OCHENTA

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El festival había sido todo un éxito. Tanto así, que los espectadores se levantaron de sus asientos para aplaudir.

Daphne se sentía tan feliz y satisfecha con su trabajo que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar. Después de esto, nadie podría volver a decirle que no estaba capacitada para enseñar.

Antes de comenzar, repartieron folletos con la información necesaria, como en un musical. En ellos estaban escritos todos los nombres de los participantes, así como de los organizadores y una breve descripción sobre la obra.

Cuando el silencio se hizo entre el público, las luces se apagaron y se proyectó un vídeo con imágenes antiguas de Baila Conmigo que habían prestado los vecinos. Este provocó risas y muy buenos recuerdos entre el público, que sonreía nostálgico mirando la pantalla.

De fondo, una música clásica ambientaba el video y daba paso a un grupo de niños pequeños, con maillots y tutús de colorines, que comenzaron a bailar el lago de los cisnes. Al verlos, la gente empezó a aplaudir y se escucharon vítores y silbidos, seguramente procedentes de algunos padres orgullosos.

Los peques dieron lugar a los adolescentes, y sus demonios, bien guapetones vestidos con un pantalón de chandal azul pitufo y un top ajustado en morado chillón, bailaron una pedazo de coreografía que mezclaba diferentes tipos de música urbana. Daphne participó en un hip-hop con toques dudstep.

Sus nervios habían estado tan a flor de piel que tenía la sensación de que sus pasos habían sido torpes e inexpertos. Pero bueno, tampoco buscaba impresionar a nadie. Solo... volver despedir esa academia que le había devuelto la ilusión por volver a bailar.

¡Y qué bien se había sentido!

Aunque, si era sincera consigo misma, de lo que más había disfrutado, sin ninguna duda, había sido del momento previo al inicio del espectáculo. Del antes. Del crear, montar, coreografiar y estar detrás, tras bambalinas, mirando orgullosa a sus alumnos. ¿Eso significaba que su papel como profesora en una academia de pueblo había cobrado otro sentido en su vida? Tal vez sí.

Pero, por ahora, lo único que le importaba era regresar a la ciudad y sacarse el titulo del conservatorio.

Y sanar.

Sanar de cuerpo y alma. Limpiar la mente de todos esos miedos dañinos que la habían asfixiado durante tanto tiempo. Aprender a gestionar sus pensamientos intrusivos.

Para su sorpresa, Daphne no había sentido miedo al subir al escenario de nuevo, a pesar de que, justo un minuto antes de que la música empezara a sonar, su mente había intentado manipularla, jugar con sus sentimientos, hacerla dudar... aprovechándose de su inquietud por volver a bailar delante de tanta gente sin máscara.

Como Daphne Arenas.

Pero, cuando creía que iba a darle un nuevo ataque de ansiedad, sus ojos tropezaron con los de Lucas. Él había venido. Estaba sentado entre las primeras filas, junto a Nick y sus hermanas y la miraba con una sonrisa que solo podía indicar una cosa: orgullo.

Él estaba orgulloso de ella por haberse atrevido a bailar de nuevo.

Él creía en ella.

Y ella confiaba tanto en él que supo que todo iba a salir genial.

¿Cómo se podía tener tal seguridad en algo solamente con sentir cerca a una persona?

Antes de empezar a bailar, Daphne sonrió al cielo, pensando en Mía, en lo mucho que la quería y la querría toda la vida. Después, respiró hondo y se abandonó al ritmo de la música. Al baile.

Fue un éxito.

Al público le encantó y ella creyó que iba a explotar de felicidad allí mismo, arriba de ese escenario bañado por la luz de los focos. Abrazó con fuerza a sus pequeños diablillos y los llenó de besos hasta que estos empezaron a quejarse de su intensidad.

Una vez bajo, su tía y sus dos amigas hicieron lo mismo con ella. Joana, además, se despidió de Daphne, porque se iba esa misma noche. Había logrado convencer a su padre para que subiera a recogerla en coche.

—¡Has estado magnifica, amiga! —exclamó, casi asfixiándola del achuchón—. Prométeme que no vas a dejar de bailar nunca. Y que me llamarás en cuanto llegues a la ciudad.

Daphne asintió, con lágrimas no derramadas en los ojos. Joana se iría esa misma noche de Torreluna y Daphne lo haría mañana, en el último tren de la tarde. Al final, iba a echar mucho de menos ese pueblucho.

Joana la soltó cuando vio acercarse a Nahuel que, para sorpresa de todo, no se había separado en toda la noche de Becca. En realidad, eran muy tal para cual. El abogado la felicitó con una sonrisa sincera y le deseó lo mejor en el futuro si no se volvían a ver. Al parecer, Sergio de la Vega lo había citado esa misma mañana para hablar de Baila Conmigo.

También se acercaron muchos pueblerinos. Los mismos que hasta hacia relativamente poco la miraban con condescendencia ahora le estaban dando las gracias por el festival tan bonito y emotivo que había creado.

Daphne estuvo riendo y llorando y abrazando a mucha gente, hasta que una mujer, elegantemente vestida con una traje chaqueta, las interrumpió. Se presentó como la directora de un conservatorio de danza en París y, sin darle muchas vueltas al asunto, invitó a Daphne a terminar su formación de bailarina profesional allí, otorgándole una beca y la oportunidad de volver a perseguir sus sueños.

¿Qué que hacía una mujer tan importante en un pueblo como Torreluna? Al parecer, era una vieja amiga de Claudia Castillo y la apreciaba lo suficiente como para coger un avión y plantarse allí, en un pequeño festival hecho por niños y adolescentes sin ningún tipo de experiencia.

Daphne, obviamente, y con una sonrisa de oreja a oreja, aceptó su propuesta y le prometió que la llamaría el lunes sin falta, una vez se hubiera instalado de nuevo en la ciudad.

La certeza de que se iba realmente de Torreluna le provocó una punzada de dolor. ¿Por qué las cosas no podían haber sido diferentes? Hubiera dado cualquier cosa por no irse del pueblo con esta sensación de pérdida.

Buscó a Claudia con la mirada para agradecerle lo que acababa de hacer por ella y su corazón se paró en seco al ver con quien estaba hablando Lucas. Entonces lo supo. Supo que Claudia no había tenido nada que ver con la invitación de la directora del conservatorio, sino que había sido él.

Lucas.

El hombre frío y distante de ojos negros como el carbón del que se había enamorado como una idiota. Su corazón comenzó a latir desenfrenado, debatiéndose entre ir a cantarle las cuarenta por no haberla avisado u olvidar todo lo que había pasado entre ellos, sus noches llorando y echándole de menos de forma casi desesperada, y plantarle un beso allí mismo, delante de todo el puñetero pueblo.

Pero no lo hizo, porque tuvo la leve sensación de que solamente lo había hecho por lástima.

El dolor se agudizó y el enfadó hormigueó en la punta de sus dedos.

¡Iba a ir a darle las gracias, sí, pero después de pegarle un puñetazo! 

Un baile y nada más   [FINALIZADA]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن