SIETE

1.6K 127 4
                                    

—¿Eres agente del FBI y me estás investigando o solamente eres un loco que se ha obsesionado conmigo?

Lucas giró la cabeza en busca de esa voz que ya conocía.

Y la vio apoyada en la jamba de la puerta de una de las aulas, con los brazos cruzados y las cejas enarcadas. Había cambiado la ropa ancha por unos sugerentes leggins verdes de cintura alta que marcaban la suave línea de sus curvas y un top a juego que se escondía debajo de una camiseta blanca cortada a tijeretazos desiguales. Un pirri le colgaba de lo alto de la cabeza, dándole un toque casi gracioso.

Lo cierto era que la conductora no estaba nada mal.

—¿Y quién te dice que no es al revés? —regresó a sus ojos, grandes y expresivos. No llevaba maquillaje y, aun así, era bastante guapa.

—Porque el otro día apareciste en mi casa y hoy estás en mi trabajo —declaró, acercándose a él.

—¿Trabajas aquí? —preguntó, sorprendiéndose de verdad. Su madre no le había dicho nada—. ¿En serio?

El problema es que no alcanzó a morderse el labio antes de que se le escapara una sonrisa burlona.

—¿De qué te ríes? —espetó, directa al grano.

—No me río —replicó él, defendiéndose—. Solo... me llama la atención que alguien venga a trabajar a un pueblo donde la única academia de baile que hay se cae a pedazos. ¿No había ninguna otra allí por donde vivías o qué?

Bambi posó las manos en su cintura y cuadró los hombros, desafiándolo totalmente con su postura.

—Y yo no puedo creer que un tío que no sé ni como se llama se venga a burlarse de mí.

Lucas puso una mueca socarrona.

—¿Eso significa que quieres saber mi nombre?

—No —fue rápida—. Eso significa que no tenemos ningún tipo de confianza para que vayas de gracioso.

Lucas se fijó en que, cuando se mosqueaba, el caramelo de sus ojos se oscurecía. También, en como se preparaba para el siguiente ataque, dispuesta a devolverle el golpe que él quisiera darle. Por eso, decidió cambiar de táctica.

Se aclaró la garganta y extendió la mano en el espacio que los separaba.

—Soy Lucas.

Sus ojos se abrieron ligeramente y, con la duda chisporroteando en ellos, aceptó la mano que él le ofrecía.

—Daphne —masculló.

Después sonrió. ¡Y, joder, qué sonrisa!

—Daphne —repitió él, paladeando su nombre. Y, antes de que se soltara, la atrajo hacia él de un tirón para susurrarle—: ¿Nunca te han dicho que tienes nombre de planta?

Ella dio un respingo, pero se mantuvo firme. Él ignoró el olor a jazmín que inundó sus fosas nasales.

—¿Y a ti que tienes nombre de pato? —fue su respuesta.

Lucas soltó una carcajada inesperada que acabó contagiándole a ella. Atrajeron la atención de la recepcionista y, también, la de un par de mujeres que estaban charlando en la entrada. Pero no le importó. Y para una persona que odiaba ser el tema de conversación de los cotillas del pueblo, eso era raro de narices.

—Eres buena, Bambi —la felicitó, dedicándole un guiño tontorrón—. Me gusta.

Daphne arrugó el ceño.

—¿Por qué me llamas así?

—¿Y por qué no?

Su bufido resignado lo hizo reír de nuevo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —cambió de tema—. ¿Has venido a por el dinero que te debo? Porque desde ya te aviso que todavía no he cobrado.

¡La deuda! A Lucas se le había olvidado por completo que ella le debía dinero. Incluso, que se había vuelto loca y le había pintado toda la parte trasera de su coche.

Técnicamente, Lucas estaba esperando a que la directora se desocupara. Le había hecho el favor a su hermana Kala de acercarla a la academia y, ya que estaba allí, había creído buen momento para informar a su madre de que, ese fin de semana, los futuros compradores irían a conocer las instalaciones. Solo que, como estaba hablando con no sé quién, le había dicho que esperara en recepción.

Algo que estaba resultando mortalmente desesperante, hasta que apareció ella.

—No te estoy persiguiendo —le dejó claro—. Vengo a hablar con la directora. O sea, con tu jefa. De nada que te incumba, por cierto. Y con respecto a la deuda —porque Bambi podía ser muy divertida, pero él no iba a perdonarle lo del coche—, tranquila, puedes pagármela a fin de mes, cuando cobres tu primer sueldo. O el siguiente, si con el primero no te da para cubrirlo todo.

En realidad, era un borde de narices.

—Todavía no me has dicho cuánto es —contestó ella, desoyendo su pulla.

—Ufff —se frotó la barbilla, haciéndose el interesante—, reparar un desastre como el que provocaste no será barato... Ya sabes, pulir y pintar la chapa... Échale unos ochocientos o novecientos euros.

Obviamente, se estaba marcando un farol. Ni la raya era tan grande, ni tendrían que arreglar toda el chapado del coche, pero ver como su rostro cambiaba de vacilón a abrumado, valía la pena.

—¿Estás de coña, no? —sus ojos se hicieron el triple de grandes—. ¿Con qué te lo van a pintar? ¿Con oro?

Ésta vez sí se mordió el labio para ocultar la risa.

—Por si no lo sabías, la pintura de chapa es cara —apuntó él.

—¡Ay señor! —siseó—. ¿Y de dónde sacó yo mil pavos?

Lo miró desolada y Lucas estuvo a punto de decirle la verdad. Incluso de perdonarle la vida. Pero, justo en ese momento, Claudia apareció al final del pasillo y le hizo un gesto para que se acercara.

—Me voy Bambi —se despidió de ella.

—No pienso pagarte hasta que no vea la factura —respondió ella en su lugar.

Lucas sonrió divertido.

—Espero que tengas algo de dinero ahorrado, porque si pretendes hacerlo con el sueldo de Baila Conmigo, será mejor que empieces a jugar a la lotería.

—Imbécil —la escuchó murmurar, una vez él ya le hubo dado la espalda.  

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now