VEINTE

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Alanna estaba excesivamente ilusionada con la Gran fiesta —así es como la llamaban ahora los habitantes de Torreluna—, al contrario que Daphne, que todavía seguía sin saber cómo había acabado involucrada en todo el asunto de los preparativos.

Pero ya no podía echarse para atrás. Primero, porque su tía y Alanna contaban con ella. Y, segundo, porque se lo había prometido a la pelirroja, después de disculparse por haberse largado sin ella. Claro que, técnicamente, ella no se había largado, sino que el imbécil de su primo la había secuestrado.

Por eso, quizá, Alanna no se lo tuvo en cuenta. Por eso y porque, según ella, había sido lo más divertido que había ocurrido en Torreluna en meses. ¿Divertido? Sería el último adjetivo que Daphne utilizaría.

Y allí estaba, un sábado por la mañana, sentada en una de las terrazas del chalet de Sergio De la Vega, a tan solo diez días de la noche de Halloween, haciendo arañas y fantasmas con cartulina. Ah, y esperando que Lucas De la Vega no decidiese aparecer por allí para saludar a su familia.

Desde que la dejó en su casa, después de que se besaran en el lago, no lo había vuelto a ver. Y de eso había pasado una semana. No es que tuviera ganas de verlo, ni nada parecido, pero sabía que el muy idiota la había estado evitando. ¿Tan inmaduro e infantil era que tenía que esconderse por un insignificante beso que no volvería a ocurrir? Ella había captado el mensaje.

A Lucas no le gustaba Daphne.

Alanna se pasó los dos días siguientes indagando sobre lo ocurrido, una vez Lucas la sacó a rastras del Tony's. Al final, debió entender que ninguno de los dos soltaría prenda, porque, de repente, dejó de hacer preguntas. Quien sabía, igual se lo pidió por favor. O se lo ordenó, que era más de su estilo.

Para sorpresa de Daphne, su relación con la vecina iba viento en popa. Había descubierto que Alanna no eran tan tímida como aparentaba, sino que sufría de ansiedad social. Por eso, casi nunca salía. O le costaba mucho relacionarse con los demás. Y, Daphne, que luchaba todos los días para que la culpa no la sumiera de nuevo en una tristeza infinita, sabía lo que era sentirse perdida y asustada.

Quizá fue esa la razón por la razón por la que su relación se afianzó hasta el punto de hablar casi todos los días. O quizá, solo se trataba de que ambas estaban bastante solas en ese pueblucho, donde las cosas, para Daphne, seguían siendo un suplicio.

Y, por si fuera poco, todavía no había encontrado un segundo trabajo.

—¡Daph! —se sobresaltó ante la voz de Alanna—. ¿Estás aquí?

No.

—Sí —mintió, llevando la vista hacia ella.

Llevaba la trenza recogida en una coleta alta y sus tan características gafas cuadradas.

—Ya, claro —rodó los ojos—. Y yo soy Miss España. ¿En qué pensabas? ¿En mi primo?

Daphne arrugó el ceño.

—¿Qué? ¿Por qué tendría que estar pensando en tu primo?

Alanna se echó a reír.

—Era broma —y le restó importancia con un ademán—. En verdad, quería pillarte. Ninguno de los dos ha querido contarme lo que ocurrió.

—Igual es porque no ocurrió nada.

Y tuvo que morderse el carrillo para parecer convincente. Su nueva amiga, con la certeza de que no sacaría nada de esa conversación, regresó al tema inicial.

—Bueno, qué te parece si, en lugar de darle una bolsa de caramelos solo al niño ganador, hacemos una piñata gigante —propuso.

A lo que Daphne asintió, porque, sinceramente, le traía sin cuidado.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Onde histórias criam vida. Descubra agora