DIECISÉIS

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Uno de los restaurantes favoritos de Lucas estaba a las afueras de Torreluna y era allí donde solía ir a cenar con Becca. Odiaba reconocerlo, pero no existía un maldito rincón en el pueblo en el que pudiera tener algo de privacidad. Los cotilleos volaban más rápido que el Lockheed SR-71.

Becca era, para Lucas, una de las chicas más guapas de Torreluna. Ambos se conocían desde la época del colegio. Becca iba uno o dos cursos por debajo del suyo y siempre había intentado ligarse a Lucas, pero éste jamás le había dado alas. Hasta hacía un par de meses, cuando se acostó con ella por primera vez.

Desde entonces, solía quedar con ella para cenar y pasar el rato, pero nada más. Él sabía que Becca era la mujer perfecta para él. Del tipo que le gustaba. Alta y delgada, vestida con elegancia, bien peinada y maquillada, que calzase tacones y oliese a perfume caro. Él sabía que Becca era la mujer que su familia, o su padre en este caso, esperaba que eligiese para establecerse.

Él sabía, también, que Becca sería la mujer que acabaría eligiendo para formar una familia. Y, quizá, por eso, había empezado a salir con ella ya. Aunque sin llegar a ser nada serio, todavía.

Primero necesitaba conocerla un poco más a fondo. Más allá de su impecable físico. Ver si encajaban como pareja. O eso le decía a todo el mundo cuando le preguntaban la razón del porqué no había oficializado nada con ella cuando era obvio que eran la pareja perfecta. ¿Lo eran?

—¿Qué tal están tus padres? —le preguntó ella, acariciando uno de los pendientes de perla que siempre llevaba en las orejas.

Lucas dio un sorbo a su copa de vino tinto.

—Como siempre —comentó, sin mucho interés—, trabajando duro y cuidando de mi familia.

Ella sonrió con dulzura.

—Ya me imagino. ¿Y cómo va la venta de la academia?

Becca estaba al tanto del negocio porque Lucas le había pedido consejo en un par de ocasiones con el tema económico. La tía era una de las economistas más potentes que Lucas conocía. Se había sacado la carrera en cuatro años, cursando primero y segundo a la vez. Era algo así como superdotada.

¿No era perfecta?

—De momento, no ha habido ningún movimiento...

Y, mientras el camarero servía los primeros platos, Lucas se sumergió en una conversación sobre planos, ideas, dinero y estrategias de venta respecto a la academia. Becca lo escuchaba con atención, interesada reamente en el tema.

A Lucas le gustaba hablar de su trabajo, pero aquella noche estaba agotado. Llevaba días absorto en él. Exactamente, desde que los hijos de Cruz anunciaran la venta de la academia y un grupo de inversores se pusieran en contacto con ellos para la creación del súper moderno centro comercial. Por lo que, ésta noche, encontró un poco tedioso dirigir la conversación a lo mismo de todos los días.

—¿Vas a ir a la fiesta de Halloween? —cambió de tema inmediatamente después de terminar su monólogo.

Lo que fue un error, porque trajo a su mente a la pequeña y descarada bailarina que, acababa de poner un pie en el asfalto de Torreluna y ya estaba intentando cambiar la dinámica de su pueblo. Pensó también en la extraña relación que se había forjado entre ella y su prima Alanna y en como las dos parecían haber unido fuerzas para sacar adelante esa estúpida fiesta a la que nunca asistía nadie menor de cuarenta años.

La chica que tenía delante frunció el ceño.

—¡Que va! —negó—. Esa fiesta siempre es de viejos.

—Este año me parece que le han dado un giro interesante —se escuchó decir, contra todo pronóstico—. Hay concurso de disfraces con premio incluido y la gente parece entusiasmada.

—¿Vas a ir, entonces? —el deje de extrañeza en la voz de Becca era de esperar.

No era un secreto que Lucas odiaba todas esas parafernalias absurdas. Y, sin embargo, la razón por la que no había descartado completamente ir escapaba a su propio entendimiento. ¿Qué hacía él en una fiesta de disfraces?

—No lo sé —confesó—. Depende de la insistencia de mi familia. Lo están organizando mi abuela y mi hermana.

Y la maldita Bambi.

Pero ese dato no tenía ninguna importancia.

—Bueno, siendo así, entiendo que tengas que ir. Igual yo debería acompañarte, ¿no? —dijo con una risita. Lucas la miró sin saber que responderle—. ¿Tienes pensado disfrazarte?

—No creo —se centró en la última pregunta. Era más fácil de contestar.

—Pues si, al final, quieres ir y quieres que nos disfracemos juntos, ya sabes, rollo Peter Pan y Wendy, por mi encantada.

¿Peter pan y Wendy? Dios, el no iba a disfrazarse de Peter Pan. El no iba a disfrazarse de nada, en realidad. Aun así, cabeceó en un asentimiento, dejando el tema en el aire.

El camarero se acercó a retirar los platos y Becca empezó a hablar de lo que mejor se le daba: la economía. Lucas la escuchó atentamente durante los primeros diez cinco minutos, los mismos que tardó el camarero en traerles el segundo plato. Después, se centró en degustar esa increíble carne cocinada a baja temperatura.

Su padre estaría orgulloso de que Lucas presentar a Becca como su novia. Ella era todo lo que su padre le había dicho que debía de ser una mujer adecuada para un De la Vega. No como Bambi.

Lucas arrugó la nariz, contrariado. ¿Por qué tenía que venirle a la mente cada maldito segundo?

Porque no tenía nada que ver con Becca, se dijo a sí mismo. Porque mientras la chica que estaba frente a él, sentada correctamente, con las uñas pintadas de un blanco roto, no era impulsiva ni malhablada.

En estos dos meses que la conocía más profundamente, Becca no le había levantado la voz ni una sola vez. Tampoco lo había insultado, ni le había plantado cara como sí había hecho Daphne casi al instante de conocerla.

Lucas no sabía que tenía esa chica que lo incitaba tanto a provocarla, a picarla, a enfadarla. A sacar esa insolencia que la caracterizaba solo por placer, por diversión. Bambi estaba chalada, y lo sacaba de quicio constantemente, pero conseguía hacerlo reír como nadie.

—¿Lucas? —Becca le apretó la muñeca y él regreso a la conversación—. ¿Me estás escuchando?

No.

—Perdón —se disculpó—. Me he ido sin querer. ¿Qué decías?

Ella lo eximió de toda culpa con una cálida sonrisa y volvió a la carga con una interesantísima historia sobre un nuevo plan de ahorros que a él, sinceramente, le importaba un comino. Aun así, trató de participar en la conversación.

Finalmente, degustaron un magnífico postre con una copa de Cava y Lucas entregó la tarjeta de crédito, pese a que Becca se ofreció a pagar su parte. En realidad, era una tía guay. Y Lucas estaba seguro de que acabarían entendiéndose perfectamente cuando decidiese, por fin, concretar la relación. Al fin y al cabo, Becca era lo que se esperaba de él.

No importaba que esta noche, Lucas se hubiera aburrido como una ostra. 

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora