Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de casarse o tener hijos, sin preocuparse por la comida que todos los días tiene en su mesa y sin tener que luchar cada segundo para sobrevivir...
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En tres días llegarían a Louisville y a Olivia no le alegraba.
Desde la muerte de Sammy el viaje se había ensombrecido, pero también se había acelerado. Algunas noches, cuando el clima era favorable, habían continuado viajando hasta para por unas horas durante el día y retomar la marcha sin volver a mirar atrás. Se podía sentir su ausencia; ya no se escuchaba su aguda voz canturreando por el campamento o en los largos caminos, ya no se escuchaba su risa que por momentos podía volverse irritante y ya no se la sentía presente en el carro donde las mujeres y los niños viajaban.
Jonathan no había vuelto a hablar mucho desde su muerte y a Olivia le afectaba verlo y no saber cómo ayudarlo. Nunca había imaginado que Sammy moriría y tampoco lo había leído en el diario de Jonathan; él nunca había escrito sobre aquello y seguía preguntándose por qué, aunque sí imaginaba como debía afectarle cuando él había sido el responsable de salvar a Sammy en su primer día al llegar a la banda.
La última noche antes de llegar a Louisville, se dispuso a ser ella quien organizara la cena para darle a Lisie una noche de descanso. Hizo lo que pudo con lo poco que tenían (que era mejor que nada) y sirvió las porciones de carne más grande para los niños y las segundas más grandes para ella y para Lisie. De haber querido dársela a los hombres ellos se habrían negado, sus reglas eran fácil; primero comían los niños, luego las mujeres y, por último, sí quedaba algo, comían ellos. Afortunadamente tenían comida para todos, aunque no suficiente para repartir raciones iguales.
Le entregó un plato a Jonathan y se sentó a su lado para comer.
—Kyle me dijo que ya casi hemos llegado a Louisville —comentó, esperando poder entablar una conversación—. Quería agradecerte otra vez por habernos dejado viajar con ustedes.
Él no le respondió, pero asintió, restándole importancia al mismo tiempo.
Olivia revolvió los porotos en su plato y suspiró.
—En fin, no te molestaré más.
Abandonó el tronco con la intención de ir a sentarse donde Lisie y los niños para continuar comiendo, pero la mano de Jonathan sujetó la suya en un intento por detenerla y cuando regresó su cabeza para mirarlo, sintió como su pulgar acariciaba su piel y sus ojos grises se anclaban sobre ella.
—Llévate a Luke —pidió.
—¿Otro niño? No, no, lo siento Jonathan, pero ni siquiera sé si podré cuidar de Adrian y Eli, podríamos morir.
—El niño morirá si se queda con nosotros, al menos contigo tendrá una oportunidad. Llévatelo —. Dejó su plato en el suelo y se puso de pie sin soltar su mano, para guiarla hacia el carro—. Tengo bastante dinero ahorrado, se suponía que lo usaríamos en la ciudad, pero es tuyo si lo quieres yo puedo decir que me lo robaron o algo.
