QUINCE

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—Si todo sale bien en un par de meses se cierra la compra —Lucas daba vueltas al abrecartas que su madre tenía en el escritorio—, y Baila Conmigo se convertirá en un centro comercial.

—Un par de meses —Claudia asintió levemente con la cabeza.

—Mamá —musitó— es lo mejor, créeme.

Cuando el abogado de una de las asociaciones de empresarios más importantes del país lo llamó para informarle que estaban interesados en construir un centro comercial en lo que ahora era una academia de baile y que estaban valorando la opción de que Construcciones De la Vega se encargara de ello, Lucas supo en seguida que se trataba de un gran negocio, probablemente el mejor del año y no dudó ni un segundo en decir que sí.

—Lo sé —se recogió el pelo detrás de las orejas y lo miró, con esa mirada de madre comprensiva que había utilizado durante toda su vida.

Seguía siendo una mujer guapísima aun con esas arruguillas que ya comenzaban a asomar por las esquinas de los ojos. Claudia Castillo tenía un cariño muy especial por Baila Conmigo, pues ella había crecido entre esas aulas.

—Tu y yo sabemos que el viejo Cruz seguía manteniendo esto por su mujer, pero ahora que ninguno de los dos está, sus hijos quieren vender —explicó Lucas—, algo comprensible, porque no entra ningún beneficio.

—Este año se han dado de alta más alumnas que el pasado —apuntó su madre, defendiendo su trabajo.

—¿Y cuánto pagan? —enarcó una ceja—. Si la mensualidad no es más baja porque la ley no lo permite.

Su madre sonrió con delicadeza e hizo un gesto con la mano haciendo repiquetear las pulseras que llevaba en la muñeca. Era toda elegancia, pensó Lucas. Iba vestida con una falda de cuero marrón oscura, una blusa blanca de lino con el cuello atado en forma de lazo y un par de tacones que él mismo junto a sus hermanas le habían regalado una navidad.

—Además, mamá —continuó—, esto no es una academia ni es nada. La gente viene a bailar aquí porque es más barato que ir a un gimnasio a hacer zumba o irse todos los días a un salón de bailes fuera del pueblo. Y los niños, sus padres las mandan aquí para no tenerlas en casa. Estoy convencido que a ninguna de ellas les gusta bailar y, si no, mira a Kala —observó—. Y mejor no hablar de tus trabajadores, que ni si quiera se lo toman enserio.

—Bueno —su madre discrepó—, parece que la nueva le está poniendo interés.

Lucas sonrió, sin poder evitarlo, al pensar en Bambi y en como saltaba cada vez que él la pinchaba.

—¿La nueva? —se hizo el tonto—. ¿La sobrina de la loca de la vecina?

—Lucas, cariño, por favor —lo reprendió su madre—. Se llama Marisa y sí, la chica nueva es su sobrina, Daphne. —Como si él no lo supiera—. Creo que vino con unas expectativas muy diferentes a las que se ha encontrado aquí.

—Tu misma lo has dicho —agregó Lucas ante la observadora mirada de Claudia—, se esperaba una verdadera academia de baile y se ha encontrado con un edificio que se cae a trozos —señaló las paredes viejas y desconchadas.

—Yo creo que le gusta lo que hace —aseguró su madre ignorando el comentario de su hijo—, pero estoy convencida también de que pronto se habrá cansado de intentar enseñar a personas que no quieren aprender y se largará. Sobre todo si no consigue que la acepten.

—¿Que la acepten?

—¿Todavía no has descubierto lo poco que confía este pueblo en los forasteros? —preguntó Claudia. Él lo sabía, era algo demasiado exagerado, pero no esperaba que se comportaran así con la sobrina de Marisa, habitante de Torreluna desde que Lucas tenía uso de razón—. Tendrías que ver como se portan tu hermana y sus compañeros, no hay forma de poner en vereda a ese grupo. Dudo que Daphne lo aguante mucho más tiempo.

—En realidad, me da igual lo que pase con esa chiflada —manifestó Lucas. Pero entonces, ¿por qué estaba tan contrariado de repente? Daphne se había convertido en un terrible dolor de muelas y lo que hiciera con su vida le traía sin cuidado. Echó a un lado de su mente todo lo que tuviera que ver con esa mujer de ojos enormes y se centró en lo importante—: Venía a decirte que pronto vendré por aquí con el abogado y alguno de los empresarios para ojear la academia.

—Está bien —Claudia había asumido la derrota—. ¿Cuándo será conveniente que informe a los alumnos y trabajadores?

—Espérate a que tengamos algo más seguro —le aconsejó—. Una vez se firme el contrato, ya pasas a la acción, ¿vale?

—Está bien, como tu digas hijo —Su madre sonrió y Lucas dejó el abre cartas en el escritorio—. Una pregunta —lo detuvo antes de que se fuera—. ¿Has venido hasta aquí solo para decirme algo que perfectamente podrías haberlo hecho en casa?

Lucas frunció el ceño sin adivinar qué estaba intentando decirle su madre.

—Si —gruñó y cerró la puerta del despacho.

Bajó las escaleras dándole vueltas al asunto de la compra-venta de la academia, pensamiento que se perdió en su cabeza en el instante que escuchó su voz.

—Señor Chesco —decía— me está usted mareando.

No pudo evitar la tentación de acercarse para observarla. Estaba prestándole atención a uno de los tres bailarines, que intentaba enseñarla a bailar el Cha Cha Cha como si ella no supiera hacerlo.

—El Cha Cha Cha se baila así como le estoy diciendo —le aseguraba él—, lo que usted baila es una de esas cosas que os enseñan en la ciudad.

Los brazos de Bambi descansaban en las caderas y su mirada mostraba agotamiento. ¿Tendría razón su madre cuando le había dicho que la trataban mal?

—¿Está usted seguro? —enarcó una ceja.

—Por supuesto que sí —refunfuñó Chesco—, yo nunca me equivoco. Aprendí a bailar con diez años y déjeme decirle algo —vociferó—, aquí se bailaba el Cha Cha Cha de verdad.

—No me grite señor.

—¡Es que se no sabe bailar! —espetó el hombre—. No sé Claudia en que pensaba cuando la contrató. Voy a poner una queja.

—Haga lo que le dé la gana —masculló con un gesto sombrío—, pero déjeme acabar la clase por favor.

Lucas sonrió al verla luchar con aquel señor. Parecía toda una experta en disputas verbales. Negó con la cabeza y se alejó del aula saliendo de la academia. Bambi era un terremoto, solo hacía falta mirarla una vez para darse cuenta. Siempre corriendo y con la cabeza en las nubes, se regía por impulsos y decía lo primero que le pasaba por la mente sin importar si era correcto o no. Y, además de ser mal hablada, impertinente y atrevida tenía una facilidad increíble para meterse en problemas e introducir a los demás en ellos.

¡Que se lo preguntaran a él!

Leyó el mensaje que acababa de llegarle al móvil.

¿Cenamos está noche, guapo?".

Inmediatamente aceptó. Era mejor que pensar en unos chispeantes ojos del color del caramelo fundido. 

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now