DOS

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Hacía como dos años que no cogía un coche, y, sin embargo, allí estaba: parada en un semáforo dentro del escarabajo amarillo de su tía.

«Ten cuidado, Daph, que el coche no tiene seguro», le había dicho Marisa antes de ponerle la llave en la mano. Ella tragó saliva y rezó para que todo saliese bien.

Durante el trayecto, le habían pitado una decena de coches, incluyendo dos autobuses. Daphne no tenía la culpa de ser un desastre al volante, ni de que se le hubiera calado cuatro veces. Además, vale que no recordara muy bien como se conducía, pero el coche tampoco era lo que se decía nuevo. Marisa conducía un trasto de los años 90.

La entrevista con la directora de la academia era a las diez de la mañana, menos mal que solía ser previsora y había salido con tiempo de sobra. Echó una rápida ojeada a su reloj. Las nueve y cuarenta. Todavía quedaban veinte minutos. Joder. Nunca pensó que en un pueblo tan pequeño pudiera generarse tanto tráfico.

De la cadena de radio salía la voz del presentador de un programa que anunciaba las próximas cuatro canciones que sonarían sin interrupción. La melodía de "Love yourself" de Justin Bieber comenzó y Daphne subió el volumen. Tarareando, puso primera y salió traqueteando. Según las instrucciones del GPS de su móvil —que le iba indicando desde el asiento del copiloto—, una vez pasara un edificio bancario tenía que girar a la derecha.

Con el intermitente en marcha, se coló entre un Ford Focus negro y un Kia rojo y se metió por una especie de callejón vacío, giró de nuevo siguiendo al pie de la letra la voz del teléfono. Estaba mirando el retrovisor izquierdo por si algún coche venía por detrás cuando un fuerte golpe la sacudió. Miró al frente y el estómago se le puso de corbata. Le acababa de pegar un tremendo leñazo a un Audi A7 negro metalizad último modelo. ¡Y el Volkswagen no tenía seguro!

¡Genial! «Es que a quién se le ocurre no mirar al frente», se regañó a sí misma. «O, mejor todavía, a quién se le ocurre coger un coche después de dos años sin conducir y encima uno sin papeles». Los nervios se apoderaron de ella y estuvo tentada a salir huyendo, pero vio como la puerta del conductor del coche con el que acababa de chocar se abría y supo, que aunque no le gustara, tendría que dar la cara.

Salió con calma, dispuesta a llegar a una acuerdo pacificador, pero el dueño del Audi no tenía las mismas intenciones.

—¿Pero tu estás ciega o es que no sabes conducir? —le gritó una voz masculina potente—. ¿A quién se le ocurre girar sin mirar? —Daphne se paralizó cuando vio a la persona que tenía enfrente.

Porque aquel maleducado que le estaba gritando como un loco era, sin duda, el hombre más guapo que alguna vez habían visto sus ojos. Alto y corpulento. Iba vestido con un pantalón de traje gris y una camisa blanca, dejando entrever unos brazos bien marcados, unos pectorales trabajados y unos hombros anchos y fuerte.

Su cara tenía unos rasgos muy marcados, con un mentón cuadrado y los ojos de un negro azabache realmente intenso que le daban un aire de tío implacable. Y luego estaba su boca. Dios, su boca. Si solo con observarla ya se le secaba la garganta, no quería imaginar cómo sería besarla.

Eh, no, Daphne, no. Agitó la cabeza eliminando todo rastro del pensamiento y continuó mirándolo. La nariz era el único punto que le hacía parecer humano, pues el puente estaba un poco torcido, quizá de un golpe o una caída.

—¿No piensas decir nada? ¿O es que, aparte de ciega, también eres muda? —volvió a la carga con los gritos. Daphne regresó al mundo real. Probablemente era el hombre más sexy con el que alguna vez se había cruzado pero también el más gilipollas.

—Creo que no es necesario gritar —rompió su silencio.

Él se dio un tirón a la corbata, anudada sin mucho esmero, y torció el gesto.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora