Ilitía

1.2K 124 84
                                    


— ¿Cómo demonios podrían prohibirnos el paso? ¿Acaso sabes quién soy yo?

Aterrizo en medio de un manojo de pies tambaleantes, la hierba crecida y salvaje de las tierras de Deméter bajo mis plantas. Quizás, alguna vez, había sentido que este lugar podría esconderme, relajarme, verme reflejado en él. Hubo un tiempo en donde lo habría dado todo por pertenecer aquí, acostarme bajo los rayos del sol, tantear la humedad de lo verde en mis manos. Casi como si hubiese algo de todo esto a lo que yo perteneciese.

Ahora que sabía que aquello a lo que tanto anhelaba de este valle era Perséfone, la tierra no podía serme más indiferente sin ella a mi lado. Y no me iría de aquí hasta tenerla conmigo otra vez.

Zeus está inclinado sobre una figura pequeña, sus brazos cruzados, la túnica ondeando en el viento junto con la incredulidad en su voz.

—Voy a volver a repetírtelo: mueve a esta hilera de ninfas de una vez. No es una petición, es una orden.

Poseidón se esconde detrás de su ancha espalda, su cabeza asomándose ligeramente cuando le toca un hombro con un dedo.

—Creo que es un buen momento para recordarte que puedes volar, Zeus —él dice, logrando que el ceño de nuestro hermano se frunza un poco más— Tienes como mil formas de llegar allá, y ellas son...bueno, pequeñas. No es una pared de titanes precisamente.

—Para mí, ellas representan una pared de titanes justo ahora. Me deben obediencia y ninguna opta por moverse. ¡Y estoy jodidamente cansado de que todo el mundo no me tenga respeto!

—También es importante que te recuerde que hemos podido con titanes antes.

Zeus aplasta su palma contra su frente.

—Cierra la boca, Poseidón.

—Y que yo sepa, nadie te ha respetado nunca—susurra con inocencia, sus ojos ampliándose en cuanto repara en mi llegada— Ah, hola, Hades. No nos dejan pasar.

Zeus voltea su cabeza de un giro hacia mí, estudiándome.

—Eh —su mano se estira hasta mi brazo en un apretujón cariñoso— ¿Cómo estás?

Asiento, mis ojos devolviendo las mil miradas puestas en mí. Zeus repara en el gesto, su mandíbula encajándose con impaciencia.

—Deméter ha mandado a un centenar de ninfas a rodear la casa principal. Todo el mundo tiene prohibida la entrada, es un anuncio oficial —Me observa con detenimiento, rascándose la nuca con incomodidad— Podemos pasar si queremos, tú sabes. Sin embargo...

Doy otra sacudida de cabeza.

—El respeto —murmuro— Lo entiendo. Pero entenderán también que allí dentro se encuentra mi mujer enferma —digo, enfrentándome a las ninfas. Alzo la barbilla— Y sabrán entender si pongo su bienestar antes que cualquier respeto que ustedes puedan tener por mí.

Tomo dos pasos al frente, inclinándome hacia quien reconozco como la líder.

—Y eso también implica en viceversa. No tendré respeto por nadie que pueda dañarla. Así que si no es mucha molestia, señoritas: muévanse. Ahora.

Un murmullo colectivo me envuelve, brazos pujándose entre sí, miradas indiscretas, cejas fruncidas, ojos en pánico. A la líder le tiembla la barbilla en cuanto me mira. No me dirige la palabra, solo asiente una vez, y ella y su compañera abren paso para mí en medio de una aprobación silenciosa.

Inclino la cabeza hacia ellas, avanzando de la manera más calmada en la que mi corazón palpitante podía asimilar. Solo escucho el sonido de mis pisadas, y la estridente queja de mi hermano en cuanto la línea se cierra, dejándolo atrás.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Where stories live. Discover now