo aún más, trepando mis pies por encima del asiento. Aún no encontraba la fuerza emocional ni física para poner en marcha el día. Ni siquiera había logrado colocar la tetera o deshacerme de las profundas ojeras que acarreaban mis facciones. Había luchado contra el impulso de correr a sus brazos y explicar la mentira, pero luego el sonido de la puerta principal cerrándose habían detenido mis intentos. No pude volver a dormir hasta que sentí las llaves del cerrojo anunciado su llegada, ya muy entrada el alba oscura. Y no podía evitar que la curiosidad me quemara.

Sus pisadas me erizan la piel, incluso antes de poder verle de frente. Cuando su presencia alta, deliciosa y elegante se hace mellas en el centro de la cocina, decido que no tengo voluntad suficiente como para mantener la farsa y permitirme mirarle.

Sobre todo cuando él lucía así de bien.

Sus pasos se detienen a medio camino de la isla, una ceja furiosa alzándose.

—Veo que sigues aquí.

Parpadeo, enderezándome a tropezones del taburete.

—Anoche...uh...dijiste que no querías que me fuera. Pero no tengo problemas en irme si...

Él alza la mano, una curva cruel en su sonrisa.

—No me sorprendería de ti que te vayas. Después de todo, parece ser lo único que sabes hacer.

Asiento, tragando su mal humor de buena manera. Sabía lo que me esperaba, y no podía enfadarme por cómo él decidía manejar el daño que yo le había hecho. Cerbero se remueve inquieto, sus pequeños gemidos cortando el frío con el que Hades observa mis movimientos.

—Voy a recoger mis cosas.

Consigo alejarme unos centímetros de mi lugar antes de que me bloqueé el camino de una sola zanjada. Sus ojos son como dos llamas rojas que ansían devorarme.

—No tomes decisiones estúpidas a la ligera.

Estoy tiesa frente a él.

—Dijiste...

—No dije nada, el trato es el mismo que hemos acordado: te quedas, arreglo tu mierda, y te vas. No puedes cambiarlo solo porque te he dicho una verdad en la cara.

—No tienes que obligarte a hacer nada por mi. Puedo irme y pedir una audiencia con Zeus.

Suelta una risa áspera.

—Por favor, no me compliques aún más las cosas, suficiente tengo con ser tu hazmerreír. Sigue con lo que hemos acordado, yo me ocuparé de todo lo demás. Los problemas de la realeza no se resuelven con una huída, mucho menos cuando ya me he visto en la necesidad de pagar por el silencio de los testigos que te han visto aquí. Estoy involucrado, y si yo estoy involucrado, lo arreglo.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora