CUARENTA Y DOS

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Las diez menos veinte.

Y Daphne entró en Di'Angelo consciente de que Lucas iba a matarla. Había sido fácil averiguar donde cenarían. Solo había tenido que preguntárselo a Alanna. A cambio de una charla sobre la poca gracia que le hacía ser cómplice de algo que iba a enfadar a su querido primito de lo lindo.

Obviamente, Daphne no iba a involucrar a la pelirroja en esto. Si él le preguntaba, ya se inventaría algo.

Desde lejos, y gracias a su vista de linde, pudo disfrutar de la cara de póquer que puso Lucas nada más la vio dirigirse hacia ellos. Estaba segura de que, de haber sido un dibujo animado, hubiera empezado a echar humo por las orejas. Se mordió el labio inferior para no perder la seriedad.

Observó, cuando se detuvo frente a ellos, el efecto de su llegada en el rostro del resto. Venus la miró furiosa, Nick divertido y el otro chico, el abogado, un tanto desorientado. ¿La recordaría? Probablemente, no. Durante un segundo, tan breve como un pestañeo, pensó que igual no había sido tan buena idea aparecer allí de la nada.

Sin embargo, ya estaba allí. Y no era momento de acobardarse ahora.

—Buenas noches —esbozó lentamente una sonrisa.

De los cuatro, solo Nick parecía alegrarse de verla.

—¡Daphne! Qué sorpresa más agradable verte por aquí, ¿vienes a cenar con nosotros?

Sus ojos buscaron los de Lucas, que ya la esperaban, negros, oscuros, furibundos, con la muerte escrita en ellos, y su sonrisa tembló. Un poco. Pero él, maldito fuera, lo percibió y le advirtió, con un seco movimiento de cejas, que no lo hiciera.

Daphne había planeado fingir que iba a cenar ella sola, algo así como una cita consigo misma, para que la invitaran a sentarse con ellos. Sabía de sobre que Nick lo haría y que Lucas era demasiado correcto para negarse delante del tío al que quería impresionar. Pero, después de su amenaza silenciosa, cambió de planes.

¿La culpa? Lucas.

Bueno, y ese hormigueo que, a veces, trepaba por la yema de sus dedos.

—¿No? —entreabrió los labios en una de sus mejores actuaciones—. Seguramente, a Lucas se le habrá pasado informaros.

Miró a su contrincante y lo desafió a desenmascararla. Claramente, no lo hizo.

—¿Informarnos de qué? —intervino de malas formas Venus.

—De que me había invitado a cenar con vosotros —y, no debería, pero joder como disfrutó viendo la expresión que puso la morena—. No podía negarme después de que insistió tanto.

Y soltó una risita súper tonta. Nada que ver con ella.

Por el rabillo del ojo vio como Lucas apretaba la mandíbula con fuerza. A punto estuvo de decirle que si no tenía cuidado, podía romperse los dientes. Pero, ahora mismo, parecía estar debatiéndose entre comportarse como un hombre civilizado o, mandar todos sus modales a la mierda y cogerla por la oreja para sacarla a rastra de allí. Por lo que mejor se quedaba calladita.

—¿Lucas? —las cejas de Nick dibujaron un puente sobre su frente mientras buscaba a su amigo con la mirada.

—Eso —intervino Venus—, ¿no piensas decir nada, Lucas?

—Ya lo ha dicho todo Daphne —respondió, entre dientes—. No tengo nada más que añadir.

Y Daphne supo que si sus ojos pudieran disparar balas, ella ya tendría dos clavadas en lo mas profundo de su corazón.

Era consciente de que él jamás la perdonaría por esto, ni siquiera volvería a dirigirle la palabra y, en el fondo, ella se lo había buscado. Lucas era un de esos hombres que se tomaban la vida demasiado en serio, de los que nunca perdían el control y calculaban cada uno de sus movimientos con precisión. Y, hoy, Daphne le había desbaratado todos los planes.

—Perfecto —asintió Daphne y se giró a saludar al abogado—. Hola, soy Daphne Arenas. No sé si me recuerdas, soy...

—Sí —la interrumpió el chico con una sonrisa afable—, la chica de las ratas. Soy Nahuel, encantado. —Y se dieron un cortés apretón de mano—. No me dijiste que era tu novia, Lucas.

El aludido, que tenía cara de querer romper la mesa con los puños, se apresuró a rectificar:

—Porque no lo somos.

—No, solamente somos amigos —agregó ella, para no sentirse más tonta de lo que ya se sentía.

—Más os vale —gruñó Venus, enseñándole los dientes. Después, se dirigió al abogado—: Mi hermano tiene gustos más... finos.

¡Pum!

Hachazo directo al centro del estómago. ¿Alguien más quería recordárselo? Porque no era por nada, pero ella ya lo sabía. Solo había que verlos. Él, tan guapo, con sus Levi's oscuros y un suéter de lana blanco hueso y ella, bastante sencilla, con uno de sus mejores vaqueros y una camiseta de cuello alto verde esperanza que combinaba con su sobrecamisa en tonos verdes, blancos y negros. A sus pies, sus botas militares.

Lucas se levantó de golpe y la sujetó del brazo.

—Ven, vamos a pedirle al camarero que ponga una silla más.

—¿Qué narices estás haciendo aquí, Daphne? —la soltó en cuanto se alejaron lo suficiente para que, los que estaban sentados, no los escucharan—. Recuerdo haberte dicho que no quería que vinieras.

—Y yo que nunca dejo nada a medias —le recordó—, te dije que quería venir y aquí estoy.

—Eres una maleducada —atestó en voz baja pero tan ruda que le dolió.

Porque tenía razón.

—¿Por qué? —pero no agachaba la cabeza sin antes pelear—. ¿Por qué no te pido permiso para hacer lo que quiero?

—No. Porque te metes donde nadie te llama.

—Está bien —aceptó. Podía ser una peleona empedernida, pero aceptaba la derrota—. Lo siento.

—¿Es así como funcionas, Daphne? Vas por la vida haciendo lo que te da la gana y, cuando la cagas, que es casi siempre, pides perdón y haces como si nada hubiera ocurrido.

Si hubiera sido otra persona, probablemente hubiera vuelto a disculparse. Pero con Lucas le ocurría algo muy diferente a lo que le ocurría con el resto del mundo. Y, es que, con él no podía bajar la guardia.

—A diferencia de ti, prefiero arrepentirme por lo que he hecho mal que por lo que no he hecho.

—Ya veo —la miró impasible.

Se hizo un silencio incómodo entre ellos que se vio obligada a romper.

—Tienes razón, no tendría que haber venido —masculló Daphne con un nudo en la garganta.

—No, no tendrías que haberlo hecho —estuvo de acuerdo él.

Y las lágrimas estaban peligrosamente cerca de caer por sus mejillas como dos ríos desbordados.

—Mejor me voy.

—Ahora ya estás aquí —dijo secamente—. Cena con nosotros. Pero no esperes que te defienda de los cuchillos que te va a lanzar Venus.

—No necesito que nadie me defienda.

—Bien —desvió la mirada de la suya y buscó a un camarero para pedirle que pusiera una silla más en la mesa de cuatro—. Ah, y no te quiero cerca de Nahuel.

Ella bufó.

—No eres nadie para decirme lo que tengo que hacer.

—Haz lo que te de la gana pero lejos de Nahuel. No quiero oír ninguna de tus disparatadas teorías sobre la venta de Baila Conmigo, ni nada similar.

—No son disparatadas —replicó mientras lo seguía de vuelta a la mesa—, y de todas formas, lo que hable con él no es de tu incumbencia.

—Quedas advertida Bambi.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now