VEINTIUNO

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De todas las personas que hubiera deseado encontrarse en casa de sus padres, Daphne no era una de ellas. Llevaba una semana evitando cruzársela. De hecho, había tenido que ir a la academia en un par de ocasiones y lo había hecho en un horario diferente al suyo. Tampoco le había costado mucho averiguarlo, siendo su madre la directora del centro.

Pero que hubiera puesto distancia entre ellos no significaba que hubiera podido sacarse de la cabeza ese maldito beso. Un beso que no debía de haber ocurrido. Al menos, había logrado arreglar las cosas con Becca. La invitó a comer y le regaló flores y, después de unas cuantas palabras bonitas, acabó perdonándolo.

Salió a la terraza con el teléfono pegado a la oreja. Un vecino necesitaba que le echara un cable con la construcción de una cobertizo que estaba haciendo por su cuenta en casa. Ya llevaba tres llamadas en lo que llevaba de mañana. Al parecer, todos querían hablar con Lucas de trabajo. Y, por supuesto, él no podía hacer otra cosa que asentir y actuar como era debido.

Sonrió al ver a Daphne intentando razonar con Scot, como si de un humano se tratase. El perro, inquieto, no dejaba de lloriquear y ladrar a su alrededor. Él acabó la llamada justo cuando el labrador de cuarenta kilos apoyó sus patas delanteras en el pecho de Bambi y la derribó con el mínimo esfuerzo. Daphne acabó con el culo en el suelo y el cuerpo de Scot sobre ella.

—Scot, quieto —le ordenó al can, que solo trataba de llamar su atención—. Eres un chico malo. No, no me mires así, no pienso volver a hacerte carantoñas —le decía.

La sonrisa de Lucas se ensanchó y se cruzó de brazos, disfrutando del espectáculo.

—No te lo tomes a mal, Bambi —habló por encima de los gimoteos del perro, pillándola desprevenida—, pero ni siquiera a Scot le gustas.

Era mentira, por supuesto. Pero ella no tenía porqué saberlo.

—Dime algo que no sepa —puso los ojos en blanco. E intentó levantarse del suelo, pero el perro no se lo permitió—. Scot, por Dios, me vas a tatuar las patas en las costillas.

—Es raro —comentó no ver como luchaba con el labrador—, porque a este perro le gusta todo el mundo.

—Pues yo no formo parte de ese todo el mundo.

En realidad, que estuviera encima de Bambi buscando sus carantoñas, como ella las había llamado, dejaba bastante clara la postura del animal. Aun así, no pensaba decírselo.

—Empiezo a pensar que el problema no es de nadie más que tuyo.

Daphne lo ignoró, centrando toda su atención en apartar al perro, sin éxito, y poder ponerse de pie.

—¿Te importaría ayudarme? —gruñó, dándose por vencida.

—¿Qué?

—¿Te importaría ayudarme? —repitió.

—Perdona, no te he entendido —la risita se tornó sagaz—. ¿Qué has dicho?

—¿Te importaría ayudarme? —vociferó.

Su carácter endemoniado comenzaba a salir a la superficie y Lucas se sintió animado. ¿Había algo mejor que hacerla enfadar?

Sí. Besarla. Pero Lucas no estaba dispuesto a seguir recordando ese momento durante mucho tiempo más.

Tocaba empezar a olvidarse de los labios de Bambi.

Traidores, sus ojos buscaron ese punto en concreto de su rostro, provocando una pequeña descarga en la zona baja de su vientre.

—Podría... —su tono se tornó juguetón y solo Dios sabría por qué—, pero claro, yo no hago las cosas gratis.

—Ya, de eso ya me he dado cuenta antes —suspiró y se rindió.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora