CINCUENTA Y SEIS

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Menudo imbécil.

¿Cómo podía estar enamorada de semejante capullo? No había día en el que no le recordara que lo que ellos dos tenían era solo sexo.

Gritarle. Eso es lo que quería. Decirle que era un terrible bailarín y que por mucho que le escociera, no era perfecto. Pero después la miraba como lo había hecho mientras bailaban y su corazón comenzaba a latir tan fuerte que amenazaba con salirse del pecho.

Se abrochó el plumífero y se plantó un gorro azul celeste en la cabeza. No tenía planeado salir esa noche, así que no se había arreglado. Miró su conjunto de pantalón negro alto y suéter de lana gorda de color rojo y después observó a Lucas que, aunque llevaba un plumífero negro para combatir el frío, estaba radiante con una camisa de felpa a cuadros azules y verdes y unos vaqueros.

No podía negar la felicidad embriagadora que había sentido cuando lo vio aparecer, de repente, en la academia con la excusa de buscar unos archivos. Las ganas de saltar a sus brazos habían sido tantas que tuvo que sujetar con fuerza al señor Gerardo.

Maldito corazón estúpido.

Daphne alargó la mano para cambiar la canción que acababa de empezar a sonar en la radio.

—Si, claro, no te preocupes, puedes cambiar sin problema... —Lucas rompió el silencio que se había creado en el interior del coche y la miró socarrón.

—Me tiraré por la ventanilla como siga escuchándolo —terció esta, que no estaba de humor para escuchar canciones empalagosas de amor.

—Que cruel eres con el pobre cantante —dijo con sorna.

—Pues que te haga llorar a ti —hizo una mueca de asco levantando la comisura del labio superior—, porque yo paso. —Él arqueó las cejas y sin más, comenzó a reírse a carcajadas. Daphne lo vio murmurar para sí y entrecerró los ojos—. ¿Qué has dicho?

—Que estás loca de remate.

—Dime algo que no sepa —vaciló.

Lucas frunció los labios simulando un silbido y añadió:

—Espero que comer te cambie el humor...

—Tu me pones de mal humor —gruñó—, porque te crees el rey del mundo.

—¿El rey del mundo, yo? —se auto señaló con aire inocente sin apartar la vista de la carretera—. Solo soy el rey de Torreluna —y su risa volvió a retumbar en el interior del automóvil.

—Pf, eres infumable —bufó Daphne aumentando la satisfacción de Lucas.

Ah, algún día lo mataría.

Pestañeó enfurruñada y desvió la mirada al camino de tierra que se extendía a su derecha, escondiendo una sonrisa. Estaba molesta con él por ser tan jodidamente idiota pero, a la vez, quería comérselo a besos. Y es que, ¿quién le había dicho que podía aparecerse en la academia como si nada e invitarla a cenar? ¿Por qué? ¿Acaso lo hacía porque no tenía plan para esa noche y se aburría en casa? De cualquier modo, ella no tendría que haber aceptado. No, aunque se estuviera muriendo de ganas por hacerlo. No, porque sería muy fácil acostumbrarse a ello. Acostumbrarse a él.

Le resultaría tan sencillo habituarse a su compañía, a su sonrisa, a sus besos, al calor de su cuerpo, a sus comentarios mordaces, a sus gestos malhumorados... que le asustaba el solo pensarlo. Así que, lo que tenía que hacer era seguir fingiendo, hacerle creer a Lucas que para ella también era «solo sexo».

¿Qué otra alternativa le quedaba?

Él no acabaría enamorado de ella como solía ocurrir en las comedias románticas y Daphne confiaba en poder sobrellevar ese dolor una vez se marchara de Torreluna. Pero si comenzaba a amar cada pequeño detalle de Lucas, entonces sí le sería imposible vivir sin él.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now