SESENTA Y UNO

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A las seis y media de la mañana, Marisa abrió la puerta de la habitación de Daphne y se la encontró dormida en posición fetal, con un pañuelo en la mano y ropa de calle.

Al verla supo que acababa de caer en un sueño intranquilo.

Entró con cuidado para no despertarla y cerró la pantalla del portátil que estaba encendido a los pies de la cama. Decidió dejarla dormir un par de horas más y cerró la persiana para que no le entrara la luz de la mañana.

Sin embargo, Daphne tenía otros planes y se despertó sobresaltada.

—¿Tía? —preguntó rascándose los ojos—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?

A Marisa no le pasó desapercibido los ojos hinchados y la nariz roja de cuando una persona lloraba durante horas.

—Son las seis y media todavía... he entrado porque he escuchado voces y pensaba que estabas despierta, pero era el ordenador. ¿Hoy tienes que ir a la academia?

Era sábado, pero desde que habían empezado a preparar el festival de despedida de Baila Conmigo, aprovechaban cualquier ratito para ir organizando cosas.

—A las once he quedado con Rossany, pero tengo que pasar antes por la estación —dijo somnolienta.

—¿A la estación para qué?

—Hoy viene Joana, ¿recuerdas?

—Ah sí, es cierto. ¿Sobre que hora tienes que ir a recogerla?

—A las nueve menos cuarto me dijo que llegaba el tren.

—Pues no te preocupes... tú duerme un par de horitas más que yo voy a buscar a tu amiga a la estación.

—¿En serio?

—Claro, por qué no —sonrió alegre—. Así aprovecho y le hablo un poquito del pueblo —Daphne puso los ojos en blanco y Marisa sonrió.

Era consciente de lo que pensaba el pueblo de ella. Que era una vieja loca que vivía en un mundo multicolor. Su ropa, su casa, su coche... todo siempre repleto de color. Como un arcoiris. Pero a sus sesenta y cinco años ya no iba a cambiar. Tampoco quería, en realidad. Así había sido toda su vida, así había enamorado a su marido y así continuaría hasta el día de su muerte.

La vida era demasiado corta como para vivirla entre las sombras.

Podían pensar de ella lo que quisieran, porque si de algo estaba orgullosa, era de su personalidad. De haber aprendido a vivir a su manera, según sus reglas y sin que nadie le cortase las alas.

Y Daphne, aunque no quisiera reconocerlo, se parecía muchísimo a su tía. Lo sentía cada vez que la veía. Su forma de hablar, de vestir, de hacer la cosas... era una inconformista buscando hacerse un lugar en un mundo resignado.

Aunque cargaba un gran peso sobre sus hombros. Un peso que ya pudo vislumbrar en sus ojos la primera vez que la vio y que, aunque parecía empequeñecerse algunos días, los días en los que su sobrina aparecía por casa con un enorme sonrisa pintándole la cara, seguía ahí. Arraigado.

Un peso que a Marisa le encantaría poder ayudarla a sostener.

Pero, del mismo modo que Daphne iba por la vida pisando fuerte, también se escondía como un caracol cuando de hablar de ella misma se trataba.

—Está bien —sonrió agradeciéndoselo.

—¿Quieres que te suba algo para desayunar antes de irme? —Daphne negó con la cabeza—. ¿Y vas a contarme porque has pasado toda la noche llorando?

—Yo... —su mirada se entristeció de nuevo.

Marisa conocía la historia de Daphne. Un poco, al menos. Lo único que le había contado Elena cuando le dijo que habían decidido que su hija tenía que espabilar por su cuenta. Que... llevaba sumida en un inmensa tristeza desde que regresó de Estados Unidos. Por lo que, Marisa, creyó buena idea hablar con Claudia Castillo y pedirle que, por favor, le diera trabajo a Daphne.

Era mejor tenerla allí, que sola vagando por la ciudad.

Estaba casi segura de que Daphne pensaba que sus padres la habían abandonado sin compasión. Pero lo cierto es que tanto Elena como Luís habían creído buena idea mandar a Daphne a Torreluna. Mantenerla lejos de su casa, de la ciudad y de todo lo que le recordara a su amiga.

Durante las primeras semanas creyó que se habían equivocado con su decisión porque en lugar de mejorar, empeoraba. Se pasaba el día encerrada en casa y enfadada con el mundo. No obstante, poco a poco la alegría reapareció en el rostro de su sobrina. Comenzó a salir con Alanna y conoció a Lucas que, Marisa estaba convencida, era el motivo de su sonrisa.

¿Sería también el de sus lágrimas?

—Te escuché anoche entrar llorando —se sentó en el borde de la cama—, y por lo que veo no has dormido en toda la noche. ¿Qué ocurre Daph?

***

Y así, sin pensarlo dos veces, Daphne se desahogó con su tía Marisa.

Se lo contó todo entre sollozos, pidiéndole que no la juzgara y rogándole que la entendiera. Le habló de sus miedos, de sus sentimientos de culpa, de Pandora y de Lucas, aunque no le confesó que estaba enamorada de él, eso se lo guardaba para ella.

Para su sorpresa, Marisa la abrazó.

Y ella se aferró a su abrazo como si le fuera la vida en ello. Olía a flores y tierra mojada. Al olor de un jardín cuando llovía en verano.

—En menudo lío te has metido.

—Lo sé... —y sorbió por la nariz, limpiándose las lágrimas—. ¿Qué puedo hacer?

—El tiempo corre y no se detiene, Daph —le aseguró su tía, sujetándole la cara con las manos—. Sécate las lágrimas, coge el toro por los cuernos y enfréntate a todo de una vez. Tus miedos se han apoderado de ti y te están llenando de culpa. ¿Qué pasaría si bailaras como Daphne en vez de cómo Pandora?

—Que mi mente comenzaría...

—Ahí está —la interrumpió—. Tu mente, no tú. Es importante que sepas, cariño, que tú no eres tus pensamientos. Que todos tenemos pensamientos intrusivos y negativos, pero que estos no nos definen. Que tenemos el poder de desmentirlos. De decidir si estamos de acuerdo con ellos o no.

—¿A qué te refieres?

Su tía se peinó el flequillo y se recolocó las gafas.

—¿Sabes que las personas, para sobrevivir en este mundo, tendemos a bloquear o a evitar todo lo que nos causa dolor y angustia? Utilizamos parches que cubren el vacío que sentimos en nuestro interior. Nos mantenemos ocupados en otras actividades para evitar que la mente nos ahogue con unos porqués que ni siquiera sabemos responder.

Ella lo sabía. Su psicóloga se lo había dicho varias veces. Aun así, tenía la sensación de que su tía quería decirle otra cosa.

—¿Qué quieres decirme exactamente?

—Que llevas tanto tiempo sintiéndote culpable que no te has permitido entender que hay cosas que, por desgracia, se escapan de nuestro control. Que existen mil factores que no dependen de nosotros y eso es lo que ocurrió aquel día, Daph.

No, eso no era así. Ya se lo había dicho a la psicóloga, a sus padres, a todo el mundo que había intentado decirle lo mismo... y ahora iba a decírselo a su tía. Fue su culpa. Total y absolutamente su culpa.

—Lo que ocurrió aquel día fue que yo...

—Fue que confiaste en quien no debías —la interrumpió—. Tú no conducías ese helicóptero y tu estabas tan indefensa como tu amiga. Que fue ella, pero podías haber sido tú. —Y ojalá hubiera sido ella. Hubiera sido más fácil que vivir con este dolor—. Es momento de aceptar que lo que ha ocurrido ha ocurrido y ya no podemos hacer nada para cambiarlo.

—Sí, la teoría suena muy sencilla pero la práctica es un poquito más difícil. Ya sé que no puedo hacer nada para cambiarlo, pero dime tía, cómo hago para que mi cabeza deje de obsesionarse por lo que podía haber hecho y no hice, por lo que ya nunca más debería hacer porque no me lo merezco...

Su tía la volvió a abrazar antes de susurrarle:

—Lleva tanto tiempo lloviendo dentro de ti que las nubes te están impidiendo ver el sol. Trata de encontrarlo, cariño.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang