EPÍLOGO 2

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Los invitados comenzaron a cantar el cumpleaños feliz alrededor de una desastrosa tarta de chocolate con el dibujo de unas zapatillas de ballet hechas con sirope de caramelo que, Kala y Lia, le habían querido regalar a Daphne por sus veinticuatro años.

Alanna reía feliz mientras hacía fotos con su móvil. No podía sentirse más feliz por Daphne. Y por Lucas. Era increíble ver el cambio de actitud que se había producido en su primo. Lucas, hasta que Daphne entró en su vida, era un chico demasiado serio y obsesionado con el trabajo. Y, ahora, sonreía como un adolescente cada vez que tenía cerca a Daphne.

Verlos tan enamorados le provocó un nudo en la garganta. Ella había sido testigo de lo mucho que les había costado aceptar lo que sentían, a él un poco más que a ella, pero al final, no eran más que dos almas perdidas que habían encontrado su lugar.

Y Alanna no podía evitar sentir una punzada de envidia.

Ella no conocía el amor. Bueno... una vez, cuando era muy pequeña, creyó haberse enamorado del chico más guapo que alguna vez había visto. Pero eso no fue más que la tontería de una niña que ansiaba tener a alguien que la quisiera. Pero, desde entonces, Alanna no había sentido nada importante por ningún chico y dudaba mucho sentirlo alguna vez. Sus habilidades sociales eran desastrosas.

Kala le pasó una porción de tarta y Alanna buscó un rincón entre la muchedumbre donde poder respirar hondo. Probó un bocado del chocolate y se contuvo para no gemir del placer. Dios, ¡estaba riquísima! Y a ella le pirraba el dulce.

Observó, mientras masticaba, el cuadro familiar que se extendía ante sus ojos.

Ella también era una De la Vega. Pero una De la Vega Hurtado, no Castillo y aunque sus primos la consideraban una más, Alanna deseaba tener una familia propia. Un padre que no hubiera fallecido, una madre que no la llamara solo para pedirle dinero y un hermano que quisiera ser su hermano.

En fin, que estaban celebrando el cumpleaños de Daphne y no era momento de ponerse triste. Porque estaba feliz de verdad. Feliz por ellos y por todo lo que habían conseguido. Porque Daph, por fin, se había animado a seguir bailando y le iba maravillosamente bien en París y Lucas se había dejado de tonterías y se había ido con ella. Total, su primo trabajaba desde casa.

La música empezó a sonar y todo el mundo, hasta su abuela, se puso a bailar. O a intentarlo, al menos. Alanna, que se le daba casi peor bailar que entablar conversación, buscó un hueco por el que salir huyendo de allí. Con tan mala pata que se tropezó y el plato de tarta a medio terminar acabó impactando sobre la camiseta blanca impoluta de Nick Ríos, el mejor amigo de Lucas, que estaba riéndose de alguna broma privada con Venus.

Él soltó una exclamación atrayendo todas las miradas y Alanna se sonrojó. Ese hombre conseguía ponerla tan nerviosa que las palabras se quedaban atragantadas en su garganta y las piernas comenzaban a temblarle.

—L-lo si-siento —balbuceó sin saber muy bien qué hacer. O dónde meterse.

Su rostro era suave, casi despreocupado, pero en sus ojos entrecerrados, del color de la miel, saltaban chispas cuando con una sonrisa forzada, le respondió:

—No pasa nada, pero la próxima vez mira por donde andas.

Alanna asintió, antes de agachar la cabeza y seguir su camino en dirección a cualquier parte con menos gente.

¿Algún día dejaría de ser tan rarita?

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now