SETENTA Y SIETE

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El viento le golpeaba en la cara, congelándole la nariz y los pómulos, agrietándole la piel de los labios, pero no le importaba. Tampoco le importaba el frío que se colaba entre la fina tela de los leggins violeta que llevaba puestos. Al menos, su plumífero negro la protegía del aire nocturno.

Daphne había salido a dar una vuelta en bici porque se le estaba cayendo la casa encima. Necesitaba estar sola durante un par de horas para pensar. Para llorar todas las emociones que oprimían su garganta y le aplastaban el corazón. La rabia, la frustración, el dolor y la culpa. Cómo no, siempre la culpa.

Ella, que había llegado a Torreluna con el único propósito de ahorrar el suficiente dinero para irse a vivir a la ciudad, había acabado completamente enamorada del tío más borde y quisquilloso de todo el pueblo. Ella, que pensaba que su corazón estaba dañado para siempre, había vuelto a sentir. Había vuelto a sonreír.

A bailar.

Y se había vuelto a estrellar.

Porque Daphne no era la mujer con la que Lucas quería compartir su vida. Y todo, porque era diferente al prototipo de chicas con las que solía salir. ¿Desde cuándo el amor se medía por la cantidad de elegancia con que una persona se vestía? ¿Había algo más snob?

Aunque, claro, si analizaba la situación de cerca, ahí solo había una persona enamorada. Y no era Lucas.

Hasta ayer por la noche, estaba dispuesta a quedarse allí por Lucas. Ha hacer cualquier cosa por estar con él. Pero, como decía su tía, «las cosas siempre pasan por algo y hay que seguir caminando hacia adelante». Y para Daphne, caminar hacia adelante significaba marcharse de Torreluna en una semana, después del festival, para no regresar nunca más.

Era increíble lo mucho que se había encariñado con ese pequeño y feucho pueblo que tantos dolores de cabeza le había dado. Y le seguía dando. Echaría muchísimo de menos discutir con Gerardo sobre bailes de salón y compincharse con Myrna para hacerle la puñeta a su marido. También, discutir con sus pequeños demonios y obligarles a hacer pasos difíciles solo para verles las caras de fastidio.

Pero, por encima de todo eso, echaría de menos a la pelirroja con gafas de culo de vaso que, en cuestión de meses, se había ganado un hueco inmenso en su corazón. Alanna De la Vega era, sin ninguna duda, lo mejor que se llevaría de Torreluna.

Incluyendo a Lucas.

Su corazón se encogió en su pecho al pensar en que, una vez cogiera el tren de regreso a casa, ya no volvería a verlo nunca más. Se había acostumbrado tanto a él, a su mirada de resignación cada vez que hablaba con ella, a su sonrisa canalla y a la real, esa que no enseñaba tanto pero que, cuando lo hacía, quitaba el hipo. A su olor, tan característico, y el tacto de su piel. ¿Era posible saber exactamente como se sentía una piel? Porque ella sí lo sabía. Ella podría diferenciar la de Lucas entre un millón.

Ese idiota pomposo se le había clavado en lo más hondo. ¿Cómo narices se suponía que iba a olvidarlo? No sabía ni por donde empezar.

Lo único que sabía era que Lucas no merecía que ella sufriera por él. No, cuando le había confesado lo que sentía y ni siquiera había tenido los cojones de darle una respuesta. Aunque fuera negativa. El muy gilipollas se había quedado callado, con la tez blanca y ganas de huir.

Así que, por ella, podía irse a la mierda.

Ahora quería centrarse en el festival, para el cual llevaba trabajando sin parar desde hacía casi un mes, y después, volvería a casa. Y hablaría con sus padres.

Había llegado el momento de coger las riendas de su vida.

Y seguir luchando por sus sueños. 

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now