DIECIOCHO

1.3K 112 0
                                    

Lucas nunca había pasado tanta vergüenza en su vida. ¿Qué cojones acababa de ocurrir? Y, ¿por qué él, que ya sabía lo loca que estaba ésta tía, había entrado en su puto juego?

La vio contonearse mientras regresaba a su mesa y, antes de que su sentido común lo frenase, la alcanzó en dos zancadas y la cogió firmemente del brazo, haciéndola girar:

—¿Adónde vas? —le gritó, por encima de la música—. ¿Crees que puedes tirarme una cerveza encima e irte como si nada?

Llevaba todo el pelo mojado y la cara pegajosa. Por no hablar de la sudadera, claro.

—Suéltame —forcejeó ella para liberarse de su amarre, pero Lucas no se lo permitió. Estaba enfadado.

Muy enfadado.

—Una mierda —la sujetó un poco más fuerte, sin llegar a hacerle daño, y la arrastró hacia la salida—. Tú te vienes conmigo.

Estaban haciendo el cuadro y, en otra ocasión, Lucas hubiera preferido respirar hondo y echarle el puro a solas. Pero, joder, ¡había derramado una puta jarra de cerveza encima de él! Y lo había hecho delante de todo el puto pueblo. Sus putos vecinos.

Era un tío pacífico, o eso intentaba la mayor parte del tiempo, pero tenía sus límites. Y Bambi había nacido con un don innato para rebasarlos absolutamente todos.

—Suéltame joder —se retorció con fuerza, gruñendo como un animal enjaulado—. Te odio —le pellizcó el antebrazo mientras lo seguía, sin alternativa, hasta la salida del bar—. Suéltame cabrón —gritó.

Y su grito hizo eco en el silencio de la calle desierta.

—Has empezado tú.

—¿Yo? —continuó dando voces—. Encima de capullo, mentiroso.

El poco público que tenían, que había salido del Tony's para presenciar la pedazo de escena que se estaban montando, no iba a mover un dedo por una forastera que acababa de humillar a uno de los tíos más queridos de Torreluna. Así que, la dejó blasfemar, vociferar e insultar sin apartar la mano de su muñeca.

Abrió la puerta del copiloto, aparcado en la acera de enfrente del pub, y la metió a la fuerza en el asiento. Lucas era consciente de que se estaba comportando como un auténtico hijo de puta. Sabía, también, que tendría que pedirle disculpas por esto. Pero lo haría después. Una vez disipada la rabia que corroía sus venas.

Bloqueando la puerta con el mando de la llave, se sentó rápidamente en el asiento del conductor y arrancó haciendo rugir el motor. Si le preguntaban qué coño estaba haciendo, la respuesta era simple: ni puta idea.

—Te voy a denunciar por secuestro —lo amenazó, hecha una furia—. Mis padres son abogados.

—Vaya, por Dios —chasqueó la lengua en un tono jocoso.

—Ya verás —Daphne dejó de luchar contra una puerta que no iba a abrirse por mucho que intentara darle a la manija y lo miró con fuego en los ojos—. Te va a caer un puro de la hostia.

—Denúnciame si quieres —la retó. Esta mujer era desesperante y Lucas estaba empezando a cansarse de sus tonterías—. Pero no tendrás ni un maldito testigo en este pueblo.

—Alanna me defenderá.

—¿Alanna? ¿Mi prima? —la miró de reojo enarcando una ceja con malicia—. ¿O debería decir mi novia?

Esas palabras volvieron a alterarla.

—Me importáis una mierda todos en este pueblo —le espetó con un bufido que, si hubiera tenido menos modales, hubiera podido ser perfectamente un escupitajo—. El bufete de mis padres es de los mejores del país. Aplastan a las cucarachas como tú con un solo dedo.

Lucas soltó una risa dura e implacable.

—El bufete de tus padres pueden ser putos Dioses, Bambi, pero sin testigos ni pruebas no hay caso. Y sabes tan bien como yo que no hay ni una sola persona en todo Torreluna que esté dispuesta a declarar en contra de Lucas De la Vega. O a tu favor.

Ella rechinó los dientes y la risa de Lucas se llenó de satisfacción.

Daphne podía ser como un terremoto capaz de arrasar con toda una ciudad, pero Lucas era cemento puro, acostumbrado a tratar con caracteres inexorables que, a diferencia de ella, actuaban fríamente, con plena consciencia, y no por impulsos ígneos que tenían un principio y un final.

—Pues dile a ese tal Lucas De la Vega que se puede ir a la mierda de mi parte y que como se vuelva a burlar de mí, le cortaré las pelotas —le advirtió.

—Que agresiva eres.

—Y tú que gilipollas.

—¿No tienes más palabras en tu vocabulario que no sean palabrotas?

—Contigo no.

—Pues que mala suerte la mía.

—¿Adónde vamos?

—A un lugar.

—No quiero ir —refunfuñó, como si fuera una niña pequeña con una pataleta—. Detén el coche ahora mismo, Lucas, o llamo a la policía.

—Llámala —se encogió de hombros—. Son amigos míos.

—¡Maldito seas! —le gritó de nuevo, a lo que Lucas esbozó una sonrisa ganadora—. Te odio Lucas De la Vega, te odio mucho.

—No más de lo que yo te odio a ti —contestó él, mintiendo descaradamente.

Porque, en contra de su voluntad, no la odiaba. Porque, a pesar de sus locuras, de sus impertinencias y de que no había hecho otra cosa que desestabilizar su vida, no la odiaba. Ni siquiera la detestaba.

—¿Puedes dejar de comportarte como un capullo y llevarme de vuelta al bar?

—¿Y tu puedes dejar de insultarme y mantener ese pico tuyo bien cerrado hasta que lleguemos a nuestro destino?

—¿A nuestro destino? —arrugó la cara—. Que sepas, por si se te ocurre ponerme una mano encima, que sé defenderme de los abusadores como tú.

A Lucas se le pasó por la cabeza la imagen de su cuerpo enfundado en ese vestido azul marino, y no, lo que menos tenía en mente era abusar de ella.

—Ya te gustaría que mis manos tocaran tu cuerpo.

Daphne bufó.

—No flipas, chaval.

Lucas tuvo que morderse la lengua para no reírse de nuevo. La vio cruzarse de brazos y mirar por la ventana, respirando con más calma. Enchufó la calefacción para caldear el ambiente, puesto que ninguno de los dos había cogido la chaqueta al salir del club, y enciendo la radio para aplacar el incómodo silencio que se había formado entre ellos.

Al menos, había conseguido que se callara.

En el instante en que la había visto acercarse a él con ese jodido vestido que marcaba cada una de las curvas de su cuerpo, Lucas se había olvidado por completo donde estaba. Después, la había mirado a los ojos y se había quedado anclado en ellos. En el brillo provocativo que desprendían.

Sin embargo, había sido con su «me apetecía follar contigo», susurrado con un deje lascivo demasiado para su autocontrol, que se había puesto duro como una piedra. Tanto que, había estado a punto de besarla allí mismo, delante de medio pueblo.

Menos mal que no lo había hecho, porque esa arpía solo había estado jugando con él. Poniéndolo a prueba. Y todo por un puñetero malentendido, el cual podría haberse solucionado hablando como dos adultos civilizados. Pero Daphne era cualquier cosa menos civilizada.

Bambi era una tía que odiaba que la obligaran a hacer aquello que no quería, por eso, él la había raptado. Quería enfadarla tanto como lo estaba él y que viera que si de Daphne Arenas no se reía nadie, con Lucas De la Vega no se metía nadie.

No iba a dejarla libre tan fácilmente después de la situación tan bochornosa que había tenido que vivir por su culpa.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora