Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de casarse o tener hijos, sin preocuparse por la comida que todos los días tiene en su mesa y sin tener que luchar cada segundo para sobrevivir...
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15 de noviembre 1860. Morgan, Minnesota.
Jonathan despertó con el cuerpo de Olivia entre sus brazos y Adrian intentando trepar la cama para acostarse junto a ella. Miró hacia el niño, quien se congeló con una pierna sobre la cama y el resto de su cuerpo colgando hacia el suelo y estiró su brazo para aferrarlo de la remera y levantarlo. Adrian sonrió victorioso y se acurrucó contra el pecho de Olivia.
Ella bostezó, abrió los ojos brevemente para poder cubrirlo con las mantas y volvió a cerrar los ojos para seguir durmiendo, con su cuerpo apretado contra Jonathan.
Le besó la cabeza con esos rulos color chocolate y con cuidado retiró su brazo que ella usaba de almohada para poder enderezarse. Debía irse a trabajar, aunque no era exactamente una idea emocionante. Le esperaban unas nueve u once horas en el banco, concediendo préstamos y guardando toneladas de dinero que muchas veces se sentía tentado a robar. Thomas Holme brincaría en un pie si se enterara de su nueva posición como empleado de un banco de ciudad (y uno respetado por sus hazañas heroicas contra los ladrones), seguramente con Thomas presente, sería solo cuestión de tiempo hasta que planearan un robo a dicho banco. Pero él no estaba con ellos y Jonathan se sorprendía alegrándose.
Se abrochó el pantalón y el cinturón y se sentó en el sofá para ponerse las botas y por último su chaqueta sobre el chaleco. Colocó el revolver en la funda que colgaba de su cinturón y dejó la habitación.
En el pasillo estaba más fresco y el viento circulaba como si todas las puertas y ventanas estuvieran abiertas. Reavivó el fuego de la cocina para calentar la habitación y puso la caldera con agua a calentarse. Estaba agarrando el correo y periódico que los sirvientes de sus padres le dejaban en el porche de la casa todas las mañanas, cuando Olivia bajó las escaleras envolviéndose en su salida de cama.
—No me despertaste.
—Pensaba dejarte dormir, está haciendo mucho frío.
La siguió hacia la cocina y se sentó en la mesa para ver el correo.
—¿Y qué planeabas desayunar exactamente?
—Sé hacer café —aseguró—. Soy inútil pero tampoco tanto.
Ella se rio y comenzó a cortarle unos trozos de pan para untarle la manteca y mermelada de calabaza que tenía preparada desde la noche de Halloween.
—Han anunciado que Lincoln ganó las elecciones por mayoría —le comentó sin sorprenderse, ya ambos sabían que eso sucedería—. En el sur votaron en su mayoría por Breckinridge.
—¿Por qué no me sorprende?
Él se rio y le agradeció cuando ella le dejó el plato con el pan y algunas galletas enfrente.
—Lo bueno es que nadie de esta zona del norte parece haber votado por él —. Dejó el periódico a un lado y tomó los sobres—. Esta es para ti de Lisie Walsh.
