CINCO

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Daphne, como de costumbre, no había dormido una mierda. Solo que, esta vez, su cabeza no había dejado de evocar a un moreno con unos ojos negros amenazadores y una boca que, aunque sexy, no dejaba de pronunciar las palabras «trato» y «Bambi».

¿Bambi? ¿En serio? ¿Tan poco original era?

Solo ella podía tropezarse con un guapo gilipollas y volverse tan loca como para rayarle un coche más caro que todas sus pertenencias. Y es que, todavía no había cobrado ni un euro y ya lo estaba debiendo.

¿Podía ser más desgraciada?

Tendría que aprovechar el rato libre que tenía esta tarde, antes de su primera clase con las adolescentes, para buscar un curro de fin de semana. Lo necesitaba si quería salir de allí cuanto antes y alquilarse un piso en Madrid para poder vivir por su cuenta.

Eso, si no la echaban antes de la academia.

Su primer día como profesora había sido un completo desastre. El grupo de mujeres al que tenía que enseñarles bailes de salón no solo no se lo tomaba en serio, sino que se habían encargado de dejarle claro que no estaban dispuestas a aceptar las órdenes de una chica de veintitrés años y, mucho menos, si no tenía título. Lo que le había hecho aprender su primera lección como forastera: en los pueblos, todo se sabe. Al menos, había podido acabar las dos horas sin quedarse afónica. Aunque le dolía la garganta de gritar por encima de la música y la cabeza como consecuencia.

Una vez sola en el aula, estiró el cuerpo con una danza clásica y se quedó sentada, mirándose en el espejo. ¿Qué había pasado con sus sueños de ser la mejor bailarina del mundo? Ya no quedaba nada de esa niña inocente que se imaginaba recorriendo el mundo de escenario en escenario. Ya nunca temblaría de emoción los segundos antes del comienzo de un show, o vibraría con la música mientras le entregaba al público lo mejor que sabía hacer. Lo único. Tampoco habrían aplausos, ni felicitaciones, ni siquiera unos padres, unos amigos, o un amor, orgullosos de ella.

No. Ahora tendría que conformarse con una academia que se caía a pedazos, unas personas que no respetaban el baile, ni lo amaban, como lo hacía ella y un sueldo tan deprimente que ni siquiera sabía cuánto podría ahorrar a final de mes.

Y no es que Daphne no se hubiera planteado dedicarse a ser profesora de baile profesional. Claro que sí. Después de la promesa que hizo de no volver a subirse a un escenario, era la única opción que le quedaba para poder vivir de lo que realmente le apasionaba. Solo que, para poder hacerlo, necesitaba acabar de graduarse en el conservatorio y, para ello, irse a vivir a la ciudad, para lo que necesitaba dinero. Razón principal por la que estaba encerrada en aquel pueblo de paletos.

Miró al techo y suspiró con fuerza. ¿Nunca sería feliz? Ya no recordaba la última vez que se había sentido ilusionada por algo o alguien, emocionada o en paz consigo misma. Llevaba dos años de su vida sintiendo una dolorosa presión en el pecho que no la dejaba respirar.

—Hola —la sorprendió una voz de mujer—. ¿Eres Daphne?

Daphne giró la cabeza y se encontró con una chica de rasgos latinos y un cuerpazo enfundado en un pantalón de chándal gris y un top negro. Llevaba el pelo, negro y rizado, recogido en una coleta alta y un pañuelo rosa fucsia le hacía la función de turbante.

—Sí —respondió, levantándose del suelo.

—Yo soy Rossany —le dijo la chica con una sonrisa cálida.

—Encantada Rossany —se acercó a darle dos besos por educación—. ¿Bailas aquí o das clases como yo?

En realidad, era una pregunta estúpida. Era obvio que también era profesora.

—Doy clases de bailes latinos —le explicó sonriendo—. ¡Soy de Brasil!

Daphne le devolvió la sonrisa.

—¿No hay más profesores?

—Sí, claro —Daphne se acercó al equipo de música para desconectar su móvil y Rossany la siguió—. Éramos tres y, ahora, contigo somos cuatro. Frank baila sevillanas y Luisana no vive en Torreluna, por lo que viene una vez a la semana. Aunque ella solo trabaja con su grupo. ¿Tú tampoco eres de aquí, verdad?

Daphne negó con la cabeza, guardándose el teléfono en el bolsillo de la sudadera.

—Soy de la ciudad.

—¿Y qué haces aquí? —Rossany sonó realmente perpleja y, a ver, ¿quién no lo haría?

—En realidad —ella hizo una mueca—, no tengo título oficial y esta es la única academia que no me lo ha pedido.

Tampoco es que lo hubiera intentado en otras, pero si, según Claudia, en un pueblucho enano como este tenían más de una opción, en la ciudad mejor ni preguntaba.

—¿No tienes título? —sus cejas oscuras se enarcaron levemente—. Pues te he visto bailar y tienes técnica, tía. ¿Te has planteado sacártelo?

Claro que sí. ¿Para qué había aceptado aquel trabajo si no?

—Es mi intención —le contó, sin saber muy bien por qué estaba haciéndolo. Daphne no era una de esas chicas que solía hablar de su vida con desconocidas—. Pero para eso necesito pasta y... Baila conmigo me dará esa pasta. Aunque quizá la reúna dentro de dos años —masculló, más para sí misma que para Rossany. Pero, claramente, esta la escucho.

—Te entiendo —se rió la brasileña—. Ninguno de nosotros trabaja a tiempo completo aquí. Frank tiene su propia peluquería, Luisana es profesora en un cole de su pueblo y yo trabajo en el Tony's de camarera. Con lo que cobramos aquí, no tenemos ni para pagar el alquiler.

Al menos, gracias a su tía, Daphne se ahorra eso.

—¿El Tony's es un restaurante?

—No exactamente. —Rossany se detuvo en medio del hall para mirarla de frente—. Es un club nocturno. El único club que abre todo el año en el pueblo. Mi novio es el dueño, así que es bastante flexible conmigo.

Un club nocturno sería perfecto, pensó Daphne. Encontrar un trabajo le sería difícil con sus horarios partidos, pues trabajaba unas cuantas horas por la mañana y otras tanta por la tarde. Por lo que, poner copas de noche, sería súper compaginable.

—Rossany —se aclaró la garganta—, ¿crees que habría un hueco para mí en el club de tu novio?

Dios mío, ¡qué incómoda le hacían sentir estas situaciones!

—Pues no lo sé —fue sincera—, tendría que hablar con él. Pero, ¿Daphne? ¿Estás segura? Te acostarías bastante tarde y luego por las mañanas madrugarías...

—Oh por eso no te preocupes —la interrumpió—. No... acostumbro a dormir mucho.

Por no decir nada.

—Genial entonces —Rossany sonrió con amabilidad—. Hablo con Tony y te digo algo.

Daphne asintió con una tímida sonrisa.

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora