TRECE

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—Ey Daphne —la saludó Alanna desde la verja de la puerta—. ¿Puedo entrar?

Ella asintió con la cabeza y continuó desentornillando una tuerca de la bicicleta que había conseguido encontrar en el trastero. Si lograba arreglarla ya no iría andando a la academia.

No estaba de muy buen humor para conversar con nadie. Y menos con ella. ¿Cómo podía mirarla a la cara y no decirle que el imbécil de su novio se estaba besuqueando con otra ayer? Pero como tampoco estaba segura del tipo de relación que tenían, igual era meterse donde no debía. Y ya la había liado bastante en una semana que llevaba viviendo en el pueblo, ¿no?

—¿Qué tal? ¿Cómo va tu herida? —le preguntó la pelirroja cuando se acercó a ella.

—Ahí va —observó su antebrazo todavía vendado—, está cicatrizando.

—¡Me alegro! —sonrió con demasiada alegría.

Alegría que, sin duda, Daphne no sentía.

Hoy era uno de esos días en los que la amargura bloqueaba el resto de sus emociones y, aunque le hubiera gustado echarla de casa, no podía hacer eso. Ésta chica, de pelo rojizo brillante y gafas de culo de vaso, había sido la única persona que no la había despreciado ni juzgado desde que la conoció. Y, sinceramente, se merecía algo más por su parte.

—¿Qué haces aquí? —la miró. Se limpió las manos, negras debido a la suciedad de la bici, con un trapo y se levantó—. ¿Necesitas algo?

—Tengo una buena noticia —declaró—. Y como no tengo tu número, he venido a contártelo en persona. —Desbloqueó la pantalla de su móvil, astillado en una de las esquinas, y le mostró una página de Facebook—. Más de cien personas han dicho que participarán en el concurso. ¡Parece que fue una buena idea!

Daphne esbozó una débil sonrisa.

—En realidad, fue tu idea.

—Pero fuiste tú la que propuso hacer algo diferente. ¡Y menos mal!

—¡Alanna, qué sorpresa! —exclamó Marisa, haciendo acto de presencia en el jardín, con un vestido de flores y una visera amarillo limón.

—Marisa, ¿qué tal? —se mostró afable Alanna—. Le estaba contando a Daphne que ya son cien las personas que asistirán a la fiesta.

—No me digas —su tía, dramática de nacimiento, se llevó las manos a las mejillas—. Qué ilusión más grande. ¡Esto hay que celebrarlo! ¿Cerveza o vino?

—Cerveza —escogió Daph, centrando de nuevo la atención en la bicicleta.

—¿Té de caramelo no tiene? —preguntó la pelirroja, acompañando a su tía a la cocina.

Daphne siguió intentando encajar la cadena oxidada de la bici. Por mucho que lo intentara, no lograba quitarse esa molesta desazón que se había apoderado de su tranquilidad desde ayer por la noche.

Frustrada por no conseguir su objetivo, decidió rendirse por el momento. Más tarde volvería a intentarlo. Y, con cuidado de no mancharse, incorporó la bicicleta apoyándola en el caballete. Todavía tenía mucho trabajo que hacer en ella. Tendría que quitarle el oxido, pintar toda la superficie, cambiar las ruedas y comprobar los frenos. Pero no importaba. Le gustaba mantenerse ocupada, la... liberaba un poco de sus pensamientos intrusivos.

Marisa y Alanna salieron al jardín con un par de bandejas —en una, estaban las bebidas. En la otra, un surtido variado de quesos, jamón y patatas—, que depositaron en la mesa de la preciosa terraza que había creado Marisa. Estaba situada a un par de metros de la casa, pero las enredaderas de jazmín que la cubrían por completo la convertían en una guarida perfecta para esconderse de la gente. Sin duda, se había convertido en el lugar favorito de Daphne desde que había llegado allí.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Onde histórias criam vida. Descubra agora