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02 de octubre 1871

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02 de octubre 1871.
White Oak Lands, Minnesota.

Ron Tate despertó cinco y media y comenzó su día vistiéndose y bostezando cada dos o seis minutos. Era un muchacho de catorce años, delgado y alto, bastante tranquilo y con el hábito de soñar despierto. Tendió su cama, abrió la ventana de su dormitorio y salió al pasillo donde todavía estaba oscuro.

—Buenos días, Ron.

Bostezó cuando planeaba responderle a Lacy Ellery, una de las asistentes de cocina.

—Buenos días.

—Jesús, ¿a qué hora te dormiste anoche? —curioseó Angelica saliendo de su dormitorio detrás de Adelaida.

—Pasadas las diez...creo. Debía revisar todas las estufas antes de dormir.

—Quizás deberías decirle a la señora —ofreció Adelaide y lo abrazó al empezar a caminar por el pasillo—. Seguro pueden pagar a otro muchacho para asistirte.

—¿Y sí le molesta mi pedido y me echa? No, no puedo correr el riesgo, mi padre necesita el dinero.

—Entonces hablemos con la señora Mitchell, quizás ella tenga una solución, pero tu no puedes solo con tantas habitaciones, Ron.

—Adelaide tiene razón —concordó Lacy—. Necesitas algo de ayuda.

De cinco a seis, Ron abrió la cocina, limpió y encendió las estufas principales, llenó las cubetas de carbón y preparó el asador. Pasó los últimos minutos ayudando a limpiar la cocina, donde con las asistentes ordenaron las tablas y ollas que la señora Hooper y la señora Davis usarían.

Eran las seis cuando los mozos abrieron las persianas de las habitaciones principales dejando que el sol saliente iluminara la casa. También cepillaron la ropa del señor y sus trajes de trabajo antes de vestirse para el día, lustraron las botas de la familia y también los cubiertos para el desayuno. Hicieron algunas otras cosas antes de ponerse sus uniformes y empezar a servir la mesa para el desayuno.

Una de las mucamas sacudió las alfombras más pequeñas afuera de la casa, se deshizo de las cenizas que el pobre Ron había juntado y dejado junto a las estufas. Sacudió el polvo de las habitaciones dos veces, primero con su plumero y después de dejar el espacio cerrado y vacío por quince minutos volvió a limpiar los muebles con dos trapos en sus manos para sacar brillo. Normalmente entre todas las mucamas se dividían las tareas.

Las cocineras llegaron a las cocinas a las ocho en punto, inspeccionaron las condiciones del entorno y a sus asistentes y empezaron a distribuir las comidas para el día. Sirvieron el desayuno a los sirvientes en el comedor y mientras ellos desayunaban, ellas limpiaron la cocina.

—¿Se podría conseguir otro limpiador para asistir a Ron? El pobre no da abasto con tanto trabajo, señora Mitchell.

—Espero que no estés sugiriendo que le pregunte a la señora por otro empleado.

Vidas cruzadas: El ciclo. #1 TERMINADA +18. BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora