Reina del inframundo.

3.4K 246 49
                                    

—Estás haciéndolo de nuevo.

Observo de reojo el repiqueteo de sus dedos, y oigo el leve murmullo de las voces a mi alrededor.
Parpadeo.

¿El qué?

Hécate voltea los ojos.
Giro la cabeza hacia ella, mientras la imagen de Persefone riéndose abandona mi mente, dejando paso a mi muy enojada socia frente a mi. Trato sin éxito de dejar de sonreír, pero los recuerdos de aquella noche me invaden una y otra vez.
La besé. Y la vi reír, con mi camisa, y con su cuerpo suave bajo mis sábanas.
Yo era un jodido tipo con buena suerte.
Sus ojos rosas y titilantes bailan en mi cabeza una vez más. Habíamos estado lejos por tres días desde entonces y simplemente la extrañaba. Era difícil hacerme la idea de haber vivido sin ella y no poder alejarme por un corto tiempo.
He asumido que siempre va a estar allí, y yo no asumo que nadie va a quedarse. Nunca.

—Hades, cariño, te quiero. Los quiero a ambos, pero hay un maldito inframundo que dirigir y no pienso quedarme horas extra por tu incapacidad para mantener la cabeza lejos de Persefone.—Parpadeo hacia ella, sonriendo. Suspira.—Pon tu culo a trabajar.

Observo de reojo el reloj en mi muñeca, notando que aún faltan horas para el almuerzo. Decido ocupar mi tiempo en resolver los problemas de administración. Luego podré escabullirme hacia su escritorio y fingir que no estoy muerto por pasar dos minutos a su lado.
Ojeo la última página de estadísticas con un suspiro. Después de dos extenuantes horas la línea de supervisión de la playa estaba arreglada, sin embargo, aún debía contactar con Thanatos y reportar su desganada fachada de trabajo.
Hécate alza su mirada divertida hacia mi por sobre la carpeta que está leyendo.

—No voy a decir que disfruto tu constante repiqueteo de pies en el suelo, pero vaya que sí lo hago con esta cara de adolescente hormonal que tienes. —Lanzo sobre ella un ceño fruncido, pero no logro ocultar la esperanza en mis ojos. Hécate suelta una risa burlona— He mandado a Persefone a revisar la mercancía de marketing para el inframundo. Tiene que deshacerse de ella ya que fuiste lo suficientemente estúpido como para aceptar esta idea de ese idiota de la torre D. Diablos, Hades, ¿En qué estabas pensando? ¡Es horrible!

Abro la boca en busca de una excusa, pero el recuerdo de mi mismo perdiendo el tiempo prendido a la pantalla del móvil mientras esperaba que Persefone se dignara a enviarme un mensaje llega a mi. Recordaba haber asentido ante la propuesta de marketing, pero realmente no había oído una sola palabra de ello.
Mi querida amiga voltea los ojos -en un gesto que he aprendido a tomar con soltura- y balancea un bolígrafo en su mano.
Chasquea la lengua.

—Ella probablemente esté en su escritorio a punto de derivar todo a la basura. La encontrarás allí.

Gimo, y antes de que pueda arrepentirse estoy corriendo hacia el ascensor.
Yo podría ser el jefe aquí, pero Hécate agobiada de trabajo me asustaba hasta a la muerte.
Las luces del elevador no parecen ir lo suficientemente rápido una vez que logro subirme allí, pero, en cuanto las puertas se abren, la veo.
Su linda boca está fija en una mueca de desagrado, y sus ojos son grandes y acusadores. Camino hacia ella, notando a dos hombres frente a su escritorio. Cuando diviso a Apolo al lado de Hermes, reconozco en Persefone la mirada aterrorizada de aquel incidente en el coche.

—Podrías solo sonreír de vez en cuando, Persefone. No actúes como si no pudieses soportar el hecho de verme. —Apolo apoya su cadera a la mesada, y ella aleja sus manos de allí.

Debo controlarme para no estampar mi puño en su cara. Hay algo en él, algo en la manera en que la hace sentir, que no me gusta para nada.
Carraspeo, y las tres cabezas giran a verme. Compongo una mirada intimidante mientras repaso con obvio desagrado la figura del dios del sol. Apolo tira su barbilla hacia arriba, desafiandome, y Hermes aclara su garganta, asintiendo hacia mi.

—¿Hay algún problema? —exijo saber, utilizando mi voz más grave. Apolo retrocede de manera inconsciente.—¿Persefone? —La llamo, mis ojos en ella. No hago el intento de disimular la intimidad entre nosotros, mientras le susurro con voz suave— ¿Está todo bien?

Creo ver en sus pupilas un bálsamo de alivio, mientras asiente con una sonrisa tensa. Mis ojos arden en ella, tratando de calmarla.
Estoy aquí quiero decirle. No sé qué ha ocurrido con el dios a mi lado, pero no voy a dejar que haga de ella un manojo de nervios.
Estoy aquí, y mataré a quien vuelva a poner esa mirada en tu rostro otra vez.

Creo que es hora de marcharnos —Hermes dice, mientras coge una carpeta de archivos en sus manos. Mira a Persefone con una sonrisa— Adiós, Pers. Dame un toque cuando Artemisa no esté en tu casa. —él voltea hacia mi, las curvas de su boca decayendo— Claro que solo iré a cuidarla, jefe. Pers es...bueno...no es como una hermana, pues la he visto en cueros un par de veces. Usted sabe, cosas de amigos y ¡Nos vamos, Apolo! —Él tira de su amigo, mientras yo siento mi mandíbula contraerse e imagino mil y un formas de bajar su salario.

Apolo es reacio, pero en cuanto nuestras miradas se encuentran, se ha marchado. Obligo a mis ojos a bajar las llamas ardientes en ellos antes de mirar a mi pequeña diosa. Contengo las ganas de coger su rostro entre mis manos hasta divisar que no hay nadie merodeando.
Ella mira hacia mi, sus ojos brillantes en lágrimas no derramadas.

—Solo estoy enfadada —me asegura, mientras yo rodeo su escritorio hasta dejarme caer a su lado. Estando a la misma altura, y con nuestros rostros cerca, creo divisar un sonrojo de furia desaparecer en sus pómulos. Ella suaviza su voz.— Gracias por ser un dios sobreprotector.

Toco el tope de su cabeza gentilmente con la yema de mi dedo.

—Cuando estés lista para hablarme de lo que sucede aquí, estaré allí. Solo quiero que sepas eso, ¿De acuerdo? —Asiente, y cuando creo ver un brillo acuoso en sus ojos de nuevo, le sonrio, cambiando de tema.—¿Qué  has estado haciendo que te ha mantenido tan ocupada como para no contestar ni un mensaje?

Ella tira de la falda de su conjunto, mi mirada ahora atenta en sus piernas descubiertas.

—Estaba...uh...unpocoavergonzada.

Parpadeo rápidamente mientras trato de deducir su balbuceo.
Trago.

—¿Avergonzada de lo que hicimos?

—¡No! —Ella frunce el ceño, incorporándose. Toma una caja con las palabras Mierda de Hades escrita con la letra de Hécate.— Jamás me avergonzaría de eso. Solo tuve todas estas mariposas alrededor de nosotros todo el tiempo, y me apena pensar que sabes lo mucho que puedo entusiasmarme solo...solo besandote.

Dandome la espalda, comienza a organizar la mercancía. Trato fuertemente de no mostrarme como un idiota presumido, pero es reconfortante saber que no soy el único perdido en emociones en esto.
Ella está intentando doblar una sudadera cuando me incorporo, acercandome de nuevo a su lado.

—No deberías avergonzarte de nada conmigo —le digo— Yo soy todo sentimientos contigo, y no pretendo estar apenado por ello. Quiero el combo completo, quiero todo lo que me haces sentir.

Persefone, rígida, da media vuelta hasta estar frente a mi. Su boca hermosa abierta en conmoción, mientras sus manos aún sujetan la sudadera negra.
Divertido y emocionado por su reacción como lo estoy, vago los ojos hacia las letras brillantes en ella.

Reina del inframundo dice esta, en una clara estampa diseñada para diosas jóvenes.

Trago, ahogando un gemido.

Kore parpadea, volviendo en sí. Sus ojos revolotean en mi, mirándome confundida.

—¿Qué sucede?

Señalo la prenda.

—¿Vas a quedartela? —logro decir— Porque si no es así, por favor, hazlo.

Ella alza una ceja, mientras se permite mirar las letras impresas. Un adorable sonrojo cubre hasta sus orejas.

Uh...hay mucho de esto en la caja.

—Entonces quédate con todo.

—Tenía órdenes de tirarlo, pero pensaba donarlo a la caridad.

Doy un paso hacia ella, y toco su barbilla con los dedos.

—Le donaré el dinero que quieras a la jodida caridad. Quédate con la sudadera y tira todo lo demás, no quiero a nadie con ese nombre que no seas tú.



E t e r n i d a d (HadesxPersefone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora