Mi amor.

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—Han pasado tres días, Hades. No había posibilidad alguna de que muera entonces y no la hay ahora. Estoy curada.

Su ancho cuerpo está extendido en todo su esplendor sobre el colchón. La cama de dos plazas parece encogerse ante su tamaño.

Me mira, sus ojos perezosos.

—¿Y si, por alguna razón, ya no fuésemos inmortales y este es el resfriado más crudo del mundo y tú aún estás gravemente enferma? —él dice, cruzando los brazos detras de su nuca. Muevo la cabeza a un lado para evitar detenerme en la porción tersa de su estómago semi descubierto, y él sonríe, despreocupado.

Mi cabello húmedo y frío por la ducha me hace cosquillas en las caderas al crecer.
Tres días bajo el cuidado minucioso de Hades han bastado para acarrear mi débil mentalidad hacia la pubertad de nuevo. Y mi cuerpo está pagando las consecuencias.

Oculto las flores de mi muslo tirando de la sudadera, y le miro con una ceja enarcada.

—Si ese fuese el caso —le digo— No te expondría a ti a una posible muerte.

— Oh —me mira, sus ojos brillantes— Pero yo sí moriría por ti. Con todo gusto.

Cuando el rubor me cubre el rostro y el cuello, el triunfo baila en las comisuras de su boca.
Me remuevo, y una flor cae a mis espaldas.

—¿No tienes que trabajar?

—Supongo.

—¿Y no piensas ir?

Nop.

Gruño.

—Hades.

Rueda los ojos, y tira de mi en cuanto me acerco. Estoy atrapada entre sus piernas, mientras él está sentado en el borde de la cama. Me mira por un segundo, y suelta una risita divertida al comprobar que sigue siendo más alto que yo.
Cuando estoy a punto de quejarme, me coloca los labios en la frente, atascandome la respiración.

—Aún estás caliente —susurra sobre mi piel.

Parpadeo.

—N-no es...

Lo siento sonreír.

—¿Qué?

Frunzo el ceño.

—Tú sabes.

—No, no sé. Dime. —su murmullo es suave mientras desliza los labios hasta mi nariz.

Cuando me mira a los ojos de nuevo la diversión de antes es solo una pequeña bruma que se esfuma. Su pupila negra devora de a poco todo el mar azul en ellos.
Pienso en sus estrías consumidas por la oscuridad, y me estremezco.

Hades roza mis labios con los suyos, como si realmente no me estuviese tocando. Veo sus ojos entrecerrarse y lo imito.

Dos golpes en la puerta me envían hacía el otro lado de la habitación.

—¡Hay mucho silencio! —Artemisa grita, sacudiendo la puerta una vez más.— ¡Hades, sinvergüenza! ¡Más te vale que mantengas tu boca charlando o tú y tu sopa de pollo de mierda se irán afuera!

Hades se pasa una mano por el pelo, el rojo brillando en sus orbes en cuanto aniquila al picaporte con la mirada.

Artemisa golpea una vez más.

—¡Hades!

—¡Bien! —él gruñe, incorporándose hasta llegar a mi y cogerme la mano. Tira de ella hasta colocarme a su lado, y suspira. El aire que expulsa me eriza los vellos de la piel. — Solo vamos a hablar.

Creo oír a mi amiga refunfuñar antes de sentir sus pasos en el pasillo. Solo entonces, Hades sonríe.

—Verdad o consecuencia.

Tengo los ojos cerrados, el sueño adueñandose de mi cuerpo después de una hora de sesiones de preguntas y respuestas. Siento su cuerpo tibio removerse en medio de la colcha que compartimos.

—Verdad. —Digo, disfrutando de la manera en la que él parece amar este juego.

—¿Te parezco atractivo?

Sonrío.

Sip.

Sus dedos dibujan un espiral en el interior de mi brazo.

—¿Y te parece atractivo alguien más?

—Eso es más de una pregunta.

Bufa.

—Es una pregunta larga, así que aún cuenta.

Abro los ojos, y él me devuelve una mirada ceñuda.

—No cuenta —canturreo—  Es mi turno. ¿Verdad o consecuencia?

Aún encaprichado, él contesta:

—Verdad.

Dudo, sintiendo mis mejillas colorearse.

—¿Qué pensaste de mi cuando me viste ebria en el asiento trasero de tu coche?

Mi cabello crece ligeramente detrás de mi.
La vergüenza aún carcome mi fibra sensible desde aquella noche.
Él toma mi rostro entre sus manos cuando evito mirarle y su pulgar me recorre con ternura las pecas de la nariz.

—Pensé  —dice, susurrando— que eras la mujer más preciosa que había visto jamás. Y que estaba metiendome en un gran, gran lío.

Una imagen de una muy borracha yo cruza mi mente como un relámpago.

—¿Lo dices porque tuviste que cargarme hasta tu casa?

Sus ojos bailan divertidos.

—Esa fue una de las mejores partes.

—¿Entonces es porque hablo dormida?

—Solo estabas preocupada, no dijiste nada comprometedor.

Abro los ojos, mis manos cubriendo mi boca.

—Te vomité ¿No es así? Oh, Gaia. ¡Te vomité!

Me mira sorprendido, antes de romper a reír. Toma bocanadas de aire un par de veces, y casi -casi- olvido mis ganas de plantarle un puñetazo.

—¡Basta! —exijo, medio riendome también— Dioses, debió ser un fastidio cuidar de una campesina vomitona.

Aún sacudiendose con su risa, murmura:

—No vomitaste, lo juro. —Ríe otra vez, sus ojos chispeantes mientras besa alegremente mi frente— Mi amor, yo cuidaría de ti así vomitases medio inframundo.

Su sonrisa abierta se endurece.
Yo siento mi pulso en los oídos y el rugir de la sangre explotandome cada vena.

Hades traga, parpadeando duramente.

Pasamos una pequeña fracción de nuestra eternidad en silencio, y, cuando ambos abrimos la boca para hablar, Artemisa abre la puerta.

—Tú —le gruñe— ¡AFUERA!

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Toma aire.

¡HOLA!
Estoy tan feliz con ese primer capítulo de la segunda temporada. Tan, tan feliz que hasta estuve contenta de ver a Demeter.

Sí, dale a un náufrago un vaso de agua y se tragará los vidrios.

Toma aire.

¡Hades, te amO!

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora