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25 de febrero 1861

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25 de febrero 1861.
Washington D.C

Jian Ng había llegado a los Estados Unidos hacia unos cuatro o cinco años, ya había perdido la cuenta. Lo que recordaba, era que no tenía más de unos once años al embarcarse desde China hasta los Estados Unidos, huyendo de la terrible guerra que había matado a sus padres y hermanos y ansiando esa vida prometida de las tierras de Norte América de lo cual todo el mundo hablaba.

Había llegado sin saber hablar el idioma, sin mucho dinero salvo algunas monedas cuyo valor era inservible en los Estados Unidos y asustada por el enorme mundo ante ella. El camino había sido largo y agresivo para una niña de su edad y por aquel entonces demasiado inocente, pero había sobrevivido y se había adentrado en la ciudad de Nueva York para intentar hacerse un futuro. No habían pasado más de una o dos semanas cuando la habían agarrado entre dos hombres para venderla en un mercado de esclavos y así había pasado los siguientes ocho meses trabajando en la granja de un hombre adinerado y su mujer. Castigos, gritos, encierros y días sin descanso realizando sus tareas le habían seguido mientras veía como los niños de la familia (no mucho más grande que ella) iban a la escuela y tenían la vida que ella soñaba. Después de que la hubieran golpeado por comer un trozo del pan que había sobrado (según el dueño de la tierra lo había robado), Jian decidió que ya no podía soportarlo y había hecho lo más arriesgado que un esclavo podía hacer en el sur; huir.

Aun con diez años y sola en una ruta salvaje se había puesto la tarea de correr tan rápido como pudiera sin detenerse o mirar atrás, hasta haber alcanzado terreno seguro. Una vez en el norte, había acabado en Washington D.C donde por meses había vivido en las calles y limpiado basureros y excremento de caballo, a sus trece había comenzado a trabajar en el prostíbulo, de forma ilegal y con Madam Simon a cargo, no solo de ella, sino de otras veinte mujeres.

Nunca había imaginado que volvería a tener una oportunidad en la vida, de comenzar de cero y tener una familia con dos padres afectivos que la cuidaran y protegieran y se sentía un poco ilusa por emocionarse al respecto y confiar en dos desconocidos a sabiendas de que le había costado precios muy elevados en el pasado, pero no podía evitarlo.

No le importaba sí Jonathan y Olivia no eran millonarios y necesitaban que ella trabajara en la granja para ayudarlos, cualquier cosa era mejor que la vida que había tenido y un lugar al cual llamar hogar; le llenaba los ojos de lágrimas.

Jonathan le pagó la habitación frente a la de ellos por la noche y después de que Olivia la ayudara a bañarse y limpiar su cabello, se encerró a solas y miró su reflejo en el espejo por varias horas. Estaba tan limpia que no se reconocía. Su cabello negro con pequeñas ondas brillaba y no se veía tan opaco como en los últimos días de tanto ponerle polvos. Su piel no tenía las manchas de tierra y suciedad, aunque tenía varias cicatrices que el acné y algunas infecciones le habían dejado. Su nariz era un poco ancha en las fosas nasales, y sus pómulos pronunciados debido al peso que había perdido en los años. Su rasgo más característico eran sus ojos, cuyos parpados muchas veces había querido pegar o arrancar para que la gente dejara de odiarla y tratarla tan mal.

Vidas cruzadas: El ciclo. #1 TERMINADA +18. BORRADORWhere stories live. Discover now