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Cuando Olivia regresó al campamento con Jonathan escoltándola, se sentía cansada y abatida y sí él la estaba odiando en secreto, no lo sabía. Su mano en la espalda la estaba guiando de regreso a las carpas y ya se había vuelto a vestir y acomodado el cabello para estar presentable. Todavía se le podía notar un poco que había llorado, pero había hecho su más grande esfuerzo por disimularlo y el nudo en el estómago persistía. Quería encerrarse en su carpa y no salir más por culpa de la angustia.

Le entregó el plato con estofado y pan a Jonathan (lo cual ya estaba frío) y mientras él comía sentado en una silla junto a la mesa de madera, ella se colocó su delantal y le sirvió un vaso de agua conteniendo sus lágrimas.

Pasó por su lado y él la miró en silencio como se alejaba hacia una de las tiendas y regresaba con una manzana para pelarla y cortársela y que él la comiera al terminar su almuerzo.

—Te amo —le dijo, esperando que eso la alegrara y se alivió al ver que ella sonreía y apretaba los ojos—. Realmente lo hago y saldremos adelante.

Ella dejó la manzana y el cuchillo en la mesa y se apoyó en sus manos, respirando hondo con una puntada en su corazón. Se enderezó, cuando vio que Jonathan se ponía de pie para caminar hacia ella y no demoró en abrazarlo.

—Lamento no haberte dado un hijo.

—Me diste cuatro, nena —. Le ahuecó el rostro en sus manos y sonrió—. Tres hermosos hijos y una bella hija que nos dará nietos. Superaremos esto juntos, somos más fuertes de esa forma ¿no me dijiste?

Sonrió y lo vio besar sus manos y acariciarlas con su mejilla áspera.

—Estaremos bien.

Esa tarde él se marchó a continuar con su día y ella el suyo.

No volvió a verlo hasta la noche y todas las actividades con las que ocuparse le permitieron distraer su mente y dejar de pensar tanto en todo lo que sucedía. Evadió la carpa de los cirujanos por el día para evitar más estrés o angustias y Shyla y la señora Butler la acompañaron en sus actividades, ayudándola a limpiar y cocinar y haciéndolo una tarea mucho más accesible y no tan agotadora.

Lo que le gustaba del campamento no era solo la constante compañía, sino que siempre tenía algo con lo que ocuparse y eso mantenía su mente distraída. Durante los últimos tres años donde la angustia había sido demasiado, había días en los que sentía que, si se detenía por un segundo a respirar, entonces ya no podría volver a levantarse y estar ocupada la mantenía cuerda y lucida, con sus emociones adormecidas y sin molestar, era algo que no tenía en la granja, donde el silencio, la incertidumbre y la soledad la mataban lentamente.

Se acostó en su carpa cuando llegó la noche, alumbrándose con una lámpara de alcohol después de cenar y leyó un rato antes de dormir.

Dormir en el suelo sobre una manta no era lo más cómodo, pero después de tres años no le quedaba otra opción salvo acostumbrarse. Las condiciones no siempre eran las mejores y todos debían conformarse con lo que conseguían, a veces acampaban cerca de una granja y la familia en el hogar los asistía y cuidaba, otra vez tenían la suerte de conseguir una mansión como la mansión Henry y algunos conseguían el privilegio de dormir en una habitación, pero cuando estaban viajando o se encontraban en el medio de un campo, no había opción salvo dormir en el suelo.

Dejó el libro cuando Jonathan entró en la carpa y se le quedó mirando un momento, en lo que él se descalzaba y entraba en la cama con ella, aun vestido para hacer más fácil dejar la carpa en la noche si surgía una emergencia.

Jonathan insistía dormir del lado de la tierra, dejándola contra la pared de tela de la carpa, de esa forma, ella no acabaría durmiendo sobre el pasto por accidente y, además, él podía protegerla del frío con la carpa y su cuerpo. Cuando se metió debajo de las mantas, apretándose a su lado para que ambos pudieran caber en el reducido espacio para una persona, sus frías manos la rodearon por la cintura y la atrajeron hacia su cuerpo.

Vidas cruzadas: El ciclo. #1 TERMINADA +18. BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora