Hera

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Las sombras pausadas y cautelosas de las pisadas de sus pies descalzos se cuelan en contraste con la luz de la rendija de su puerta. Puedo sentirla, confusa y temerosa, ir y venir por medio de la habitación.

Ella no quiere verme.

Tal vez esto no sería una novedad si no se hubiese atravesado en mi aquella esperanza ciega. Creí, por un segundo, que todo había sido un malentendido, una serie de hechos causales que habían desencadenado en su alejamiento. Algo que ella no había podido controlar.

Tal vez así hubiese dolido menos.

Perséfone llevaba tres días bajo cuidados intensivos en mi hogar. Hécate se había ocupado de todos los pormenores relacionados a la persecución de la prensa, y Eros y Artemisa habían hecho todo lo posible por mantener a Deméter y al Olimpo lejos de este lugar. Sin embargo, pese al alivio de saberla a salvo, el dolor carcomía mi pecho desde su primera muestra de rechazo. Había tratado de ser paciente, entendiendo que las heridas y la consternación de la situación vivida eran demasiado para su cuerpo pequeño, pero aquello no explicaba el temor que veía en sus ojos, y por supuesto, no explicaba el hecho de que, apenas se hubo enterado, Hera exigiese que Kore y ella tuviesen una reunión privada. Por más que lo intentaba, no podía unir los lazos de conexión entre la reina del Olimpo y la diosa de la primavera.

¿Qué podría saber Hera que yo no?

¿Por qué Perséfone parecía necesitar de ella cuando nunca antes habían tenido una relación estrecha?

Por supuesto, yo sabía que Perséfone estaba indecisa con respecto a cómo debía actuar a mi alrededor. Tenía planeado aclarar aquello apenas los médicos del Inframundo le diesen el alta. No había necesidad de entablar en ella aún más estrés del que acarreaba.

Aunque de cierto modo, moría a cada segundo por decirle de una buena vez que todo estaba bien. Si ella así lo quería, yo estaría a su lado cuando me necesitara. Estaría a su lado porque no podía concebir otra manera de vivir mi vida a partir de su llegada.

Y, de acuerdo a lo que había podido asimilar de sus ojos esquivos, ese sentimiento aún era compartido. Sabía que me quería, nadie podría haberme mirado de la manera en la que ella lo hizo el día en que despertó sin que eso fuera posible. Tan solo necesitaba un poco más de tiempo y yo se lo daría gustoso. De todas formas, la eternidad juntos podía esperar.

No por eso me inquietó menos ver la figura relajada de Hera en el umbral de mi puerta unos minutos después.

Ella sonríe, y apaga su cigarrillo contra el mármol del recibidor. Enarco una ceja, cogiendo el abrigo de sus manos y ofreciéndole mi brazo para entrar.

—Aún no entiendo cómo es que estás involucrada en todo esto.

Chasquea la lengua, frotando con ternura la textura de mi camisa.

—Hola para ti también. —me mira por unos segundos, yo le ofrezco asiento en el desayunador, y consigo separarme de ella para prepararle un café. Siento el cariño filtrándose en su voz mientras habla— Tú ya no luces como una mierda.

Sonrío.

— ¿Gracias?

—Solo digo —musita, encogiéndose de hombros. Examina con aparente indiferencia la habitación, sus ojos revoloteando en los paneles de vidrio con dureza. Hace una mueca, disgustada— Pensé que ella ya habría remodelado un poco este cubo de hielo al que llamas hogar ahora que viven juntos. Sigue siendo igual de frío.

El corazón me da un vuelco ante la idea. Por un segundo, imagino mi sala llena de un desorden acogedor, con plantas, flores y cuadernos esparcidos por doquier.

E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Where stories live. Discover now