SETENTA Y NUEVE

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—¿Vas a ir al festival? —le preguntó Nick, sacando una manzana de su nevera.

—No creo que a Daphne le guste mucho verme por allí.

Y él tampoco tenía muchas ganas de verla.

Seguía enfadado con ella.

Aunque no lo suficiente como para no comprender que lo que realmente había molestado a Lucas no había sido que Daphne y Pandora fueran la misma persona —de alguna forma, él lo intuía—, sino que ella no hubiera confiado en él y se lo hubiera contado antes. Por lo menos, durante las semanas que habían estado juntos.

—Lo han organizado tu madre y tu hermana también. ¿No crees que les hará ilusión verte allí? —Dio un bocado a la fruta roja—. Además, Daphne va a bailar.

—¿Qué?

Lucas se sorprendió tanto que se le cayó el móvil de las manos.

¿Bambi iba a bailar? ¿Su Bambi? Una sonrisa tironeo de las comisuras de sus labios pero no la dejó ser. En realidad, era un orgulloso de mierda.

—¿No lo sabías? —y el tonito presuntuoso de Nick no le gustó en absoluto.

—¿Tengo pinta de saberlo? —gruñó.

—Yo que sé —se encogió de hombros, como si nada—. Pensaba que te lo había dicho tu prima o algo.

—¿Mi prima? Si se ha declarado en guerra conmigo por haber hecho sufrir a Daphne. ¿Te lo puedes creer? ¡La mentirosa es su amiga y con el que se enfada es conmigo!

—Son amigas, ¿no?

—¿Y qué? —bufó frustrado—. Y yo soy su primo. ¡Su puta familia! A todo esto —frunció el ceño al mirarlo—, ¿y tú cómo te has enterado?

La sonrisa de Nick se hizo más grande. Jodidamente triunfal.

—Me lo ha contado Kala —mordió la manzana—. Me la he cruzado esta mañana cuando he salido a correr. Iba a clase, creo.

—Ah, genial —ironizó, sin una pizca de simpatía—, mi prima me deja de hablar, mi hermana te cuenta cosas a ti y a mi no. ¿Qué coño le pasa a mi familia?

—Que quieren a Daph, tío —aseguró esta, tan despreocupado como siempre. A veces, a Lucas le gustaría ser un poquito más como Nick—. Como tú.

El corazón de Lucas se saltó un latido.

—No empieces otra vez, Nick —le advirtió, levantando uno de sus dedos.

El muy pesado llevaba dandole la tabarra con el mismo tema toda la semana.

—Es que todavía no entiendo por qué no has ido a buscarla.

—Porque sigo enfadado con ella.

Y porque le dijo que estaba enamorada de él. Y a Lucas... se le había cortado la respiración. Se había quedado paralizado, como una puta estatua, sin saber qué narices decirle. Y luego ella se fue y él no había sido capaz de salir detrás de ella. De ir a buscarla. Porque... él no sabía lo que sentía.

Solo que no podía sentir lo mismo.

Ella no era para él.

Ella era demasiado... todo. Como uno de esos terremotos capaces de derrumbar cada uno de los cimientos sobre los que estaban construidos los edificios más seguros del mundo.

Y él no quería que ese terremoto lo alcanzara.

No quería despertar cada mañana con música sonando por toda la casa. Ni ponerse a bailar por el placer de hacerlo y acabar follando como dos animales. O discutir con su mujer porque hubiera mezclado la ropa blanca con la de color, estropeándole sus mejores prendas. Tampoco quería tener que apagar las llamas de todos los incendios que acabaría provocando con ese carácter infernal que tenía y que a él lo sacaba de quicio.

Entonces, ¿por qué tenía ese nudo en la garganta que lo no le dejaba casi ni respirar? ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella? Podía olerla en cada maldito rincón de su casa. Visualizarla dentro de su jacuzzi, desnuda, como la primera vez. Y sus ojos se desviaban con rapidez cuando advertía el movimiento de una bicicleta cerca suyo, por si era ella. O entraba en un extraño estado de nervios cada vez que sonaba el timbre de su casa, o de casa de sus padres. Si hasta había tenido que frenarse muchas veces para no ir a la academia con cualquier excusa de mierda solo para verla.

Porque se moría por verla.

Porque, joder, claro que lo quería.

La quería a ella. Toda. Entera. Completa. Con todo su puto corazón.

—¿Lucas? —la voz de su amiga lo hizo parpadear—. ¿Estás bien?

No.

La verdad lo había golpeado con fuerza. Y no sabía si tenía ganas de reír o de echarse a llorar. Porque se había enamorado de Daphne. ¡Por el amor de Dios! ¡Él enamorado! ¡Él! Y de esa mujer caótica e irreverente que lo llevaba de cabeza.

Hubiera salido corriendo a buscarla, a gritárselo en la cara, a comérsela a besos, si no fuera porque sus sentimientos no podían ser. Ellos no podían ser.

Porque ella iba a bailar de nuevo en un escenario para todo Torreluna y eso solo significaba una cosa: que Daphne quería retomar sus sueños de ser bailarina profesional. Y para cumplirlos, ella tenía que irse del pueblo, a la ciudad, y seguir estudiando. Seguir formándose. Convertirse en la mejor.

Y él jamás le pediría que se quedara.

—¿Lucas? —Nick, al ver que Lucas seguía mirando un punto fijo de la cocina sin mover ni las pestañas, lo zarandeó—. Eh, tío, ¿estás aquí?

Lucas se frotó la cara con las manos.

—Dime.

—¿Has oído algo de lo que te he dicho?

—No. —Un nudo del tamaño de su casa se abría paso en el centro de su pecho—. ¿Qué has dicho?

—Que deberías pasar página con el enfado e ir a hablar con ella. Mírate —lo señaló con el mentón—, estás insoportable.

Lucas miró a Nick, debatiéndose entre si contarle lo que acababa de descubrir o echarlo de su casa. Optó por la segunda opción, era menos... reveladora.

—¿No tienes nada mejor que hacer hoy?

Un baile y nada más   [FINALIZADA]Where stories live. Discover now