DIECINUEVE

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Lucas detuvo el coche en una especie de parque oscuro, sin farolas que ilumaran el camino, y Daphne se puso alerta. Era consciente de que lo había hecho cabrear muchísimo, pero no lo creía capaz de hacerle daño físicamente. Claro que, tampoco lo conocía. Y su sexto sentido estaba un poco atrofiado.

—Baja —le ordenó con un tono áspero.

Daphne estuvo tentada a quedarse donde estaba, sentadita en el asiento del copiloto, refugiada en la calidez que se había formado en el interior del coche, gracias a la calefacción. Pero no le apetecía seguir discutiendo con él.

Respiró hondo un par de veces y pisó la grava. El olor a tierra mojada se coló por sus fosas nasales y el cantar de los grillos le agudizó los oídos. Daphne adaptó su vista inmediatamente a la oscuridad, interrumpida por el leve brillo de la luna. El frío de la noche comenzaba a calar sus finas medias.

—¿Dónde estamos? —preguntó en un susurro.

Aun con el cielo apagado, se podía vislumbrar un precioso lago que se extendía hacia dentro, hacia donde sus ojos no alcanzaban a ver, y la luna, redonda, llena y hermosa, se reflejaba en él. Dio una vuelta sobre sus pies para admirar el resto del paisaje y descubrió que estaban ocultos por árboles de gran tamaño.

Aquello debería haberla asustado. Alarmado, al menos. Sin embargo, fue todo lo contrario. Una calma casi mística se apoderó de ella, que acabó apoyándose en el capó del coche, junto a Lucas.

—En el lago Rojo —explicó él, guardando sus manos en el bolsillo de la sudadera—. Tiene ese nombre porque cuando se pone el sol, el agua parece lava roja.

Daphne estaba casi segura de que ese lugar era el que veía ella cada día desde la ventana de su habitación.

—¿Y por qué me has traído aquí?

—No sé —murmuró Lucas, absorto en las ondas que provocaba el viento sobre el lago.

—¿Vas a matarme y tirar mi cuerpo al lago? —bromeó ella, a lo que él esbozó una sonrisa ladina que provocó cosas raras en el centro de su estómago.

—Debería hacerlo —chasqueó la lengua—, te lo merecerías por ser tan insoportable. —Daphne fue a replicar, pero él no la dejó—: pero no, eso no es lo que pensaba hacer contigo.

—¿Y qué pensabas hacer?

Daphne podía sentir la mirada de Lucas sobre ella, pero no alcanzaba a distinguir de qué manera lo hacía. Él se acercó a ella y sus nervios comenzaron a aflorar.

—¿Por qué lo has hecho? —quiso saber él, en cambio.

—¿El qué? —se hizo la loca.

—Tirarme la cerveza.

La distancia entre ellos se convirtió en mínima, cuando Lucas la acorraló contra el capó de su coche. Sus piernas se tornaron plastilina, tanto que tuvo que apoyar las manos en la carrocería.

—Porque... —tragó saliva, inquieta—, has estado burlándote de mí. —Su voz sonó más suave de lo que pretendía. Lucas se alzó sobre ella, acercando peligrosamente su rostro al suyo, sin dejar de observarla fijamente—. Me dijiste que... Alanna era tu novia —balbuceó, con la respiración entrecortada.

¿Qué narices estaba haciendo Lucas?

—¿Yo te dije eso? —colocó una rodilla entre sus piernas y recorrió su garganta con la punta de la nariz para detenerse en su oído—. No recuerdo habértelo dicho —le susurró, enviándole una oleada de placer caliente por todo su cuerpo.

Sus pezones se erizaron, y no por el frío.

—S-sí —musitó—. Bueno, no... ¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando sus manos comenzaron a subir por sus muslos.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now