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(Advertencia de contenido por escenas y lenguaje adulto)



—Miles de eones...

Gruño en su garganta, mis manos trepando y arrastrándose.

—...siglos y siglos...

Consigo un broche, jalo, y vuelvo a jalar.

—... ¿Y aún no han hecho un vestido que no te prive tan jodidamente duro de mí?

Ella está riendo ahora, su tono grave y refrescante mientras lidio con su prenda. Lo había logrado de cintura para arriba, sus preciosos pechos justo en mi cara, pero necesitaba más. Más piel, más de su olor.

Tanteo en su cintura.

—Los broches son un adorno, Hades. El cierre está en la cadera.

Fallo otra vez, y dejo caer mi boca en el borde de su sostén.

—Déjame romperlo.

—Es mi vestido favorito.

—Te compraré miles del mismo —siseo, buscando sus ojos, apretándola más cerca— Tendrás uno nuevo a cada hora.

Emite un suave jadeo cuando mi lengua toca su piel. Yo solo podía pensar en tenerla desnuda, suave y vibrante debajo de mí. Y cuando ella engancha sus piernas en mis muslos, con su pelvis sobre la mía, y mis manos bajo su trasero, estoy perdido otra vez.

Pers —susurro en su boca, mi aliento y el suyo en un mismo encuentro mientras me apresuro por las escaleras, ciñéndole más cerca tras cada peldaño.

Ah. —Es todo lo que ella dice.

— ¿Es eso un sí?

Tengo los labios en su garganta, ansiando por las vibraciones de su voz. Algo parecido a un murmullo roza mi piel. Echo la cabeza hacia atrás, apoyándola contra el marco de nuestra habitación. Su peso en mis brazos es un aleteo alegre en mi sangre. Quería cargarla de esta manera toda la noche, en el trabajo, en la cocina. Podría hacerlo toda la vida. Quería hacerlo toda la vida.

Se remueve cuando la beso, mi lengua exigiendo, mis dientes tirando, marcando.

Quería marcarla entera.

Quería que me marcase a mí también.

En todas partes.

—Necesito las palabras, esposa —imploro, con una pequeña embestida involuntaria directo a su centro.

Ella toma nuestros gemidos con su boca. Y solo logro escuchar su "sí" jadeante antes de que mis manos desprendan la tela de un solo tirón. Libre de la presión del ajustado y minúsculo pedazo de seda que mi mujer llama vestido, el bulto dulce en su vientre pega un respingo.

Con la respiración pesada, rio sin aire.

—Él definitivamente está feliz ahora.

—Una hora con algo ceñido fuera de casa y él está matándome.

—Y no podría estar tan de acuerdo.

Tomo la copa de su sostén, jalando hasta que su pezón se extiende hacia mí, llamándome.

—Creí que te gustaba mi trasero en esos vestidos —Ella sisea, mi lengua en su punto erecto.

Una lamida más, una succión.

—Solo cuando soy yo quien te los ve —Besar, lamer, soplar. Lo repito otra vez— Y solo si soy yo quien te los quita.

—Como si hubiese alguien más que pudiese hacerlo, esposo.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Where stories live. Discover now