OCHENTA Y UNO

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Enfadada como estaba, sorteó a todos los vecinos de Torreluna que querían felicitarla por el maravilloso trabajo que habían hecho, y se fue a buscar a Lucas.

Era increíble como, ahora, después de tres meses mirándola con cara de perro, todo el mundo quería hablar con ella. Todo el mundo le sonreía. ¡Y la saludaba! ¿Dónde había quedado todo esa condescendencia?

—¡Tú! —pronunció con fingido desagrado. Lucas y Nick enarcaron las cejas, como si no supieran muy bien hacia quien se dirigía, aunque su mirada lo estaba dejando bastante claro. Nick, comprendiendo por fin, asintió con la cabeza y se marchó, dejándolos solos—. ¿Cómo te atreves?

—¿A qué?

—No te hagas el idiota —se cruzó de brazos, resoplando—. Sabes perfectamente de lo que hablo.

Él la miró con una inocencia completamente impropia de él.

—No, te juro que no Bambi —alzó las manos en son de paz—. Pero sea cual sea el motivo de tu enfado, te aseguro que yo no he sido... ¿O sí?

Los ojos de Lucas titilaron con una intensidad turbadora. ¿Qué narices le pasaba? ¿Por qué la estaba mirando así? Como si ella fuera... lo más bonito que hubiera visto nunca. Lo que era estúpido, pensó. Porque Daphne se le había declarado como una idiota y él... ni siquiera la había llamado.

Ese dato la enfureció un poquito más.

—Por supuesto que sí —gruñó, sacando toda su amargura—. ¿O no has sido tú el que ha invitado a la directora del conservatorio de danza?

—Ah eso —las comisuras de sus labios tirotearon en una pequeña sonrisa—, era una sorpresa. —Pero al ver su cara de pocos amigos, su expresión cambió, se torno... ¿afligida?—. ¿No te ha gustado?

Le había encantado, joder.

Se moría por lanzarse a sus brazos.

Por pedirle que la acompañara a París con ella.

Pero ya se había humillado una vez, no iba a hacerlo una segunda y con el mismo chico. Lo que no estaba entendiendo era... su actitud. ¿Por qué no la miraba como si tenerla cerca fuera un suplicio como hacía siempre? ¿Por qué no utilizaba su sarcasmo para devolverle las pullas? ¿Por qué parecía triste?

No, se dijo a sí misma.

No era tristeza, era lástima. ¡Y no iba a permitir que el muy imbécil sintiera pena por ella!

—Sí, me ha gustado —confesó.

Tampoco iba a mentir, ¿no?

—¿Entonces?

—Entonces, ¿qué? —se puso a la defensiva, furiosa—. Me ha gustado el detalle —continuó, explicando lo que él no parecía entender—, pero no el porqué lo has hecho.

—¿Y según tú por qué lo he hecho?

—¿No es obvio? —Al ver que Lucas seguía mirándola sin llegar a ninguna conclusión, espetó—. ¡Por pena!

Esta vez, sí que se rió. Y su risa no fue divertida, ni mucho menos.

—Esa es la idiotez más grande que has dicho desde que te conozco, Bambi.

—¿Y si no es por pena por qué lo has hecho? —quiso saber, cruzándose de brazos.

—¡Porque quería que te viera bailar! —exclamó, sacando un poco de ese carácter que ella conocía tan bien—. Pensé que si tú no eras capaz de ver lo buena que eres, ella te ayudaría a hacerlo.

Daphne parpadeó.

Y su respiración se entrecortó un poco.

¿Lucas no lo había hecho por pena? ¿De verdad? ¿Y qué eran esas estúpidas ganas de sonreír que tenía? ¿Tan blandengue era? ¿Tan fácil?

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora