ONCE

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Salió del vestuario con el cabello todavía húmedo de la ducha y se lo peinó con las manos. Lo tenía tan liso que podía permitirse no utilizar ni secador ni plancha. Se había puesto un vaquero momfit de cintura alta y una sudadera ombliguera que no cubría el botón del pantalón. Le gustaba vestir cómoda y ancha, con ropa que le cubriese la horrible cicatriz que cruzaba toda su espalda.

La recepcionista, Mireia, sonrió cuando la vio y le entregó la ficha para que la firmara como cada día. Hablaron un par de minutos sobre el tiempo hasta que una voz alegre la llamó.

—¡Daphne!

Giró sobre sus talones para ver a una Alanna vestida con unos pitillo y un suéter ancho marrón chocolate por debajo de una chaqueta de pana con borreguito en su interior. Las gafas seguían escondiendo sus ojos y la trenza recogiendo su larga y rojiza melena.

Daphne sonrió al verla, pues llevaba un gran taco de calabazas entre las manos. Habían quedado para ir a repartir juntas carteles por todo el pueblo, ya que Alanna, según había podido descubrir Daphne una vez se hubieron marchado de casa, era hija y nieta de una de las familias más importantes de Torreluna, los De la Vega, quienes poseían la empresa de construcción más grande del país.

Y ella, bueno, ella era una forastera a la que nadie veía con muy buenos ojos.

—¿Vamos? —preguntó la pelirroja haciendo un gesto con la cabeza.

Daphne se despidió de Mireia y se fue con ella hacia el coche que había aparcado a unos pocos metros de distancia de la academia.

Distribuyeron los panfletos por los distintos locales con los que contaba el pueblo: bares, restaurantes y tiendas, farmacias, estancos y quioscos. Pasaron por la biblioteca y el gimnasio. También por los dos supermercados. Y Daphne descubrió que a pesar de ser un pueblo pequeño, no estaba tan muerto como ella había imaginado en un primer momento.

Después, el Ford Focus de Alanna las llevó al polígono donde empapelaron el centro comercial y un par de grandes e importantes empresas, entre las que se encontraba la de la familia de la pelirroja. Se trataba de un edificio blanco y enorme donde en la azotea descansaban las ocho letras que formaban el apellido: De la Vega. Esta le contó que trabajaba en el gabinete de prensa como periodista.

Y a Daphne le resultó curioso que fuera periodista con lo tímida que parecía.

La vecina entró con cautela, una actitud nada propia de ser la jefa, y le pidió que esperase en la recepción mientras ella subía a colgar más panfletos en el resto de departamentos.

Daphne asintió y echó una ojeada a su alrededor. Por lo poco que podía apreciar, la fábrica tenía un estilo moderno y minimalista. La entrada era amplia y luminosa con techos altos y las paredes blancas estaban decoradas con pequeños cuadros de edificios o elementos construidos.

El escritorio donde se escondía la recepcionista era una barra larga y negra con rayas horizontales de color plata. Sentada en la silla, una morena de metro ochenta tecleaba con rapidez mirando la pantalla del ordenador. Daphne la observó con demasiado interés. Llevaba un moño a la altura de la nuca, unas gafas de pasta negra e iba demasiado maquillada y perfumada, afianzando la definición de elegancia.

Como no podía estar sentada, se paseó por la habitación para cotillear las fotografías mientras unos hombres con mono azul marino y guantes entraban y salían descargando unas planchas de cristal fino, las cuales estaban precintadas con una cinta blanca y roja en la que escrito ponía bien claro: material frágil.

Los trabajadores las estaban situando junto a una pila de cajas de cartón con el logo de la empresa. Daphne no tenía ni idea de construcción pero le pudo la curiosidad y se acercó a ver para que servían.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now