TREINTA

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«¡Sorpresaaaaaa!».

Gritaron todos al unísono cuando entró en el salón de casa de sus padres para, acto seguido, comenzar a cantar el cumpleaños feliz. Scot, sin dejar de ladrar, posó sus patas encima de Lucas alzándose en toda su longitud y le lamió la cara otorgándole lo que para él significaba un beso de hermanos.

Lucas estaba de malhumor aunque no lograba comprender muy bien el porqué. El caso es que si no hubiera quedado con su familia para comer, probablemente ni se hubiera levantado de la cama.

Veintisiete años.

No recordaba cuando se había hecho tan mayor.

Fingió una sonrisa y envolvió a su madre en un abrazo, que lo miraba nostálgica.

—Ay mi pequeñín —le acarició el mentón—. Todavía recuerdo cuando te llevaba al colegio de la mano y no querías entrar sin mí —se enjugó una lágrima.

—Mamá, por favor —puso los ojos en blanco.

Sus hermanas se abalanzaron a él colgándose de su espalda como los monos del zoo.

—¡Luc! ¡Luc! Te va a encantar mi regalo —vociferaba emocionada Kala—, y hemos hecho el pastel entre Lía y yo. ¿A que sí? —Su hermana asintió con una gran sonrisa—. También voy a poder beber champán.

—Kala —la soltó—. No quiero ser aguafiestas, pero tienes trece años y las menores no beben.

La rubia bufó indignada.

—Casi catorce —puntualizó—, y además, mamá me lo ha permitido.

Su abuela le dio un tirón de oreja tan fuerte que Lucas dudó que no se hubiera quedado con un trozo entre los dedos y su prima le propinó un sonoro beso en la mejilla. Su padre simplemente le obsequió con una palmada en la espalda.

—Estoy orgulloso de ti —confesó.

Y Lucas quiso vomitar. Claro que lo estaba, no podía ser de otra manera. Se había pasado toda su vida haciendo lo que Sergio De la Vega quería. A su imagen y semejanza.

La mesa estaba repleta de comida. Un par de tablas de ibéricos y tipos de queso, una ensalada de cangrejo, la favorita de Lucas, y unas pizzas caseras cortadas en trozos cuadrados adornaban el centro de la mesa, junto a una fuente de canapés rellenos. Ocho copas descansaban relucientes en uno de los extremos de la mesa y una botella de vino blanco se mantenía fresca dentro de una enfriadora.

Lucas frunció el ceño.

—¿Por qué hay ocho copas?

No obstante, antes de que su familia respondiera, la voz del octavo invitado irrumpió en la habitación.

—¿Pensabais empezar sin mí? —Nick entró con total confianza y lo abrazó—. ¡Feliz cumpleaños hermano! Mi regalo estaba en Londres, pero como no viniste... —se encogió de hombros.

Lucas se rió abiertamente recordando la sorpresa que su mejor amigo le había prometido en Londres.

—¿Y por qué no lo has traído contigo?

—¿Para qué? Si aquí estás muy solicitado —bromeó su amigo.

Lucas le sacó el dedo corazón y Nick estalló en carcajadas. Después, se acercó a saludar a su abuela y la piropeó. Sabía que con Ana Delgado siempre funcionaba, era una mujer muy alegre y coqueta y Nick un terrible seductor.

Dio un par de besos a Claudia y le estrechó la mano a Sergio, abrazando a sus hermanas. Kala se le colgó, literalmente, como un Koala.

A su prima, sentada en una esquina del sofá, no le dijo nada.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now